– Estupendo -dijo Lou. Saltó del sofá y se acercó a la tele.
Laurie guió a Jack al sitio que acababa de dejar libre Lou.
– ¿Una copa de vino?
Jack asintió con un gesto. Estaba perplejo. No había ningún anillo a la vista y Lou estudiaba con atención el mando a distancia del vídeo. Laurie desapareció en la cocina, pero regresó de inmediato con una copa para Jack.
– No sé cómo va esto -protestó Lou-. En mi casa, la encargada del vídeo es mi hija.
Laurie cogió el mando a distancia y le explicó que primero tenía que encender la tele. Jack bebió un sorbo de vino. Era mucho mejor que el que él había llevado la noche anterior.
Laurie y Lou se sentaron junto a él en el sofá. Jack miró a uno y a otro, pero no le hicieron el menor caso. Miraban fijamente la pantalla.
– ¿Cuál es la sorpresa? -preguntó Jack.
– Espera y verás -respondió Laurie señalando la pantalla, que por el momento sólo mostraba nieve.
Más intrigado que nunca, Jack clavó la mirada en la pantalla. De repente se oyó una melodía y apareció el logotipo de la CNN, seguido por la imagen de un hombre rechoncho saliendo de un restaurante de Manhattan, que Jack reconoció como el Positano. El hombre estaba rodeado por un grupo de gente.
– ¿Pongo el sonido? -preguntó Laurie.
– No, no es necesario -respondió Lou.
Jack miró la secuencia. Cuando ésta hubo terminado, se giró hacia Laurie y Lou. Ambos sonreían con alegría.
– ¿Qué pasa? -preguntó Jack-. ¿Cuánto vino habéis bebido?
– ¿Sabes qué es lo que acabas de ver? -inquirió Laurie.
– Yo diría que ha sido un asesinato -respondió Jack.
– Es Carlo Franconi -dijo ella-. Después de ver esta escena, ¿no te recuerda nada?
– Sí, me recuerda esas viejas cintas del atentado de Lee Harvey Oswald.
– Pásala otra vez -sugirió Lou.
Jack miró la secuencia por segunda vez, aunque dividió la atención entre la pantalla y las caras de Laurie y Lou. Parecían fascinados. Después del segundo pase, Laurie se volvió hacia Jack una vez más y dijo:
– ¿Y?
– ¿Qué queréis que diga? -preguntó Jack.
– Deja que te enseñe algunas partes en cámara lenta dijo Laurie. Con el mando a distancia localizó la toma en que Franconi estaba a punto de subir a la limusina. La pasó en cámara lenta y luego la detuvo en el momento del tiroteo. Se acercó a la pantalla y señaló la parte posterior del cuello del hombre-. Esa es la entrada de la bala -señaló. Avanzó con el mando hasta el momento del segundo impacto, cuando la victima caía hacia la derecha.
– ¡Que me aspen! -exclamó Jack, atónito-. Mi último cadáver podría ser Carlo Franconi.
Laurie se giró, dando la espalda al televisor.
– Exactamente -dijo con tono triunfal. Todavía no tenemos pruebas irrefutables, desde luego, pero teniendo en cuenta las heridas de entrada y el trayecto de las balas en el cuerpo estoy dispuesta a jugarme cinco pavos.
– ¡Guau! -exclamó Jack-. Acepto la apuesta, aunque quiero recordarte que es un ciento por ciento superior a cualquier apuesta que hayas hecho en mi presencia.
– Es que esta vez estoy muy segura -respondió Laurie.
– Laurie es un lince -dijo Lou-. Hizo la asociación de inmediato. Siempre me hace sentir como un idiota
– Venga ya -dijo Laurie, dándole un empujón amistoso.
– ¿Esta es la sorpresa que queríais enseñarme? -preguntó Jack con cautela. No quería abrigar falsas esperanzas.
– Sí -dijo Laurie-. ¿Qué pasa? ¿No estás tan emocionado como nosotros?
Jack soltó una risita de alivio.
– Claro que sí. Estoy en la gloria.
– Nunca sé cuándo hablas en serio -repuso Laurie que detectó el típico dejo irónico de Jack en la respuesta.
– Es la mejor noticia que me han dado en muchos días, quizá incluso en semanas.
– Bueno, tampoco te pases -dijo Laurie. Apagó la tele y el vídeo-. Ahora, a cenar.
Durante la cena se preguntaron por qué nadie había considerado la posibilidad de que el cadáver que había aparecido en el agua fuera el de Franconi.
– En mi caso fue por la localización de las heridas de bala -dijo Laurie-, que no coincidía con las de Franconi. Además, me despistó el hecho de que encontraran el cuerpo en Coney Island. Si lo hubieran pescado en East River habría sido otra historia.
– Supongo que yo me despisté por el mismo motivo -sugirió Jack-. Y luego, cuando descubrí que las heridas eran post mortem, ya estaba obsesionado por mi descubrimiento en el hígado. A propósito, Lou, ¿Franconi se sometió a un trasplante de hígado?
– No, que yo sepa -respondió Lou-. Estuvo enfermo durante varios años, pero nunca supe el diagnóstico. No he oído nada acerca de un trasplante de hígado.
– Si no se le practicó un trasplante de hígado, el muerto no es Franconi -aseguró Jack-. Aunque el laboratorio de ADN no termina de confirmarlo, yo estoy convencido de que el hombre que apareció en el agua tiene un hígado donado.
– ¿Qué mas podéis hacer para confirmar que la víctima y Franconi son la misma persona? -preguntó Lou.
