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El portero alzó la cabeza.

– A veces me canso de trabajar hasta tan tarde -comentó-. Basta de turnos de noche, por favor. Basta de turnos de noche.

– Mira, tienes un empleo, ¿no es cierto? -replicó el hermano, tratando de animarle.

Con una celeridad que parecía milagrosa, Vlad, VIade o Lewis sonrió.

– ¿Pero qué coño hago? Siento lástima de mí mismo cuando estoy aquí sentado con el mejor exterior derecho que ha existido jamás, ¡y le falta la mano izquierda! Precisamente la izquierda, la mano con que batea y lanza. No sabe cuánto lo siento, señor O'Neill. No hay derecho a que sienta lástima de mí mismo delante de usted.

Naturalmente, también Wallingford sentía lástima de sí mismo, pero quería ser Paul O'Neill un poco más. Así empezaba a alejarse del Patrick Wallingford que había sido hasta entonces.

Allí estaba él, el hombre de los desastres, cultivando un aspecto que mostrar a la hora del cóctel. Sabía que era sólo una actuación, pero una parte, la de sentir lástima de sí mismo, era auténtica.