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– Sólo hay una persona que consideramos irreprochable -dijo en voz alta-, que ha hecho mucho bien a la comunidad. Conforme aumentaba su riqueza, compartí al maquinaria agrícola de su granja con los vecinos. Es el único capaz de haber matado a Tsai Bing, y estoy seguro de que cuando inspeccionemos el garaje donde guarda su maquinaria, encontraremos sangre de Tsai Bing en la puerta, ya que el pobre muchacho intentó salir hasta que le faltaron las fuerzas.

Los campesinos sabían de quién estaba hablando, pero no podían creerlo.

Hay una sola persona que encaja con la descripción y todos sabemos quién es. -El capitán Woo se detuvo delante de Tang Dan-. La única pregunta pendiente que tienen sus vecinos es por qué.

La señora Tsai dejó escapar un grito y se desmayó en los brazos de su marido.

Tang Dan miró con desdén al policía.

– ¡Por qué! -gritó Woo.

Tang Dan parpadeó.

– Creo que ya ha pasado el minuto que tenía -dijo a continuación-, así que no importa lo que diga. -Alargó las mano para que lo esposaran.

Woo miró a Hu-lan, no muy seguro de cómo seguir. A l ver que ésta asentía, esposó a Tang Dan y lo llevó a empujones hasta el coche de policía.

Su-chee se adelantó y golpeó el pecho de Tang Dan con los puños hasta derribarle.

– ¿Por qué? ¿Por qué?

Los demás vecinos estrecharon el círculo, empuñando las hoces y otros utensilios como armas. Incluso los que iban con las manos desnudas se acercaron, tensos por la ira y el deseo de venganza. Un chico, único hijo, había sido asesinado por un hombre que se hacía rico mientras ellos seguían siendo pobres.

– Viene de la clase de los terratenientes -dijo alguien.

No se le pueden cambiar las rayas a un tigre -exclamó otro, citando un dicho proverbial.

– ¡Cerdo asqueroso!

– ¡Maldito seas!

Los campesinos chinos tenían a sus espaldas cinco mil años de precedentes para castigar semejante crimen. En los viejos tiempos, a un ladrón, secuestrador o vándalo lo llevaban ante el pueblo y lo obligaban a caminar entre el populacho, que mientras lo acusaba e insultaba le tiraba piedras y lo golpeaba con palos.

También podían condenarlo a llevar un can gue, un enorme collar de madera que hacía casi imposible comer o apartar las moscas. A veces lo encadenaban a un cepo público para que todos se enteraran de su delito.

Según la tradición que se remontaba a Confucio, el castigo se aplicaba con la misma rapidez y el mismo rigor para los delitos domésticos. Si un hijo golpeaba a su padre, el padre tenía derecho a matarlo. Si un padre maltrataba a su hijo, no había castigo. Si un terrateniente le robaba al pueblo o violaba una hija de alguien, no se podía hacer nada, salvo agachar la cabeza y esperar que no volviera a ocurrir. Si un campesino se atrevía a intentar algo contra un terrateniente, el castigo era brutal y definitivo. Durante cinco mil años la ley se había aplicado de esa forma. Cuando los comunistas tomaron el poder, los tipos de delitos cambiaron, pero los castigos muy poco. Ahora era el gobierno el que actuaba con prontitud, según el dicho “a veces hay que matar un pollo para mover al mulo”. Y por lo tanto, como el gobierno comprendía que las masas aún necesitaban su momento de poder, la guerra civil y las masas aún necesitaban su momento de poder, la guerra civil y la Revolución Cultural había sido tan cruelmente salvajes.-

– ¡Bestia!

– ¡Asesino!

– ¡El diablo toca la campana cuando viene a buscarte y ahora está sonando, Tang Dan!

Hu-lan ya había visto a la multitud actuar de esa manera, había formado parte de ella. Exigía ojo por ojo. Al ver la expresión del capitán Woo y los demás policías, supo que no moverían un dedo para frenar a los campesinos. Era fácil mirar a otra parte, menos papeleo y contemplaba a los aldeanos. De hecho, Woo y sus camaradas incluso participaban. Pensó que era una suerte que Siang no estuviera allí para verlo.

Se abrió paso entre la multitud y se puso delante de Tang Dan y Su-chee.

– Tengo que hablaros -anunció.

Buscó a David, encontró su rostro atónito, y pensó que ojalá pudiera hablar en inglés para que la entendiera. Vio que Lo estaba a su lado y empezó a explicar lo que pasaba. Contempló los rostros ajados por el trabajo duro. Esa gente jamás había descansado, sólo conocían el sufrimiento. Sus alegrías eran sencillas: el nacimiento de un niño, una buena cosecha, la suspensión de una campaña política.

Ahora dos de sus vecinos habían perdido a sus hijos, un don del cielo aún más precioso debido a la política gubernamental del hijo único.

– Tenéis razón al decir que este hombre proviene de familia de terratenientes, ya que sus problemas surgen de viejos sistemas que todos hemos intentado superar. Algunos de vosotros sois lo bastante ancianos para recordar cómo eran los terratenientes: insidiosos, crueles, despiadados, y la mayoría también codiciosos. Tang Dan es un hombre codicioso y supongo que siempre lo ha sido.

Hu-lan buscó de nuevo el rostro de David y vio que Lo iba traduciendo lo que ella decía, mientras algunas personas ya empezaban a asentir entre murmullos. David se mostraba confuso, ya que sus palabras en vez de calmar los ánimos contribuían a excitarlos. Ella, consciente de que él no le quitaba la vista de encima, desvió la suya.

