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A fin de cuentas, acabó por desistir del estofado, y se contentó con una sopa de tomate Campbell enlatada, que puso a calentar; y cogiendo unas grandes galletas saladas que guardaba en una bolsa de papel, se lo llevó todo a la sala de estar. Allí, sobre la estrecha mesa estaba el libro ilustrado de poemas de Thomas que le había enseñado a Bailarina, y también libros de investigación, tal como los había dejado. Kizu se decidió a tomar en sus manos el libro que comparaba a Thomas con Kierkegaard, y que también le había mostrado a Bailarina; de él eligió el artículo en que cierta investigadora comentaba la antología ilustrada con láminas en color, y lo fue leyendo un poco al azar.

La autora, en un tono académico, insistía mucho en que la palabra "ingrowing" era un término clave para Thomas. Significa un "crecimiento hacia dentro", como cuando una uña crece hacia la carne y se incrusta en ella. Thomas es bien consciente de que si se piensa por mucho tiempo sobre algo, hay peligro de caer en un modo de pensar encerrado en sí mismo. Como dice el poeta Yeats:

"Las ideas pensadas por mucho tiempo dejan de ser ideas. Como a la belleza sucede la muerte de la belleza; y al valor de algo sobreviene la muerte de ese valor".

Y, desde luego, puede ocurrir así.

De ese modo, Thomas, al ponerse a escribir poemas adecuados a aquellas pinturas, trata de renovarse vitalmente para no caer en ese encerramiento sin salida de uno mismo como poeta. Tras decir esto, la autora entraba en su tema predilecto, a saber: un análisis de cierto poema de Thomas en que éste escribe sobre el cuadro de Rene Magritte que representa una bota cuya puntera se torna en un pie humano.

A partir de ahí, Kizu volvía a su modo de pensamiento encerrado en sí mismo, a sus ideas alimentadas con esa tendencia -propia a veces de las uñas- de crecer hacia dentro. Y aunque se encontraba en la cocina, seguía dándoles vueltas a esos pensamientos: sobre Tokio se había desencadenado una gran catástrofe, dejando por todos lados cadáveres de los que era imposible ocuparse, y que quedaban sólo para rendir un favor a los cuervos -ya que por esa zona no hay perros salvajes-…; y los restos de dichos cadáveres se pudrían, o tal vez se resecaban. Uno de esos muertos era él mismo. En medio de estos pensamientos, ¿cómo podría creer en la perennidad del alma?

– Por el contrario, ¿no es eso más bien un signo? -llegó Kizu a pensar en voz alta, como para asegurarse de que tales ideas iban "ingrowing" -creciendo hacia dentro-, en su persona.

Ese día había comenzado con la visita de Bailarina y, en general para Kizu, había sido una jornada muy pródiga en acontecimientos. Por otro lado, para el nuevo movimiento de Patrón también había sido un día importante. Cuando Bailarina se pasó por el apartamento de Kizu, ya venía de vuelta del hospital. Y luego, antes de llegar ella a la oficina, ya allí recibían la noticia de que Guiador había recobrado el conocimiento. Ante todo, Ogi llevó a Patrón en coche al hospital, y siguiéndole el rumbo iba Ikúo al volante del microbús, con Bailarina a bordo. Así, esta vez les fue posible ver a Guiador. Cuando se hizo de noche, Patrón manifestó deseos de hablar con Kizu, por lo que Ikúo lo llamó por teléfono unas cuantas veces, pero sin conseguir respuesta. Y era que Kizu había salido para que le curaran la herida de su muñeca. Cuando a medianoche Ikúo regresó al apartamento, Kizu estaba todavía levantado; de modo que los dos se pusieron en camino de nuevo hacia la oficina.

Tanto Kizu como Ikúo carecían de un conocimiento directo sobre todo lo relativo a Guiador, y por eso hablaron poco durante el trayecto. Cuando llegaron a Seijoo, se enteraron de que Ogi se había quedado para toda la noche, como quien monta guardia, en la sala de espera de la planta del hospital donde se encontraba Guiador, por si hubiera algún cambio en la condición de éste. Kizu fue conducido por Bailarina al estudio-dormito-rio de Patrón. Este último estaba sentado en la butaca baja, al lado de su cama, un tanto encogido allí, y con la cabeza caída sobre el pecho. Pero así que se sentó Kizu frente a él, Patrón alzó súbitamente la cabeza y empezó a verter un enérgico chorro de palabras.

