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– ¿Entonces no se trata de algo personal sino profesional? -preguntó Hu-lan.

– No hay un solo periodista económico en Estados Unidos que no haya tratado de conseguir un artículo como éste, pero era absolutamente inaccesible, tanto para los chinos como para los estadounidense.

– ¿Y por qué le importa lo que pasa en una fábrica en China? -preguntó Hu-lan.

– Porque es un asunto de derechos humanos, una cuestión candente que vende mucho.

– La gente que trabaja en la fábrica Knight no está presa… -empezó Hu-lan.

– Las violaciones de los derechos humanos adoptan muchas formas: presos políticos en confinamiento solitario, condenados a trabajos forzados, pero también incluiría lo que pasa con las mujeres y las niñas en las fábricas como Knight.

– Estoy de acuerdo en que las condiciones son malas -dijo Hu-lan-, pero ¿es peor que trabajar en el campo?

David ocultó su sorpresa. ¿Acaso Hu-lan no se había enfadado con él por usar el mismo argumento? ¿era una táctica para provocar a Pearl?

– Eso no tiene nada que ver.

– ¿Ah, no? -replicó Hu-lan-. ¿tiene idea de lo que ha hecho una fábrica como Knight por esta zona? No estoy defendiendo a la compañía. He estado dentro, pero también veo una prosperidad impensable hace veinte años en un sitio rural.

Pearl parecía preparada para el desafío de Hu-lan.

– ¿Quiere que le describa el panorama general? Muy bien, aquí va.

Durante los siguientes minutos Pearl habló de los esfuerzos de ella y sus colegas por implantar las prácticas de producción estadounidenses en China y sus profundas implicaciones políticas y culturales. Los fabricantes se iban al extranjero en busca de mano de obra barata y grandes exenciones fiscales pero para evitar las leyes estadounidenses sobre trabajo infantil, uso de productos químicos que nunca superarían las normas de seguridad de Estados Unidos, condiciones peligrosas de trabajo y empleo de personal por un número inhumano de horas.

– De ve en cuando, alguna persona o compañía se convierte en el blanco de algún organismo de control -dijo Pearl-. Seguramente habrán leído algo. Un conglomerado contrata a un famoso que anuncia una marca de ropa infantil que resulta que es fabricada por niños. ¿Qué hacen el famoso y la empresa cuando sale a relucir la verdad? Alegan ignorancia -suspiró Pearl-. Y la verdad es que a lo mejor lo ignoraban, pero eso no mejora las cosas. Entonces vienen los periodistas que quieren saber cómo es una fábrica como Knight, pero no podemos entrar. Uno, por fuera, se empieza a hacer preguntas.

– ¿Pero de verdad hay gente que se lo pregunta? -inquirió Hu-lan.

Pearl entrecerró los ojos.

– ¿A qué se refiere?

– Me refiero a que he vivido una temporada en Estados Unidos. Y nunca vi que a nadie le importara mucho China.

De vez en cuando, Hu-lan decía algo que revelaba cierta animosidad contra Estados Unidos. David sabía que a veces lo hacía para provocar una reacción. Pero tras, pensaba que estaba dando su auténtica opinión. En ese momento, al mirar a las dos mujeres, una china y una chinoamericana, se preguntó qué estaba haciendo Hu-lan exactamente.

– Eso es lo bonito de la historia -exclamó Pearl-. La mayoría de los estadounidenses jamás piensa en China, y a mí me parece del o más extraño, porque China tiene un papel importante en nuestra vida cotidiana.

– ¿De qué está hablando? -le preguntó Hu-lan nerviosa.

– China es invisible -respondió Pearl-, produce trabajo invisible, productos invisibles. Desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos vamos a dormir por la noche estamos en contacto con China. Despertadoras, camisetas, ropa de diseño. Las ruedas de los coches. Los aparatos electrónicos que usamos todos los días. Los adornos de cualquier fiesta, Pascua, Acción de Gracias, Navidad, son fabricados en China. Los juguetes de nuestros hijos, incluso los que consideramos más “americanos”, las Tortugas Ninja, el Soldado Joe, Sam y sus amigos, y, por supuesto, Barbie. En China se fabrican diez millones de Barbies por año. Sin entrar a dar nombres, puedo decir que hay fábricas estadounidenses en China que pagan alrededor de veinticuatro dólares por mes. Es decir, seis dólares menos de lo que les pagaban a los obreros chinos que trabajaban en la construcción del ferrocarril en el siglo pasado.

– Pero no son cosas que sólo pasen en China-defendió Hu-lan otra vez a su país natal.

– Tienen razón. También pasan en Indonesia, Sri Lanka, Pakistán, Haití, pero como soy chinoamericana me interesa lo que pasa aquí. -Al ver duda en la cara de Hu-lan, Pearl continuó-: cuando Guy se puso en contacto conmigo, no sabía qué creer.

“Después empezó a mandarme información por correo electrónico sobre las condiciones de la fábrica. Me pareció algo espantoso. -Se volvió hacia David-. Los periodistas, como los abogados, necesitan pruebas. Traté de entrevistar varias veces a Henry Knight, pero siempre lo cancelaba. Después, cuando me enteré de que Tartan iba a comprar Knight, probé con Randall Craig y después con Miles Stout. Fueron muy agradables pero, por supuesto, no me dijeron nada. Hace tres meses llamé a Keith Baxter. Negó cualquier acto ilícito de Knight y su cliente Tartan. Pero seguí llamándolo y dándole retazos de información que sólo alguien de dentro, alguien como Guy, podía saber. Cuanto más presionaba a Keith con esos “chismes” por llamarlos de alguna manera, más sentía que se ablandaba. ¿Sabía que Keith venía mucho por aquí?

