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Una hora más tarde, después de trazar los planes para el día siguiente, el inspector Lo los dejó en al entrada del Shanxi Grand Hotel y se fue a aparecer el vehículo. Mientras ellos cruzaban el vestíbulo camino del ascensor, una voz de mujer lo llamó.

– ¡David Stark!

David miró alrededor y vio a una mujer que se acercaba a él.

Era china, pero iba vestida diferente a la mayoría de las mujeres. Llevaba pantalones caqui, una blusa de seda, el pelo recogido en una coleta y pendientes grandes de oro.

– Señor Stark, soy Pearl Jenner. ¿Lo invito a tomar una copa?

A David el nombre le sonaba, pero no conseguía recordar de dónde.

– Lo siento, ya nos retirábamos -dijo. Lo único que quería era subir a su habitación y echar un vistazo a los papeles de Sun-. Ha sido un día muy largo.

Pearl Jenner estudió a Hu-lan y se volvió de nuevo hacia David.

– Vengo de lejos y no es muy fácil llegar hasta aquí.

– Sí, pero…

– Pensaba que querría hablar conmigo. Soy del Times. He estado cubriendo la compra de Tartan.

En ese momento David recordó quién era esa mujer: la autora del artículo que había leído el día del funeral de Keith, y en el que se mencionaba que la investigación federal por las acusaciones de soborno se archivarían gracias a su muerte. Se había equivocado con los hechos y sin duda le había causado un dolor innecesario a la familia Baxter.

– De momento no quiero conceder ninguna entrevista -dijo al tiempo que cogía a Hu-lan por el codo y seguía su camino.

– Tengo información sobre Ling Miao-shan -dijo Pearl.

David y Hu-lan se detuvieron y giraron en redondo.

Una sonrisa triunfal se dibujó en los labios de Pearl.

– ¿Por qué no vamos al bar? Hay alguien que creo les interesará conocer. -Giró sobre los tacones, segura de que David y su acompañante la seguirían.

El bar estaba en el subsuelo, al lado de las tiendas de regalos. Pearl se sentó junto a un hombre joven que tomaba un refresco de naranja.

– Me gustaría presentarle a Guy Lin. Guy, David Stark y… la señorita Liu, ¿no?

Hu-lan no la saludó, pero en cambio estrechó la mano del joven y se sentó. Guy no tenía más de veintidós años. A Hu-lan le pareció un chino del extranjero, y a David un joven de China continental. En cierto modo los dos tenían razón.

– Guy es de Taiyuan, pero igual que usted, señorita Liu, se educó en Estados Unidos. En realidad, fue a la misma universidad.

– ¿Estudiaste en la Universidad de California del Sur? -preguntó Hu-lan.

El joven asintió.

David tenía la mirada clavada en Pearl mientras pensaba que a pesar de que no le habían presentado a Hu-lan, no sólo sabía quién era sino dónde había estudiado.

– Sí, fue con una beca a estudiar química -continuó Pearl-. Pero las cosas no salieron según lo planeado. O sea, llegó a Estados Unidos, se inscribió en un curso de sociología, para tener una de las asignaturas no científicas exigidas, empezó a interesarse en el tema y para ganar un dinerito extra, ¿adivinen dónde acabó? En la ASST, la Administración para la Salud y la Seguridad en el Trabajo.

– No veo que tiene que ver todo esto con nosotros -se impacientó David.

– Déjeme acabar. -Pearl Jenner era guapa pero su sonrisa no era amable en absoluto-. Al principio Guy trabajaba como voluntario en la oficina: ayudaba a la gente con sus reclamaciones, respondía preguntas, rellenaba papeles. El trabajo empezaba a gustarle y él también le caía bien a la gente. Al cabo de un tiempo se olvidó de la química y lo único que quería era salir a ayudar a los nuevos amigos de su trabajo. Lo que más le interesaba era ir a las fábricas y ayudar a la gente maltratada.

“Pero había un problema: estaba en Estados Unidos con visado de estudiante. Un día lo pararon por una multa de tráfico. Nada grave, ¿no? Pero su nombre entró en el ordenador, y resulta que estaba ilegal. Sus amigos de la ASST trataron de ayudarlo. Aunque eran del gobierno, no pudieron hacer nada. Dos semanas más tarde estaba de vuelta en China.

– Señora Jenner, es tarde. Si tiene algo que decirme…

Pearl levantó la voz para interrumpir a David.

– Guy conoce el mundo exterior, conoce la parte buena, pero también la mierda de Estados Unidos. ¿Sabe a qué me refiero? Ponga a un norteamericano rapaz y a cien ilegales juntos y tendrá un negocio boyante, digno de cualquier negrero. Pero Guy conoce las normas. Así que una vez en China, empieza a husmear por ahí. Oye hablar de esas compañías estadounidenses que se han instalado en su provincia natal. Lo contratan en una y trabaja unos días. Si fuera otro tipo de personas, probablemente se habría quedado porque el salario es bueno, los dormitorios mejores que los complejos habitacionales del gobierno y el trabajo no demasiado duro. Pero se larga y prueba en otra fábrica, Knight International. El problema es que trabaja durante el día en el almacén, por lo que no puede ver cómo es el lugar en realidad. Entonces, un sábado se le ocurre una idea. Los sábados, a la una, los hombres y las mujeres de la región salen del complejo juntos. Se acerca a la chica más guapa que encuentra y entabla conversación.

– ¿Cuándo fue? -interrumpió David.

El chico levantó la vista.

