– Sí.

– No pareces un cazarrecompensas.

– ¿A qué se supone que se parece un cazarrecompensas?

– Vestido de negro, con un revólver de seis tiros atado a su pierna, un puro cortado en ambos extremos apretado entre sus dientes. -Puse otra vez los ojos en blanco.

– Y vas detrás de Santa Claus porque huyó.

– No Santa Claus, -dije-. Sandy Claws. S-a-n-d-y C-l-a-w-s.

– Sandy Claws. Mujer, ¿cómo puedes creerlo con ese nombre? ¿Qué robó, un gatito?

Eso venía de un tipo llamado como el motor de un tren.

– Primero, tengo un trabajo legítimo. Trabajo para la Compañía de Fianzas Vincent Plum como cazadora de fugitivos. Segundo, Claws no es un nombre tan extraño. Probablemente era Klaus y lo cambiaron en la Isla Ellis. Pasó mucho. Tercero, no sé por qué te lo estoy explicando. Probablemente tuve un accidente, me caí, me pegué en la cabeza y estoy realmente en la [1] UCI ahora mismo, alucinando todo esto.

– Mira, este es el típico problema. Ya nadie cree en lo místico. Nadie cree en los milagros. Pues sucede que soy algo sobrenatural. ¿Por qué mejor no lo aceptas y listo? Apuesto que tampoco crees en Santa Claus. Tal vez Sandy Claws no cambió su nombre de Klaus. Quizás cambió su nombre de Santa Claus. Acaso el viejo tipo se cansó de la rutina de los juguetes para niños y sólo quiso esconderse en algún sitio.

– ¿Entonces piensas que Santa Claus podría vivir en Trenton bajo un nombre falso?

Diesel se encogió de hombros.

– Es posible. Santa es un tipo bastante evasivo. Tiene un lado oscuro, sabes.

– No lo sabía.

– No muchas personas lo saben. ¿Así que si logras agarrar a este tipo Claws, tendrías un Árbol de Navidad?

– Quizás no. No tengo dinero para un árbol. Y no tengo ningún adorno.

– Diablos, estoy clavado con un quejoso. Nada de tiempo, dinero, ni adornos. Sí, sí, sí.

– Oye, esta es mi vida y no tengo que tener un Árbol de Navidad si no quiero.

Ahora, en realidad quise un Árbol de Navidad. Quise un árbol voluminoso y alto con luces de colores brillantes y un ángel encima. Quise una corona en mi puerta principal. Quise candelabros rojos en mi mesa del comedor. Quise mi armario lleno de regalos maravillosamente envueltos para mi familia. Quise villancicos saliendo de mi equipo de música. Y quise un pastel de frutas en mi refrigerador. Era lo qué que cada entusiasta Plum se suponía tenía en Navidad, ¿cierto?

Quise despertarme por la mañana, sentirme feliz y llena de buenas intenciones y paz en la tierra y buena voluntad hacia hombres. Y quise tener una perdiz en mi peral.

Bien, ¿y adivina qué? No tenía ninguna de esas cosas. Ni árbol, ni corona, ni candelabros, ni regalos, ni ningún pastel de frutas de miedo y ninguna maldita perdiz.

Cada año perseguía la perfecta Navidad y cada año la Navidad casi sucedía. Mis Navidades eran siempre un lío de regalos de última hora mal envueltos, un pedazo de pastel de frutas enviado a casa en una bolsa con los restos de la casa de mis padres, y por los dos últimos años no he tenido un árbol. Apenas podía pretender llegar a la Navidad.

– ¿Qué quieres decir, no quieres un Árbol de Navidad? -dijo Diesel-.Todo el mundo quiere un Árbol de Navidad. Si tuvieras un Árbol de Navidad, Santa te traería algo… como rulos para el pelo y zapatos de mujerzuela.

Se me escapó un suspiro.

– Aprecio tu compenetración con la Navidad, pero ahora vas a tener que marcharte. Tengo cosas que hacer. Tengo que trabajar en el caso de Claws y luego más tarde prometí a mi madre que iría para hornear galletas de Navidad.

