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En los ratos en que se encontraba solo, Kizu se pasaba el tiempo o bien retocando el cuadro -en la medida en que podía hacerlo sin tener a Ikúo delante- o bien preparando su lectura de poemas de R. S. Thomas para Patrón. Releía como referencia básica su propio ejemplar de la antología -el de tapas blandas, lleno de sus anotaciones-, así como también leía obras que recogían textos en prosa de Thomas, y además monografías y artículos donde jóvenes estudiosos galeses habían centrado su investigación en el viejo maestro de poesía, como un tributo de filial reconocimiento. Estas obras especializadas las había conseguido poniéndose en contacto por fax con la responsable de la oficina de su departamento universitario, a quien pidió que le buscara material. Daba la casualidad de que el padre de esta mujer era oriundo del mismo distrito parroquial de R. S. Thomas. Dicho señor, que no pertenecía a la iglesia anglicana, sino a otra minoritaria, recordaba -según había contado- haber visto al poeta, que era clérigo, caminando por los senderos medianeros entre campos de labranza, y blandiendo un báculo como si éste fuera su elemental equipamiento deportivo. Ella añadía en una ¡tarjeta adjunta al paquete de libros un admirado comentario a propósito de que "¡hasta los japoneses están leyendo lo que escribió aquel poeta!"

En una de aquellas sesiones poéticas celebradas de madrugada, Kizu leyó el siguiente poema de Thomas:

Yo salgo de la cueva de mi mente

para entrar en las tinieblas,

aún más densas, del exterior;

por donde pasan las cosas, pero Dios

no está entre ellas.

Yo he venido escuchando una voz suave y tranquila: era la voz de la bacteria que devora mi mundo. Me he entretenido demasiado… sobre estos umbrales. Pero ¿adonde podría ir?

Mirar atrás es perder mi alma.

Yo he venido como guía caminando

hacia arriba, orientado hacia la luz.

¿Miraré hacia delante? ¡Ah!

En el borde de este abismo

¿qué clase de equilibrio hay que guardar?

Yo estoy solo

sobre la superficie de este planeta que gira. ¿Y qué?

El procedimiento seguido por Kizu y Patrón en estas sesiones poéticas consistía en que Kizu empezaba leyendo en alta voz el texto original en su libro de tapas blandas preñado de anotaciones, mientras que Patrón, con el volumen de poesías completas de tapas duras abierto sobre sus rodillas, seguía allí la lectura mientras escuchaba. Luego usaban la traducción hecha y copiada por Kizu como referencia. A continuación comentaban juntos el poema, estrofa a estrofa. Tal era su costumbre consabida. Pero ese día, cuando Kizu leyó hasta la última palabra mencionada, Patrón entendió seguramente que el poema estaba ya completo; pues como en su ejemplar de poesías completas casi todos los poemas ocupaban una sola página cada uno, se dejó engañar por su apreciación visual.

– Eso es rotundo, ¿eh? Una persona acorralada y abocada a la muerte ¡no puede expresarse más que así! -exclamó con admiración.

Esto le cogió a Kizu, en su calidad de veterano profesor, un tanto a contrapelo.

– Es que la manera de cortar las estrofas que usa Thomas es un poco especial. El "¿Y qué…" que sale al final es en realidad el comienzo de la estrofa siguiente -dijo Kizu a Patrón, llamándole la atención-. La cadencia del sentido no se cierra con esa palabra.

– La siguiente estrofa, ¿no es innecesaria? -replicó Patrón con aire de seguridad-. ¿De qué modo lo has traducido, profesor? Lo que viene detrás de "¿Yqué…".

– "(¿Y qué…) otra cosa puedo hacer

salvo, como el Adán de Miguel Ángel,

extender mis brazos al espacio desconocido

esperando el tacto recíproco?"

– Ya veo. Pero aunque él presentara esas acertadas palabras con un aire triunfal, mirando el conjunto del poema, ¿no se ve más bien como un añadido inútil?

– ¿Es que no crees para nada en ese "tocto recíproco"7. -inquirió Kizu.

– Durante los últimos diez años yo he vivido en la oscuridad de las tinieblas, y nunca he buscado apoyo en ese "tacto recíproco". "Yo salgo de la cueva de mi mente para entrar en las tinieblas, aún más densas, del exterior".

"Eso lo he experimentado muchas veces, pero nunca me he propuesto buscar a Dios entre las cosas que pasan. ¿No es cierto que Thomas caiga frecuentemente en la manía de querer hacerse notar?

"Por lo general, "en el borde de este abismo, ¿qué clase de equilibrio" tenemos que guardar?

"Cuando yo, ante los medios de comunicación, protagonicé aquella retirada en medio de un gran revuelo, por más que me precipité en el abismo, yo era como una pelota de ping-pong que se empeña en hundirse por sí misma en un balde de agua. Aunque faltara la última estrofa… o más bien, a pesar de que está ahí, reconozco que se trata de un poema bastante bueno.

Kizu no pudo dejar de percibir un aire de malicia en la cara de Patrón, semejante a una gran nutria marina que riera sarcásticamente entre brumosa luz. Tratando de dominar su propio disgusto, Kizu tomó el libro de prosas selectas de R. S. Thomas, y mostró el siguiente párrafo a Patrón:

"La idoneidad para estar en el infierno es un privilegio espiritual, y manifiesta el verdadero carácter de tal existencia. De no haber tinieblas, en este mundo que conocemos no se valoraría la luz. Sin existir el mal, el bien carecería de sentido. En la puerta del hogar de cualquier poeta está clavada la frase de Keats sobre la idoneidad negativa. La poesía nace de la tensión creada por la idoneidad del poeta para hacer frente a "cuanto está envuelto en incertidumbre: misterios, dudas, esa zona donde no se persigue airadamente conseguir lo que es real y razonable" -según cita de Keats.

