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Cada semana salía dinero de la cuenta principal de Knight International en la sucursal del Banco de China en Taiyuan. De allí se transferían cantidades variables a otras cuentas de la misma sucursal, donde no permanecían más de un día. Estas cuentas eran las que coincidían con la lista de Su-chee y utilizaban las iniciales de Sam y sus amigos para formar SUN GAO. Ese dinero se transfería a lo que parecían las cuentas de Sun en Estados Unidos. Sin embargo, lo números de las auténticas cuentas de Sun no tenía nada que ver en ese esquema. Se había chocado en las columnas, al lado de los nombres de las empresas ficticias, únicamente para engañar, objetivo que habían logrado. Aquí la clave de Keith proporcionaba otra lista de cuentas que abarcaba un espectro poco habitual de compañías principalmente de la costa Oeste de estados Unidos de propiedad asiática, cuya iniciales también daban como resultado SUN GAO: Sumitomo, Union, National, Glendale federal, American y Nipón Knogyo Ginko.

El dinero se quedaba en esas cuentas a veces un día, a veces hasta dos meses, pero volvía a moverse y circular por otra serie de cuentas de Estados Unidos, Suiza y las islas Caimán, hasta que al fin volvían a China, a cuentas del Banco de China, el Banco Industrial de China y el Banco de Agricultura de China en Taiyuan. Cuando el dinero llegaba a estas instituciones, ya había sido perfectamente blanqueado y aparecía en forma de prístinos dólares depositados directamente en las cuentas de Henry Knight en China. La prueba era irrefutable.

Hu-lan y David miraron a Henry con cierto embarazo y el hombre les clavó una mirada angustiada. No intentó negar lo que acababan de descubrir ni trató de defenderse, lo cual hizo que el momento fuera aún más incómodo. Les había mentido, les había embaucado y ellos habían caído en la trampa. Pero antes de que alguien hablara, se oyó un alarido a lo lejos. Y siguieron otros. Cada uno sonaba más cerca. Hu-lan miró alrededor y vio a Su-chee tapándose los oídos, intentando rechazar el sonido como si lo tuviera dentro de la cabeza. Pero no era así, y Su-chee cambió de expresión al comprender que aquel gemido horrible y salvaje procedía del exterior.