Marqué el número y conseguí a Lester a la segunda llamada.

– El caso es, Lester, -dije-. Qué obtuve este número del periódico. ¿En verdad está contratando fabricantes de juguetes?

– Sí, pero sólo estamos empleando a fabricantes de juguetes del calibre más alto.

– ¿Elfos?

– Todos saben que son los mejores en la línea de los fabricantes de juguetes.

– ¿Está empleando a alguna persona aparte de elfos?

– ¿Es usted o no un elfo buscando trabajo?

– Busco a un fabricante de juguetes. Sandy Claws. -Clic. Desconectaron. Volví a marcar y alguien que no era Lester contestó. Pedí a Lester y me dijeron que no estaba disponible. Pedí el lugar de la entrevista de trabajo y esto causó otra desconexión.

– No sabía que teníamos elfos en Trenton, -dijo la Abuela-. ¿No es raro? Elfos directamente bajo nuestra nariz.

– Pienso que estaba bromeando sobre los elfos, -dije.

– Qué lastima,-dijo la Abuela-. Los elfos serían divertidos.

– Siempre estás trabajando, -me dijo mi madre-. Ni siquiera puedes hornear galletas de Navidad sin hacer llamadas telefónicas sobre criminales. La hija de Loretta Krakowski no hace eso. La hija de Loretta viene a casa de la fábrica de botónes y nunca piensa en su trabajo. La hija de Loretta hace a mano todas sus tarjetas de Navidad. -Mi madre dejó de mezclar la masa y me miró, con los ojos abiertos de par en par y llenos de miedo-. ¿Enviaste tus tarjetas de Navidad?

Oh Dios mío, las tarjetas de Navidad. Me olvidé completamente de las tarjetas de Navidad.

– Seguro, -dije-. Las envié la semana pasada. -Esperé que Dios y Santa Claus no me escucharan decir mentiras.

Mi madre suspiró y se santiguó.

– Menos mal. Temí que lo olvidaras, otra vez.

Nota mental. Comprar algunas tarjetas de Navidad.

Hacia las cinco habíamos terminado con las galletas y mi madre tenía una bandeja de lasaña en el horno. Las galletas estaban en frascos y tarros y algunas amontonadas en platos para comerlas inmediatamente. Yo estaba en el fregadero, lavando las últimas bandejas del horno, y sentí que se me erizaba la piel detrás de mi cuello. Me dí la vuelta y choqué con Diesel.

– Te llevaste mi coche, -dije, brincando hacia atrás-. Sólo te fuiste con él. ¡Lo robaste!

– Relájate. Lo tomé prestado. No quise molestarte. Estabas ocupada haciendo galletas.

– ¿Si tenías que ir a algún sitio por qué no sólo te proyectares allí… como apareciste de repente en mi apartamento?

– Trato de pasar desapercibido. Dejo los saltos para ocasiones especiales.

– No eres realmente el Espíritu de la Navidad, ¿verdad?

– Podría serlo si quisiera. Oí que el trabajo está a disposición de cualquiera. -Llevaba puestas las mismas botas, vaqueros y chaqueta, pero había sustituido la camisa manchada por un suéter marrón.

– ¿Fuiste a casa para cambiarte?

– Mi casa queda lejos. -Él giró juguetonamente un mechón de mi pelo alrededor de su dedo-. Haces muchas preguntas.

– Sí, pero no consigo ninguna respuesta.

– Hay un pequeño tipo rechoncho en la sala de estar con tu papá. ¿Es ese tu novio?

– Es Albert Kloughn. El novio de Valerie.

Oí que se abría la puerta principal, y segundos más tarde, Morelli entró en la cocina. Miró primero hacia mí y luego a Diesel. Tendió su mano a Diesel.

– Joe Morelli, -dijo.

– Diesel.