David asintió. Miles le había dicho que Keith había estado por lo menos una vez por mes durante el último año, y a veces se quedaba una o dos semanas.

– Sabía que lo que le decía era verdad -continuó Pearl-, porque él mismo lo había visto. Creo que al final estaba dispuesto a darme una prueba, una evidencia tangible de las actividades de Knight en China.

– ¿De qué? -preguntó David-. Me está diciendo que Knight tiene una fábrica en China en la que hay malas condiciones de trabajo. Pero Tartan está a punto de comprarla. O sea, una vez que eso suceda cualquier irregularidad que exista, y no estoy diciendo que las haya, será remediada de inmediato.

– a menos que Henry Knight le oculte la verdad a Tartan para que las acciones no bajen de precio. Eso sería de gran interés para usted y su cliente.

David ya estaba harto de las insinuaciones de Pearl. Los papeles que había visto en casa de Su-chee ya lo habían alterado bastante. Necesitaba subir a su habitación y ver qué reacción tenían con los de Sun lo corroía la idea de estar representando a un cliente metido hasta la coronilla en actos ilegales. Si así era, estaba atrapado en un código ético que le decía que debía seguir representando a Sun. Al mismo tiempo, tenía la responsabilidad hacia Tartan de garantizar que la venta se desarrollara sin contratiempos ni chanchullos. Lo que Pearl sugería sobre Knight International era un fraude, puro y simple. No podía dejar que Tartan se viera arrastrado a toda esa porquería. Tenía que averiguar si tenía alguna información auténtica.

– ¿Está diciendo que la Comisión de Valores y Cambio está investigando al venta?

– No -respondió Pearl.

– ¿Le dio Keith alguna prueba de que hubiera una violación del Acta de Prácticas Corruptas en el Extranjero?

– Por supuesto que no.

– ¿Le dio Keith algún indicio de que hubiera alguna investigación federal en curso?

– No.

– Y sin embargo usted escribió…

– Tenía que presionarlo de alguna manera.

– ¡Se lo inventó todo! -espetó David.

– Siempre dije que era una presunción -repuso ella a la defensiva.

– ¿Una presunción? ¿Una presunción de quién? Hizo que pareciera que era el blanco de una investigación penal. ¿Tiene idea del daño que le causó?

– Bueno, tenía que seguir presionándolo -repitió sin convicción-. Tenía que hacerle creer que había una investigación en curso para que me diera los papeles. Ya sabe, llevar el caso a la prensa…

– ¿Tiene idea de cómo sus mentiras hicieron sentir a su familia tras su muerte?

– Por eso escribí que el caso se había cerrado. Por eso preparé la cita de Henry Knight. No era acierto, pero no soy el primero periodista que hace algo así.

– ¡Pero si nunca hubo ningún caso! -David apretó los puños. Nunca había sentido tantas ganas de pegar a alguien, y menos a una mujer.

Pearl lo miró fríamente.

– ¿Se le ha ocurrido que Keith a lo mejor agradeció mi artículo? -preguntó-. ¿Quizá le brindó una buena cobertura, especialmente si pensaba denunciar las prácticas ilegales?

– eso nunca lo sabremos ¿no cree? -respondió él con los dientes apretados.

La ira de David se incrementó al darse cuenta de la indiferencia de Pearl ante el dolor que había causado. Guy seguía sentado allí, patéticamente triste, mi entras los ejecutivos que había en el bar se acababan la última cerveza o el último whisky antes de retirarse.

– ¿Qué está haciendo en mi país? -preguntó Hu-lan con voz gélida de ira.

David miró a Hu-lan y vio en su cara lo mismo que él sentía: un profundo odio hacia esa mujer. Pero Pearl parecía indiferente.

– Como ya sabe -dijo-, estaba al tanto de la existencia de Miao-shan. Una semana antes de su muerte, Guy dijo que había sacado a escondidas los papeles de la fábrica y que me los mandaría en cuanto pudiera hacerles una copia. Al día siguiente de dárselos a él, se suicidó. -Pearl miró alrededor-. Pero ninguno de los que estamos aquí lo creemos, ¿no? Por eso pensé que estaría bien venirlos a buscar en persona.

David buscó al mirada de Hu-lan.

– Dices que tienes los papeles -le comentó Hu-lan a Guy en un tono que sólo indicaba un interés general-. ¿Y qué papeles son?

– Miao-shan nunca me lo dijo -respondió el chico-, pero me explicó que demostraban muchas cosas.

– ¿A qué se refería?

– Miao-shan siempre hablaba a muchos niveles -dijo-. Era muy lista. Yo fui a la universidad, pero ella era mucho más inteligente. -Guy sacó un fajo de papeles de su cartera-. Estos planos muestran la planta de la fábrica. No hay muchas puertas y muy pocas ventanas. Si hubiera un incendio, moriría mucha gente. -David había pensado lo mismo al ver los planos en casa de Su-chee, pero no dijo nada-. Pero además, si se usan productos químicos no hay una buena ventilación.

Los pensamientos de David se dirigieron al bebé. Cogió a Hu-lan de la mano y dijo:

– Yo no olí nada cuando estuve allí.

– No sé si los usan -admitió Guy-, sólo digo que si lo hicieran sería muy peligroso.