– Podemos pedir una muestra de sangre de la madre -dijo Laurie-. Comparando el ADN mitocondrial, que todos heredamos de nuestra madre, podemos determinar si la víctima es Franconi. Estoy segura de que la madre se prestará, pues ella fue a identificar el cuerpo.
– Es una pena que no se hayan hecho radiografías cuando ingresó el cuerpo de Franconi -comentó Jack-. Con eso lo habríamos conseguido.
– ¡Pero sí hay radiografías! -exclamó ella, con entusiasmo-. Acabo de descubrirlo esta tarde. Marvin las hizo.
– ¿Y dónde coño están? -preguntó Jack.
– Marvin dijo que se las llevó Bingham -respondió Laurie-. Deben de estar en su oficina.
– Entonces sugiero que hagamos una pequeña excursión al depósito -dijo Jack-. Me gustaría dejar solucionado este asunto.
– El despacho de Bingham estará cerrado -dijo Laurie.
– Creo que esta situación requiere un poco de creatividad -dijo Jack.
– Amén -intervino Lou-. Este era el descubrimiento que esperaba.
En cuanto terminaron de comer y -debido a la insistencia de Jack y Lou- de limpiar la cocina, los tres cogieron un taxi y se dirigieron al depósito. Entraron por la puerta principal y fueron directamente hacia la oficina del depósito.
– ¡Dios mío! -exclamó Marvin cuando vio a Jack y a Laurie. Era raro que dos forenses aparecieran al mismo tiempo a esas horas de la noche-. ¿Ha habido alguna catástrofe?
– ¿Dónde están los porteros?
– La última vez que los vi estaban en la sala de autopsias -dijo Marvin-. En serio, ¿qué pasa?
– Tenemos una crisis de identidad -bromeó Jack.
Jack condujo a los demás a la sala de autopsias y dejó la puerta entornada.
Marvin tenía razón. Los dos porteros estaban ocupados fregando el amplio suelo de baldosas.
– Supongo que tenéis las llaves de la oficina del jefe -dijoJack.
– Claro -dijo Daryl Foster.
Daryl llevaba casi treinta años trabajando para el Instituto Forense. Su compañero, Jim O'Donnel era relativamente nuevo en su puesto.
– Tenemos que entrar ahí -dijo Jack-. ¿Le importaría abrirnos la puerta?
Daryl titubeó.
– Al jefe no le gusta que la gente entre en su despacho -res pondió.
– Yo asumo la responsabilidad -dijo Jack-. Es una emergencia. Además, está con nosotros el detective Soldano, del Departamento de Policía, así que no robaremos gran cosa.
– No sé -dudó Daryl. Era evidente que se sentía incómodo y que las bromas de Jack no le hacían gracia.
– Entonces deme la llave -dijo Jack. Tendió la mano-. De esa forma no se comprometerá.
A regañadientes, Daryl sacó dos llaves del llavero y se las entregó a Jack.
– Una es del despacho exterior y la otra del despacho interior del doctor Bingham.
– Se las devolveré dentro de cinco minutos -dijo Jack.
Daryl no respondió.
– Creo que ese pobre tipo está asustado -comentó Lou mientras los tres subían en el ascensor hacia la primera planta.
– Cuando Jack trabaja en una misión hay que tener cuidado con él -dijo Laurie.
– La burocracia me saca de mis casillas -replicó Jack-. No hay ninguna razón para que las radiografías estén en la oficina del jefe.
Jack abrió la puerta de la oficina exterior y luego la del despacho del doctor Bingham. Encendió las luces.
El despacho era amplio, con un escritorio grande a la izquierda, situado debajo de un ventanal, y una mesa de biblioteca a la derecha. Delante de la mesa había varios utensilios para la enseñanza, incluyendo una pizarra y un negatoscopio.
– ¿Dónde buscamos? -preguntó Laurie.
– Esperaba que estuvieran en la caja de las radiografías -dijoJack-. Pero no las veo. Ya sé, yo revisaré el escritorio y el archivador mientras tú echas un vistazo alrededor.
– Bien -respondió Laurie.
– ¿Qué hago yo? -preguntó Lou.
– Tú quédate ahí y asegúrate de que no robemos nada -se burló Jack.
Abrió los cajones del archivador, pero los cerró de inmediato. Las radiografías de cuerpo entero que se hacían después de un ingreso debían estar guardadas en carpetas grandes. No era fácil ocultarlas.
– Esto parece prometedor -dijo Laurie. Había encontrado una pila de radiografías en el armario situado debajo del negatoscopio. Puso las carpetas sobre la mesa y miró los nombres. Encontró las de Franconi y las separó de las demás.
Cuando regresaron a la planta baja, Jack cogió las radiografías del cuerpo que había sido hallado en el mar y llevó las dos carpetas a la sala de autopsias. Devolvió las llaves del despacho de Bingham a Daryl y le dio las gracias. Daryl se limitó a responder con una inclinación de cabeza.
– Muy bien, colegas -dijo Jack de camino hacia el negatoscopio-. Ha llegado el gran momento. -Primero puso en el visor las radiografías de Franconi y luego las del cuerpo sin cabeza-. ¿Qué os parece? -dijo después de una rapidísima inspección-. Laurie, te debo cinco pavos.
Laurie soltó un gritito triunfal mientras Jack le daba el dinero. Lou se rascó la cabeza y se acercó al negatoscopio para estudiar las radiografías.
– ¿Cómo podéis saberlo tan rápido? -preguntó.
Jack señaló las sombras de las balas casi oscurecidas por una masa de perdigones en la radiografía del cuerpo de la última autopsia y le señaló cómo correspondían exactamente a las balas en las radiografías de Franconi. Luego señaló dos fracturas idénticas en la clavícula que aparecían en las placas de los dos cuerpos.