Gastaron un momento midiéndose. Diesel era una pulgada más alta y tenía más masa. Morelli no era alguien con quién uno querría encontrarse en un callejón oscuro. Morelli era delgado, todo músculo y ojos oscuros evaluadores. El momento pasó, Morelli me sonrió y dejó caer un beso ligero como una pluma en mi coronilla.

– Diesel es un extraterreste o algo así, -dije a Morelli-. Apareció en mi cocina esta mañana.

– Mientras no haya pasado la noche, -dijo Morelli. Pasó junto a mí hacia una lata de galleta, le quitó la tapa, y seleccionó una.

Le lancé una mirada cortante a Diesel y lo agarré sonriendo.

El busca de Morelli sonó. Comprobó los datos y juró. Usó el teléfono de la cocina, clavando los ojos en sus zapatos mientras hablaba. Nunca era un buen signo. La conversación fue corta.

– Tengo que irme, -dijo-. Trabajo.

– ¿Te veré más tarde?

Morelli me sacó a la escalinata trasera y cerró la puerta detrás de nosotros.

– Stanley Komenski acaba de ser encontrado metido en un barril de desecho industrial. Estaba en el callejón detrás de aquel nuevo restaurante tailandés en la calle Sumner. Por lo visto había estado allí hace días y estaba atrayendo moscas, por no mencionar algunos perros locales y una horda de cuervos. Él era el matón de Lou Dos Dedos así que va a ponerse feo. Y si eso no es lo suficientemente malo, hay un chiflado incendiando el alambrado eléctrico. Ha habido pequeños apagones por todo Trenton y súbitamente se corrigen. No es un gran problema, pero hace un lío del tráfico. -Morelli volteó su cabeza para mirar a través del vidrio, a la cocina-. ¿Quién es el tipo grande?

– Te lo dije. Apareció de repente en mi cocina esta mañana. Creo que es un extraterrestre. O tal vez alguna clase de fantasma.

Morelli me palpó la frente.

– ¿Tienes fiebre? ¿Te has caído otra vez?

– Estoy bien. Presta atención. El tipo apareció en mi cocina.

– Sí, pero todos aparecen en tu cocina.

– No así. Él de verdad apareció de pronto y de improviso. Como si hubiese sido teletransportado, o algo parecido.

– De acuerdo, -dijo Morelli-, te creo. Es un extraterrestre. -Morelli me arrastró apretándome contra él, y me besó. Y se marchó.

– Entonces, -dijo Diesel, cuando volví a la cocina-. ¿Cómo fue eso?

– No creo que me creyera.

– ¡Estás de broma! Vas por ahí diciéndole a las personas que soy un extraterrestre y finalmente van a internarte en un manicomio. Y sólo para que conste, no soy un extraterrestre. Y no soy un fantasma.

– ¿Vampiro?

– Un vampiro no puede entrar en una casa sin invitación.

– Esto es demasiado extraño.

– No es tan extraño, -dijo Diesel-. Puedo hacer algunas cosas que la mayor parte de las personas no pueden. No hagas más de ello de lo que es.

– ¡No sé lo que es!

La sonrisa de Diesel volvió.

* * * * *

Exactamente a las seis nos sentamos a la mesa.

– Esto no es agradable, -dijo la Abuela-. Parece una fiesta.

– Estoy aplastada, -dijo Mary Alice-. A los caballos no les gusta cuando están aplastados. Hay demasiadas personas en esta mesa.

– Tengo espacio, -dijo Albert Kloughn-. Puedo allegar mi tenedor y todo lo demás.

Mi padre ya tenía la lasaña en su plato. Mi padre siempre era servido primero con la esperanza de que él estaría ocupado con la comida y no saltaría y estrangularía a la Abuela Mazur.

– ¿Dónde está la salsa? -él preguntó-. ¿Dónde está la salsa extra?