Al terminar de leer esto, Patrón volvió a su expresión seria.

– Yo lo veo exactamente así -dijo-. Ese hombre era clérigo, según se cuenta, pero dice cosas más sustanciosas sobre poesía que sobre religión. Como todo un poeta que es, por supuesto, añadiría yo.

Kizu sintió que una vez más su interlocutor se le escabullía. En contraste con la astucia de Patrón, su propio actuar lo veía Kizu como algo simplón, aun teniendo ambos casi la misma edad. Ahora, mientras él callaba, le tocó el turno a Patrón de seguir hablando con el propósito de calmarlo a él mismo.

– Ni que decir tiene que no poseo dotes poéticas ni cosa parecida, pero comulgo totalmente con lo que dice este poeta. Esa calmosa "idoneidad para estar en el infierno", y ahora cito a Keats: "cuanto está envuelto en incertidumbre: misterios, dudas… donde no se persigue conseguir lo que es real y razonable", me convence tanto como para convertirlo en lema de mi vejez.

Patrón leía esa página del libro metiendo la cabeza en el cerco de luz del quinqué, y entretanto Kizu podía ver brillar gotas de saliva en las renegridas comisuras de sus labios, semejantes a capullos de seda. Desde un rato antes el tono de voz de Patrón sonaba más alto; y sin duda Bailarina había detectado en esto un signo de excesiva excitación y cansancio; ya que, con tanta rapidez como disimulo, entró, administró a Patrón una pastilla directamente de la palma de su mano, y le aproximó un vaso de agua a los labios. Patrón se dejaba cuidar por la solícita Bailarina, que daba muestras de tan acrisolada práctica. Al terminar, Bailarina se cambió el vaso a la mano izquierda, y con el dorso de su mano derecha enjugó a la vez el resto de agua y la saliva blancuzca de labios de Patrón.

También esta vez se había hecho de día durante la sesión poética, e Ikúo llevó a Kizu a su apartamento; aunque no en el mismo coche en que lo había traído, sino en una especie de microbús que Kizu había regalado a Patrón con vistas a los futuros desplazamientos de éste por la región para reanudar sus pequeños encuentros en un futuro próximo. Así que Ikúo, en la esperanza de poder asistir como chófer a esos encuentros, estaba procurando soltarse en conducir el microbús.

– La lectura que Patrón hace conjuntamente contigo de un poeta galés le está sirviendo mucho para animarse -observó Ikúo-. Patrón, rompiendo su costumbre, vino no hace mucho a la zona frontal del salón donde se halla el despacho, y nos dirigió la palabra a los tres, que estábamos allí. Nos citó una frase en inglés que, según él había aprendido de ti, era del poeta Thomas: aquello de "Quietly emerge", e incluso nos leyó el poema que está relacionado con esta idea. La traducción era tuya, profesor, según nos dijo; y a mí mismo me gustó el poema por su calidad.

Kizu echó mano del portafolios que descansaba sobre sus rodillas, sacó de él el cuaderno donde había metido las copias que solía usar como texto, y se puso una delante con cierta inclinación, orientándola a la blanquecina luz del cielo nublado, para leerla:

"Como yo he sabido de siempre,

él vino quedamente a presentarse por aquí, sin previo anuncio.

Sólo haciéndose notar por la ausencia de clamor en su entorno.

Yo lo vi a Él, no sólo con mis ojos,

sino con el desbordarse de un santo cáliz

por la visita del mar,

con el desbordarse de todo mi ser por su visita".

– "Si de nuevo Dios "viniese quedamente a presentarse" a mí, yo lo recibiría sin vacilar, sin acobardarme", nos dijo Patrón, y añadió: "Yo he tomado el poema como un sermón dirigido a mí y, habiendo logrado asimilarlo así, yo también podré "venir quedamente a presentarme" a vosotros como el verdadero "patrono del género humano" de cara al fin de los tiempos. Y entonces querría que me recibieseis también sin vacilar y sin echaros atrás". Así concluían sus palabras.

Tras decir esto, Ikúo hizo una mueca con su boca, que le recordaba a Kizu la de un pez de bajíos que había visto en televisión, rompiendo de un mordisco la concha en espiral de un molusco para comérselo. Por lo demás Ikúo, llevando los faros encendidos, se quedó mirando a los coches que venían en dirección opuesta. Kizu no sabía bien lo que Ikúo guardaba dentro, pero aun así se aventuró a hablar:

– Creo que me gustaría pensar, como tú, que Patrón, sea como sea, es una persona capaz de atraer multitudes.

Ikúo siguió conduciendo en silencio por un rato, con aquel extraño gesto de pez aún en su boca. Y luego se puso a hablar tranquilamente sobre algo que al parecer había estado pensando desde que puso en marcha el microbús para llevar a Kizu.

– Ciertamente ese hombre puede atraer multitudes. Sin embargo, ¿adonde pretende conducir a la gente valiéndose de su carisma? De eso no tengo idea por ahora. Utilizando los medios de difusión, y como llamada urgente a la facción radical dispersa por todo el país, él protagonizó el Salto Mortal… Así es como yo lo he venido interpretando, pero ahora más bien siento la corazonada de que dar ese Salto Mortal le resultaba necesario a él mismo. Pues él dijo que ha llegado la hora en que "de nuevo Dios viene quedamente a presentarse".