– No soy más que una visita, aunque estuve aquí hace muchos años. Desde mi regreso he visto los cambios de Da Shui y del interior. Todos estamos de acuerdo en que las condiciones han mejorado. Tenéis electricidad, televisión y, algunos, hasta frigorífico, todas cosas buenas -dijo señalando alrededor con las manos-. Al principio me cegaron, como os han cegado a vosotros.

Hizo una pausa, avanzó despacio y miró los rostros fijos en ella.

– El fuego, el agua, el aire, la madera, la tierra son los cinco elementos fundamentales para la vida y las creencias chinas. Vemos el sol y sabemos que es fuego. Estamos en la tierra, respiramos el aire, utilizamos madera en nuestros hogares, pero… ¿y el agua? Hace veintisiete años, cuando llegué a Taiyan por primera vez, el río Fen tenía un gigantesco caudal de agua. ¿recordáis cuando el gobierno construyó el puente para unir as dos orillas? ¿Habríais imaginado que hoy sería un arroyo? ¿Y que se utilizaría el lecho del río para ir de excursión y remontar cometas? ¿O que los famosos Tres Manantiales Eternos serían una fuente en peligro de extinguirse? Lo vi y lo pensé, ya que en toda China, a pesar de las inundaciones anuales, cada vez hay menos agua. Los ríos, los lagos, los manantiales, los pozos, todo se está secando.

Vio que Tang Dan se había incorporado con las ropas sucias de tierra. En su cara el polvo y el sudor se mezclaban formando churretes.

– Desde la reforma agraria muchos de vosotros habéis abandonado la agricultura. Os dedicáis a la fabricación de ladrillos o trabajáis en una fábrica local.

“No lo digo como un reproche, sólo constato un hecho. Y cuando vosotros, vuestros hijos o vuestros vecinos dejaron las tierras, las arrendasteis o las devolvisteis al gobierno para que las redistribuyera. Muchas de esas tierras han ido a parar a manos de Tang Dan… ¿Y alguien puede decir que no ha hecho un buen trabajo con ellas?

Hu-lan miró a los vecinos, pero ninguno la contradijo.

– Cuando murió la hija de Ling Su-chee, ella me pidió que viniera a investigar qué había ocurrido. Sabía que para descubrir al asesino tenía que conocer a la víctima. Llegué a conocer a Miao-shan y supe por qué era tan valiosa para su asesino: tenía acceso a la única cosa que a él le faltaba.

– Agua -contestó la multitud, mirando con odio a Tang Dan.

– Agua -repitió Hu-lan-. Vivís en Da Shui, que significa “mucho agua” y no os disteis cuenta de su creciente escasez. Pero este hombre sí, y empezó a buscar tierras que tenían acceso al agua. Ya sabéis os pozos que le importaban.

Por primera vez Hu-lan buscó con la mirada a su amiga.

– Ling Su-chee tenía uno de esos pozos. Es viuda y no podía trabajar la tierra como una familia completa de marido, mujer e hijo, por eso su granja nunca ha prosperado. Pero bajo ese suelo se esconde algo tan valioso que Tang Dan estaba dispuesto a mentir, engañar y, si era preciso, matar por ello.

Hu-lan esperaba ver a su amiga destrozada por el dolor, pero Su-chee era una madre que todavía tenía que proteger la memoria de su hija. La miró con un ruego en la mirada y Hu-lan le hizo una indicación apenas perceptible. No había necesidad de que los vecinos se enteraran de los detalles sórdidos que harían parecer a madre e hijas como un par de insensatas.

– Cuando Tang Dan supo que no podía conseguir el agua de Ling Su-chee, mató a su hija. Creía que al quedarse sola, ella dejaría la granja y se trasladaría al pueblo. Como no fue así, pasó al plan siguiente, ya que el pozo de los Tsai también le interesaba.

Hu-lan agachó la cabeza. Le temblaban los hombros. David se dispuso a acudir a su lado, pero el inspector Lo lo retuvo.

– Me considero responsable de lo que ocurrió después. No vi lo que tenía delante de mis ojos. Conocía a la hija de Tang Dan. Todos sabéis que estaba enamorada de este muchacho muerto, aunque estuviera prometido a Miao-shan. Cuando ella murió, el camino quedaba despejado para Tsai Bing y Tang Siang. Eran jóvenes y Siang tiene mucho carácter, pero creo que hubieran sido felices.

Los aldeanos desviaron la mirada de Tang Dan al cadáver de Tsai Bing y a sus atormentados padres. No podían creer que todo aquello ocurriera delante de sus narices y no lo hubieran visto.

– Lo que me horroriza -dijo Hu-lan apenada-, es que Tang Dan habría conseguido el agua sólo con permitir que su hija se casara con Tsai Bing. Pero otra vez el pasado mostró su parte fea. Tang Dan ni podía ni quería tolerar que su hija se casara con un campesino, ya que procedía de familia de terratenientes y se había vuelto millonario por derecho propio. Tenía otros planes para Siang y no incluían a Tsai Bing.

“El resto es como el capitán Woo ha explicado. Tang Dan atrajo al muchacho a la granja, puso la maquinaria en marcha, lo encerró y lo dejó morir. Para borrar las huellas, arrojó el cadáver al pozo. ¿Por qué? -Señaló al matrimonio Tsai-,. ¿Podrían sus padres beber del pozo donde había muerto su hijo? ¡Jamás! Además, eran los últimos de la familia y no tendrían más remedio que abandonar la tierra. Todos habéis visto el rostro agradable de Tang Dan. Acudiría con promesas y pronto la tierra y el pozo habrían sido suyos.

Hu-lan miró fijamente a Tang Dan. Su expresión no mostraba remordimiento, pero sí miedo, sabedor de que en pocos minutos podía estar muerto. A Hu-lan le parecía un final demasiado bueno para él. Merecía sufrir, un pequeño precio por el dolor que había causado.