Angie con cuidado le pasó la salsera con la [4] salsa marinara adicional a Mary Alice. A Mary Alice le dio mucho trabajo lograr poner sus cascos alrededor de la salsera, ésta se tambaleó en el aire y luego se estrelló en la mesa, soltando una ola gigante de salsa de tomate. La Abuela se lanzó a través de la mesa para agarrar la salsera, atropelló un candelabro y el mantel se encendió. Ésta no era la primera vez que había pasado.

– ¡Madre Mía! Fuego, -gritó Kloughn-. Fuego. ¡Fuego! ¡Vamos todos a morir!

Mi papá miró hacia arriba brevemente, negó con la cabeza como si no pudiera creer que ésta realmente fuera su vida, y volvió a cavar en su lasaña. Mi madre se santiguó. Y yo vertí una jarra de agua helada en medio de la mesa, poniéndole fin al fuego.

Diesel sonrió abiertamente.

– Amo esta familia. Realmente adoro esta familia.

– En verdad no pensé que íbamos a morir, -dijo Kloughn.

– Ten otra rebanada de lasaña, -dijo mi madre a Valerie-. Mírate, eres un costal de huesos.

– Eso es porque vomita cuando come, -dijo la Abuela.

– Tengo un virus, -dijo Valerie-. Me pongo nerviosa.

– Tal vez estás embarazada, -dijo la Abuela-. Quizás tienes náuseas matutinas todo el día. -Kloughn se puso pálido y cayó de su silla. Y se estrelló en el suelo.

La Abuela lo miró hacia abajo.

– Ya no hacen a los hombres como antes.

Valerie se llevó la mano a la boca y salió del cuarto, subiendo al cuarto de baño.

– Santa María Madre de Dios, -dijo mi madre.

Kloughn abrió los ojos.

– ¿Qué pasó?

– Te desmayaste, -dijo la Abuela-. Caíste como un saco de arena.

Diesel saltó de su silla y ayudó a Kloughn a levantarse.

– Bien hecho, semental, -dijo Diesel.

– Gracias, -dijo Kloughn-. Soy muy viril. Es típico de la familia.

– Estoy cansada de estar sentada, -dijo Mary Alice-. Necesito galopar.

– No galoparás, -gritó mi madre a Mary Alice-. No eres un caballo. Eres una niña, y actuarás como una o te irás a tu cuarto.

Nos quedamos aturdidos porque mi madre nunca gritaba. Y aún más espantoso, mi madre (habiendo pasado su tiempo conmigo, el cadete espacial original) nunca le dio demasiada importancia al asunto del caballo.

Hubo un momento de silencio y luego Mary Alice comenzó a chillar. Tenía los ojos apretados y la boca abierta de par en par. Su cara estaba roja y manchada y las lágrimas goteaban de sus mejillas a su camisa.

– Cristo, -dijo mi padre-. Alguien haga algo.

– Oye, niña, -dijo Diesel a Mary Alice-, ¿qué quieres este año para Navidad?

Mary Alice trató de dejar de llorar pero sorbía e hipaba. Se restregó las lágrimas de la cara y se limpió la nariz con el dorso de su mano.

– No quiero nada para la Navidad. Odio la Navidad. La Navidad es una porquería.

– Debe haber algo que quieras, -dijo la Abuela.

Mary Alice empujó su comida alrededor del plato con el tenedor.

– No hay nada. Y sé que no existe Santa Claus, además. Es sólo un gran fraude.

Nadie tuvo una respuesta inmediata. Nos había cogido por sorpresa. No había Santa Claus. ¿Cuán malo era eso?

Diesel finalmente se apoyó hacia adelante en sus codos y miró a través de la mesa a Mary Alice.

– Esta es la forma en que yo lo veo, Mary Alice. No puedo decir de seguro si hay realmente un Santa Claus, pero creo que es entretenido fingirlo. La verdad es que todos tenemos la opción de hacerlo, y podemos creer en lo que queramos.

[4] Salsa marinara: salsa hecha de tomates, cebollas, ajo, y especias. (N. de la T.)