Baedecker busca cambio e inserta las monedas.

– ¿Scott?

– ¿Qué decías, papá?

– Decía que dejé mi trabajo el verano pasado. He estado viajando desde entonces.

– Vaya, ¿no estás trabajando? ¿Dónde has estado?

– Aquí y allá -dice Baedecker-. Pasé el Día de Acción de Gracias en Arkansas, trabajando en la cabaña de papá. Mira, Scott, mañana estaré por esa zona del bosque donde estás tú, y quería pasar para charlar contigo.

Hay un siseo de interferencia y un sofocado zumbido de voces.

– ¿Qué, Scott?

– Digo… digo… no sé, papá.

– ¿Por qué no?

– Bien, hemos tenido problemas en la zona del ashram…

– ¿Qué clase de problemas?

– No aquí exactamente -se apresura a aclarar Scott-. Pero en esta zona. Algunos rancheros y lugareños están irritados. Ha habido disparos. El Maestro está pensando en impedir la entrada de extraños. -Se oye otra voz hablando con Scott-. Papá, tengo que colgar…

– Un segundo, Scott -dice Baedecker. Siente un pánico inexplicable-. Mira, pasaré mañana. Scott, me vendría bien una mano para acabar el trabajo en la cabaña. Ese lugar podría ser muy bonito si lo termino esta primavera. ¿No puedes tomarte unas semanas para trabajar allí conmigo?

– Papá, yo no…

– Sólo piénsalo, por favor -ruega Baedecker-. Hablaremos mañana.

– Papá, me tengo que…

La línea está muerta. Baedecker trata de llamar varias veces y desiste.

Entra en el otro cuarto, donde está sentado Kitt Toliver. Toliver tiene unos treinta y cinco años. Es alto y robusto. A Baedecker le recuerda a Deke Slayton, por el corte a cepillo y la mirada intensa.

– Gracias por esperar, sargento -dice Baedecker.

– No hay problema, coronel.

– Usted comprenderá que no formo parte de la indagación oficial -explica Baedecker-. No tengo ningún status oficial, sólo trato de hallar respuestas porque Dave era amigo mío.

– Entiendo -dice Toliver-. Con mucho gusto le repetiré todo lo que declaré al coronel Fields y a los demás.

– Bien. ¿Revisó usted el Talon antes de volar?

– Sí, señor. Dos veces. Una vez por la mañana y otra vez cuando recibí la llamada del mayor Munsen diciéndome que el diputado Muldorff lo pilotaría.

– ¿Lo revisó Dave?

– Claro que sí. Dijo que tenía que conectar con un vuelo comercial en Salt Lake, pero aun así se tomó tiempo para mirar mi formulario y él mismo echó un vistazo. Y con detenimiento.

– ¿Y usted está convencido de que el avión estaba en condiciones?

– Sí, señor -dice Toliver con voz acerada-. Puede leer mi formulario 720, señor. Dicen que hubo un fallo estructural después del despegue y no puedo rebatir los hechos pero, según la inspección interna y el chequeo de la cabina, esa máquina estaba al pelo. Los motores eran nuevos. Menos de veinte horas de vuelo.

Baedecker mueve la cabeza.

– Kitt, ¿hizo o dijo algo Dave que le pareciera inusitado durante la revisión?

Toliver frunce el entrecejo.

– ¿Durante la revisión? No, señor. Oh, me contó una broma sobre… bien… sobre tener sexo oral con una gallina. Pero nada más, señor.

Baedecker sonríe.

– ¿Llevaba equipaje?

– Sí, señor. Una bolsa de vuelo de la Fuerza Aérea. Y el paquete grande.

– ¿Paquete grande?

– Sí, señor. Ya se lo expliqué al coronel Fields y al equipo.

– Repítamelo -dice Baedecker.

Toliver enciende un cigarrillo.

– No hay mucho que contar, señor. Yo entré en la sala a buscar una chaqueta, y cuando regresé el diputado Muldorff había descargado una caja del automóvil.

– ¿De qué tamaño?

Toliver extiende las manos para sugerir una forma de medio metro por medio metro.

– ¿Iba en el armario de almacenaje? -pregunta Baedecker.

– No, señor. Cuando regresé al avión, el diputado se estaba acomodando y la caja estaba sujeta al asiento trasero.

– ¿Bien sujeta? -pregunta Baedecker-. ¿Había probabilidades de que se soltara en vuelo?

– No, señor. Estaba bien amarrada. Cinturón de seguridad y arnés.

– ¿El asiento trasero estaba operativo? -pregunta Baedecker.

Toliver menea la cabeza.

– No había razones para ello.

– Pero el de Dave sí.

– Sí, señor -contesta Toliver, y su callado «pues claro, idiota» es perfectamente audible.

Baedecker escribe unas notas en una libreta.

– ¿Le dijo él qué había en la caja?

– Sí, señor. Dijo que era un regalo de cumpleaños para su hijo. Yo le pregunté qué edad tenía el chico. El diputado sonrió y dijo: «Tendrá un minuto de edad dentro de dos semanas.» Dijo que su esposa daría a luz alrededor del 7 de enero.

– ¿Comentó Dave en qué consistía el regalo? -pregunta Baedecker.

– No, señor. Yo sólo le di mis felicitaciones y nos preparamos para el despegue.

Baedecker cierra la libreta y extiende la mano.

– Gracias, Kitt, agradezco su amabilidad. Si se le ocurre algo más, puede ponerse en contacto conmigo a través del mayor Munsen.

– Eso haré -dice Toliver. Se vuelve para irse y de pronto se detiene-. Coronel, respecto a esa extraña frase que le comenté al equipo, pensé que usted ya sabría lo que había dicho el diputado, pero tal vez aún no lo haya oído.

– ¿Qué es?