– No es un buen plan. Hornear galletas no me gusta mucho. Tengo uno mejor. ¿Y sí encontramos a Claws y luego compramos un árbol? Y por el camino a casa después de comprar el árbol podemos ver si los Titanes juegan esta noche. Tal vez podamos agarrar un juego de hockey.

– ¿Cómo sabes sobre los Titanes?

– Lo sé todo.

De nuevo puse los ojos en blanco y lo pasé raspando. Lo hacía tanto, que me daría un dolor de cabeza.

– Bien, he estado en Trenton antes, -dijo-. Tienes que dejar de hacer rodar los ojos. Vas a soltarte algo.

Yo había planeado tomar una ducha, pero no había modo que entrara en la ducha con un hombre extraño sentado en mi sala de estar.

– Me cambio de ropa, y luego voy a trabajar. No vas a entrar en mi dormitorio, ¿verdad?

– ¿Quieres que lo haga?

– ¡No!

– Tú te lo pierdes. -Volvió al sofá y a la televisión-. Avísame si cambias de opinión.

Una hora más tarde estábamos en mi Honda CRV. Yo y el Hombre Sobrenatural. No lo había invitado a corretear conmigo. Él simplemente había abierto la puerta y había entrado en el coche.

– Admítelo, te gusto, ¿cierto? -preguntó.

– Falso, no me gustas. Pero, por alguna misteriosa razón, no estoy totalmente aterrorizada.

– Es porque soy encantador.

– No eres encantador. Eres un imbécil.

Él me lanzó otra de sus sonrisas asesinas.

– Ya, pero soy un imbécil encantador.

Yo conducía y Diesel iba en el asiento de pasajeros, hojeando mi carpeta de Claws.

– Entonces qué hacemos, ¿vamos a su casa y lo sacamos por la fuerza?

– Él vive con su hermana, Elaine Gluck. Pasé por su casa ayer, y ella me dijo que se había esfumado. Creo que sabe donde está así que vuelvo hoy para presionarla un poco.

– Setenta y seis años, y este tipo irrumpió en Kreider Hardware a las dos de la mañana y robó el valor de mil quinientos dólares en herramientas eléctricas y un galón de pintura amarilla Gloria Matutina, -leyó Diesel-. Fue sorprendido por una cámara de seguridad. Qué idiota. Todos saben que tienes que llevar puesto un pasamontañas cuando haces un trabajo así. ¿No mira la televisión? ¿No ve las películas? -Diesel sacó una foto del archivo-. Espera. ¿Este es el tipo?

– Sí.

La cara del Diesel se iluminó y le volvió la sonrisa.

– ¿Y pasaste por su casa ayer?

– Sí.

– ¿Eres buena en lo que haces? ¿Eres buena en seguirle la pista a las personas?

– No. Pero tengo suerte.

– Mucho mejor, -él dijo.

– Parece que has tenido una revelación.

– Bingo. Las piezas comienzan a juntarse.

– ¿Y?

– Lo siento, -dijo-. Fue una de esas revelaciones personales.

Sandy Claws y su hermana, Elaine Gluck, vivían al norte de Trenton en un vecindario de casas pequeñas, televisores grandes, y coches americanos. El espíritu festivo corría eufórico en el barrio de Sandy. Los pórticos estaban arreglados con luces de colores. Las luces eléctricas brillaban en las ventanas. Los patios delateros estaban atestados de renos, hombres de nieves, y Santas. La casa de Sandy Claws era la mejor, o la peor, según el punto de vista. La casa estaba revestida con luces de Navidad rojas, verdes, amarillas, y azules, intercalada con cascadas de diminutas luces blancas intermitentes. Un letreto iluminado en el techo titilaba el mensaje de PAZ EN LA TIERRA. Un Santa de plástico grande y su trineo abarrotaba el minúsculo patio delantero. Y un trío de cantantes de plástico, de metro y medio de alto se amontanaban juntos en el pórtico delantero.