– Guiador se ha recuperado, profesor. Aún no se sabe qué programa de rehabilitación le espera, pero yo ya estoy convencido de que se encuentra fuera de peligro. Cuando entré en la habitación, él estaba dormido, pero pronto abrió los ojos y me miró. No dijo nada, pero eso es natural, dado que había recuperado la conciencia un par de horas antes. Y aun así, yo vi en sus ojos justamente lo que te había oído explicar de "Quietly emerge" -viene quedamente a presentarse-.

"Luego Guiador entornó los ojos, pero como prueba evidente de que no estaba dormido, te diré que parpadeaba una y otra vez. Yo me acerqué a la cama y me quedé de pie a su lado, mientras me latía con fuerza el pecho. Entretanto me acordaba de un verso que también te oí en nuestras charlas. Y no es un verso de Thomas, sino de poesía griega, según traducción de E. M. Forster, que al parecer era uno de los poemas favoritos de Thomas. Aunque tendrás que corregir las inexactitudes de mi cita.

– Es un poema de Píndaro -intervino Kizu-:

"El ser humano es el sueño de una sombra. No obstante, cuando lo visita la sabiduría divina, una luz resplandeciente reina entre los hombres, y una era de bonanza está a punto de nacer".

"Será éste, ¿verdad?

– Así es exactamente, muchísimas gracias -dijo Patrón con ojos lagrimosos, que le provocaban hinchazón y enrojecimiento en los párpados-. Cuando tuvimos nuestra última charla me pasé de la raya, hablando de cuanto se me antojaba, y creo que ofendí tus sentimientos, así que te pido perdón. Esta noche querría aprovechar la presente ocasión para pedirte una vez más que me ilustres sobre Thomas. Si Guiador se repone, la reanudación de nuestro movimiento cobrará bastante fuerza, según creo. Eso es bueno en un principio, pero temo que tanta actividad me va a absorber mucho, y no me va a permitir escuchar tus enseñanzas. Por eso me gustaría que esta noche me leyeras algún poema de Thomas en que domine una tónica de profunda tranquilidad, por decirlo así.

Kizu aceptó dócilmente el encargo de Patrón. Eligió de su cuaderno un poema traducido que ya traía preparado.

– "Aguas grises, vasto espacio como el de un ámbito de oración donde la persona entra. Día a día en el curso de algunos años yo he venido dejando reposar sobre esas aguas la mirada. ¿Estaba yo esperando la venida de algo? Nada, excepto el oleaje incesante, ocurre allí, que tenga algún sentido.

¡Ah! Sin embargo un ave rara

es ciertamente una rara ave. Cuando ella viene,

es cuando no hay nadie mirando,

y a veces cuando ni siquiera hay nadie.

Tienes que fijar tus ojos hasta que se desgasten,

así como otros dejan desgastar sus rodillas.

Yo me he convertido en el ermitaño de las rocas,

que convive con el viento y la niebla.

Días ha habido

en que su vaciedad era bella en demasía;

su ausencia parecía sepultada en tal belleza,

y era como su presencia. Es algo que no cabe en palabras

ya nunca más. Mi corazón está muy solo

después de tan largo ayuno,

custodiando con la mirada el mar que brota de mi oración".

Kizu leyó primero el texto original, y luego su traducción. Patrón lo estuvo escuchando hasta la última palabra; y orientó su mirada a Kizu: no eran ya los ojos llorosos de un niño, sino unos ojos blandos, sin tensión, que le asomaban tras el borde enrojecido de los párpados. Calmosamente habló así:

– Si Guiador se recobra y va mejorando poco a poco; si su proceso de recuperación es como esperamos, y podemos así llegar a ser los "ermitaños de las rocas", ¡qué estupendo sería eso! ¿Verdad? Sin embargo, una vez que él ha despertado de su letargo, no creo que ni él ni yo tengamos la esperanza puesta en llegar a esa situación. Me parece que desde ahora se nos va a hacer imposible una existencia tranquila y relajada.