– Bien, cuando yo estaba a punto de retirar la escalerilla, dije: «Que tenga buen vuelo, señor.» Siempre digo eso. Y el diputado Muldorff sonrió y dijo: «Gracias, sargento. Planeo tener un buen vuelo, pues éste será el último.» No le di mucha importancia entonces, pero me ha fastidiado desde el accidente. ¿Qué piensa usted, señor?

– No estoy seguro -dice Baedecker.

Toliver mueve la cabeza pero no se marcha.

– Entiendo, señor. ¿Usted le conocía bien?

Baedecker duda al responder.

– No estoy seguro -dice al fin-. Ya veremos.

– Oye -dijo Dave-. Me siento un poco ebrio.

– Afirmativo -confirma Baedecker.

Toda la mañana del domingo habían cortado leña en las colinas de Lonerock. Baedecker había disfrutado de la labor. El sudor se evaporaba rápidamente en el aire alto y fresco. Luego cargaron la camioneta, almorzaron emparedados de carne con abundante mostaza, se tomaron un par de cervezas frías, regresaron a Lonerock, bebieron un par de cervezas más en el camino, descargaron la camioneta, apilaron la leña en el cobertizo, bebieron una cerveza, llevaron de vuelta la camioneta y de nuevo bebieron un par de cervezas con Kink.

Eran las cuatro de la tarde cuando Dave hizo su anuncio.

– Cielos, ebrio con cerveza. Esto es cosa de la escuela secundaria, Richard.

– Afirmativo -dijo Baedecker.

– Oye, ¿sabes qué nos olvidamos de hacer? Nos olvidamos de decirte que tienes que recordarme que te recuerde que te lleve a ver el rancho de mi padre.

– Sí -contestó Baedecker-. Recuérdame que te lo recuerde mañana.

– Qué diablos -dijo Dave-. Hagámoslo ahora.

Baedecker lo siguió hasta el jeep y Dave empezó a tirar cosas en el asiento trasero. Baedecker se instaló en el asiento del pasajero, tratando de no derramar su cerveza.

– ¿Qué haremos? ¿Mudarnos allá?

– Cenaremos allá -dijo Dave, acomodando el resto del cargamento y trepando al asiento izquierdo-. Cuenta regresiva para secuencia de ignición.

– Afirmativo -dijo Baedecker, girando para examinar el cargado asiento trasero.

– ¿Nevera portátil?

– Afirmativo.

– ¿Cerveza?

– Afirmativo.

– ¿Parrilla para barbacoa?

– Afirmativo.

– ¿Hamburguesas?

– Afirmativo.

– ¿Patatas fritas?

– Afirmativo… no, espera un minuto. Luz roja para las… no, están debajo del carbón. Afirmativo.

– ¿Carbón?

– Afirmativo.

– ¿Líquido combustible?

– Afirmativo.

– ¿Linterna?

– Afirmativo.

– ¿Winchester?

– Afirmativo. ¿Para qué diablos lo necesitamos?

– Serpientes de cascabel -dijo Dave-. Hay muchas serpientes. Muchas serpientes, ahora que lo pienso. Ha hecho calor este otoño. Todavía están fuera.

– Oh.

– ¿Precongelante S-IVB LH2 de llenado rápido, S-IC LOX para el tanque, cobertura de anticongelante?

– Afirmativo -dijo Baedecker. Abrió una cerveza y se la alcanzó a Dave.

– Tenemos contacto -dijo Dave. Arrancó el jeep, retrocedió, viró en una nube de polvo y aceleró rumbo al norte por la calle principal. Dejaron atrás el surtidor oxidado. -Houston, abandonamos torre -ronroneó Dave.

– Enterado -dijo Baedecker.

Dave cogió por un camino estrecho que conducía al nordeste por un desfiladero. Tras medio kilómetro de barquinazos, el jeep entró en un terreno más liso.

– Programa de giro e inclinación completado -dijo Dave-. Alerta para Modalidad Uno Charlie.

– Afirmativo -respondió Baedecker. Brincaron sobre unos troncos y unos trozos de carbón saltaron del saco y se perdieron en la polvareda.

– Corte control de a bordo -dijo Baedecker-. Alerta para cambio de etapa.

La rueda derecha del jeep saltó sobre una piedra y la gorra de Dave con la inscripción AIR FORCE 1½ echó a volar y aterrizó bajo la parrilla.

– Descartamos torre -dijo Dave.

– Enterado.

Doblaron una curva cerrada y treparon por una cuesta abrupta. Dave pasó a segunda y a primera.

– Atento, Houston -dijo-, pasamos a cambio de etapa. Llegaron a un risco a gran distancia del valle. El camino conducía por una franja estrecha, con rocas a la izquierda y un precipicio abrupto a la derecha.

– Afirmativo -dijo Baedecker-. Coge tus calcetines.

– Y despídete de tu pellejo -dijo Dave. Eran más de diez kilómetros. El camino avanzaba entre riscos sin árboles, bajaba a un desfiladero sombrío y cruzaba una chata extensión desértica, así que pasó media hora hasta que Dave viró hacia una carretera de grava y apareció el rancho. Atravesaron una zanja y bajaron por un sendero cubierto de salvia antes de frenar ante un edificio de madera abandonado. Baedecker vio un granero y varios edificios más pequeños.

Caminaron por la hierba quebradiza hasta la casa Baedecker atento a las serpientes. La casa revelaba indicios de un largo abandono -ventanas rotas, yeso desconchado, escalera sin barandilla, porche derrumbado- pero también era evidente que la habían construido con cuidado y precisión. El porche que rodeaba tres lados del edificio exhibía tallas ornamentales, el machihembrado de madera del interior era artesanal, las grandes piedras de la chimenea central estaban puestas a mano.