– Ahora éste es espíritu, -dijo Diesel-. Un bonito toque con las luces parpadeando en el techo.

– A riesgo de ser cínica, probablemente se robó las luces.

– No es problema mío, -dijo Diesel, abriendo la puerta del coche.

– Aguántate. Cierra la puerta, -dije-.Tú te quedas aquí mientras hablo con Elaine.

– ¿Y perderme toda la diversión? De ninguna manera. -Salió del CRV, y se quedó parado, con las manos en bolsillos, en la acera, esperándome.

– Bien. Está bien. Sólo no digas nada. Sólo quédate detrás mío e intenta verte respetable.

– ¿Crees que no me veo respetable?

– Tienes manchas de salsa en tu camisa.

Él se miró hacia abajo.

– Esta es mi camisa favorita. Es muy cómoda. Y no son manchas de salsa. Son manchas de grasa. Solía trabajar en mi moto con esta camisa.

– ¿Qué clase de moto?

– Una Harley personalizada. Tenía un viejo crucero grande con tubos de Pitón. -Sonrió, recordando-. Era fascinante.

– ¿Qué le pasó?

– Choqué.

– ¿Es así cómo conseguiste ser como eres ahora? ¿Muerto, o como sea?

– No. Lo único que murió fue la moto.

Era media mañana y el sol estaba perdido detrás de un cúmulo de nubes que eran del color y la textura del tofu. Yo llevaba puestos calcetines de lana, botas CAT con suela gruesa, vaqueros negros, una camisa de franela de tela escocesa roja sobre una camiseta, y una chaqueta de moto de cuero negra. Me veía bastante ruda, de un modo muy admirable… y tenía el trasero completamente congelado. Diesel llevaba puesta su chaqueta desabrochada y no parecía tener ni una pizca de frío.

Crucé la calle y toqué el timbre. Elaine abrió la puerta de par en par y me sonrió. Era un par de pulgadas más baja que yo y casi tan ancha como alta. Tenía tal vez setenta años. Su pelo era blanco como la nieve, corto y rizado. Tenía mejillas de manzana y ojos azules brillantes. Y olía como galletas de pan de jengibre.

– Hola, querida, -dijo-, que agradable verte otra vez. -Miró hacia el lado donde Diesel espiaba y jadeó-. Oh, -dijo, con el rubor subiendo desde su cuello a su mejilla-. Me asustaste. No te vi parado allí al principio.

– Estoy con la Sra. Plum, -dijo Diesel-. Soy… su colaborador.

– Dios mío.

– ¿Está Sandy en casa? -Pregunté.

– Me temo que no, -dijo-. Él está muy ocupado en esta época del año. Algunas veces no le veo por muchos días. Tiene una juguetería, sabe. Y las jugueterías están muy ocupadas en Navidad.

Yo conocía la juguetería. Era una sombría y pequeña tienda en un centro comercial en Hamilton Township.

– Pasé por la tienda ayer, -dije-. Estaba cerrada.

– Sandy debe haber estado ocupado haciendo diligencias. A veces cierra para hacer diligencias.

– Elaine, usted utilizó esta casa como garantía para sacar bajo fianza a su hermano. Sí Sandy no aparece en el tribunal, mi jefe la embargará.

Elaine siguió sonriendo.

– Estoy segura que su jefe no haría algo tan malo como eso. Sandy y yo acabamos de llegar, pero ya amamos esta casa. Empapelamos el cuarto de baño la semana pasada. Se ve encantador.

Vaya. Esto sería un desastre. Si no presento a Claws, no me pagan y me inclino a ser una gran arruinada. Si amenazo e intimido a Elaine para perseguir a su hermano, parezco una desalmada. Mejor ir detrás de un asesino enloquecido que ser odiado por todo el mundo, incluida mi madre. Por supuesto, los asesinos enloquecidos tienden a disparar a los cazadores de recompensas, y ser disparado no está en lo alto de mi lista de actividades favoritas.

[1] UCI: Unidad de Cuidados Intensivos. (N. de la T.)