– Hace tres meses -dijo-, pero ella -señaló a Pearl- hace que parezca otra cosa. Yo quería saber sobre la fábrica, pero cuando la vi, lo único que quería era conocerla a ella. Ese día la acompañé a su casa. No me hizo entrar, pero me dijo que nos veríamos al día siguiente. -Dudó y preguntó-: ¿La conoció?

David negó con la cabeza.

– Era hermosa -continuó Guy-, y por dentro tenía… -Se esforzó por encontrar la palabra-. Quería saber todo sobre Estados Unidos, y se lo conté. Cuando se enteró de por qué estaba en la fábrica, me explicó cómo eran las cosas allí: que había chicas demasiado jóvenes para trabajar, la forma en que los jefes mentían sobre el sueldo, la gravedad y la frecuencia de los accidentes de trabajo.

– ¿Tenía pruebas? -preguntó David, pensando que si la fábrica empleaba mano de obra infantil Hu-lan se lo hubiera dicho.

– Me contó lo que veía.

– Pero a lo mejor eran historias inventadas -sugirió David-. ¿Qué edad tenían las chicas? ¿Les pidió el carnet de identidad? ¿Te presentó a alguien que se hubiera lastimado? ¿Tenía historiales médicos?

– Señor Stark, termine de escucharlo -intervino Pearl-. Ya llegará a todo eso, y añadió dirigiéndose a Guy-: Dile lo que pensabas hacer con la información que reuniste y por qué era tan importante.

Guy, que no sabía nada de la historia de Hu-lan, explicó que en Estados Unidos las cosas eran muy diferentes. Que si alguien se hacía daño con un producto se podía demandar al fabricante. Y lo más asombroso, si el proceso de fabricación perjudicaba el medio ambiente, los vecinos o el gobierno podían obligar a la empresa a que reparara el daño, o a indemnizar a la gente y el Estado.

– Cuando me fui de China no teníamos ningún recurso si un producto nos quemaba o lastimaba -continuó-, pero mientras estuve fuera promulgaron una ley de derechos del consumidor. ¡Ahora hasta se puede demandar a las empresas del Estado! Ha habido medio millón de demandas individuales en los últimos tres años. Estoy seguro de que ha leído algo sobre las diferentes campañas con respecto a estas cuestiones.

Aunque Hu-lan siempre trataba de esquivar las campañas, ella, como cualquier otro ciudadano chino, no podía evitarlas, especialmente porque la base fundamental de todas era la prensa. Desde luego que había leído artículos como “¿La vida en China es peor que en el extranjero?” y “¡Una aguja en el nuevo riñón de mi padre!”. De hecho, los medios de comunicación eran el motor de las nuevas leyes para los consumidores. Desde que los reportajes de prensa podían presentarse como prueba en un juicio, las campañas de desprestigio tenían un papel importante para influir sobre los jueces. El resultado eran costosos contraataques montados en los medios por los demandados. Y aunque las indemnizaciones no eran tan lucrativas como en Estados Unidos -el récord aún se mantenía en los treinta mil dólares recibidos por la familia de una mujer que había muerto asfixiada por un calentador defectuoso-, los jueces por lo general concedían indemnizaciones a los demandantes dudosos sobre la base del “principio de justicia” que implicaba que los ricos debían ayudar a los pobres.

– ¿Pero qué tiene que ver todo esto con Knight?.-preguntó David-. Nunca han tenido ninguna demanda por productos defectuosos.

– No son los productos lo que me preocupa -dijo Guy-, sino cómo los hacen. Para mí, eso abarca no usar mano de obra infantil y proporcionar un entorno seguro. Hace tres años no teníamos derechos del consumidor ni responsabilidad civil, pero ahora sí. ¿Por qué no damos un paso más y exigimos derechos para los trabajadores? -Guy miró a David a los ojos-. Todos los países, incluido el suyo, tuvieron que empezar por alguna parte. Miao-shan y yo pensábamos que esa parte podía ser Knight. Pero las mujeres de la fábrica nunca nos ayudaron. Nunca dijeron nada porque tenían miedo de quedarse sin trabajo. Sin embargo, seguimos preguntando.

– ¿Aunque no contestaran? -preguntó Hu-lan.

Guy asintió. Hu-lan se tocó los labios, con un dedo, abstraída en sus pensamientos.

– Como las mujeres no nos ayudaban -continuó Guy-, le dije a Miao-shan que lo dejáramos, pero a ella se le ocurrió una idea. En la fábrica había un americano que le iba detrás. A veces, durante la semana, charlaban por la noche. Ella me dijo que estaba preocupado por la fábrica porque pensaba que la forma en que trataban a las mujeres era injusta. Empezó a contarle a Miao-shan cosas que pasaban dentro, cosas de dinero. En Taiyuan tengo un amigo comerciante. Tiene ordenadores en su oficina y me dejó usar uno. Entré en Internet y pedí ayuda.

– Así fue como me encontró -intervino Pearl-. En el periódico obtenemos información sobre China de la forma habitual, conferencias de prensa y discursos de los políticos. Las cosas que el gobierno quiere que sepamos son fáciles de averiguar. Pero ¿qué pasa con las cosas como Tiananmen? Teníamos enviados en Pekín en aquella época, pero también dependíamos en gran medida de los estudiantes que se comunicaban con nosotros por fax. Y lo mismo es válido para muchas otras cosas. Nos enteramos de algo, pero es difícil trabajar oficialmente. Hoy en día, con Internet, recibir información es más fácil que antes. China bloquea el sitio web del Times, pero la gente emprendedora como Guy sabe sortear cualquier dificultad.