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"Las dos mujeres que estamos esperando -una de las cuales es la donante, miembro del grupo, a la que acabo de referirme- son dos de esas personas que tras el Salto Mortal mostraron su admiración hacia Patrón y Guiador, tan censurados por la opinión pública; y propusieron, como miembros, que se les invitara a hablar en su foro. Como ya dije antes, no pertenecen exclusivamente al Comité Mossbruger, sino que también participan en otras actividades de aquí; y por eso no supone un problema para ellas tener que venir hoy. Aunque la conversación con ellas no arroje ningún resultado positivo, usted por su parte no se preocupe en absoluto.

Tan pronto como la señorita Tsugane hubo terminado su explicación bien resumida de los hechos, las dos mujeres hicieron su aparición en la oficina: una de ellas se veía una modesta joven de algo más de treinta años, muy voluntariosa. La otra, más jovencita, aunque bien corpulenta, le resultaba a Ogi más difícil de clasificar por la apariencia, no obstante su juventud: tal vez a causa del excesivo maquillaje sobre su cutis ceniciento. La señorita Tsugane las presentó por sus apellidos: Tachibana y Ásuka, respectivamente. Luego fue orientando mediante la conversación a la mayor de ellas para que contara cómo en aquellas circunstancias había dirigido una carta a Patrón, etc. Esto dio ocasión una vez más a Ogi para fijarse en la señorita Tsugane como una mujer bien preparada para su trabajo, con larga experiencia profesional en la oficina y un trato siempre atento.

La señorita Tachibana, a través de sus gafas plateadas con lentes ovales, que se apoyaban en su blanquecino rostro, demacrado y hundido, clavó la mirada firmemente en Ogi. Luego inició su charla, que parecía preparada.

– Nuestro Comité Mossbruger… -aunque, por decirlo mejor, yo todavía no formaba parte del mismo cuando se fundó- en su período inicial tuvo como una de las personas invitadas a hablar en sus sesiones a un creyente de la iglesia de Patrón. Era una persona muy excéntrica, y por eso venía como pintiparado para acaparar la atención de los socios, hasta tal punto que le pusieron el apodo de "nuestro Mossbruger". Este hombre, mientras estaba escuchando predicar a Patrón, captó lo siguiente: "El fin del mundo está cerca. Según eso, no importa cualquier mala acción que uno haga, porque es igual a no haberla hecho; más aún: el hacerla tal vez llegue a tener un valor positivo". Ésta es la disparatada ocurrencia con que vino a salir el hombre; y de hecho cayó en la delincuencia. Cuando salió a la calle tras cumplir su condena, lo tuvimos con nosotros, dándonos una charla de sus experiencias, y recibió una gratificación por nuestra parte. Yo me hice miembro del grupo a partir de la tercera actuación de este hombre como invitado nuestro. Seguramente lo del apodo que se le inventó, "nuestro Mossbruger", vino de que sus actuaciones se repetían.

"En nuestras reuniones se suscitó la idea de que sería interesante oír la opinión del líder de la secta de la que procedía ese hombre, sobre los mencionados acontecimientos. Mientras proseguían nuestras conversaciones sobre el tema, como era una época en que todavía estaban frescos en la memoria de cualquiera los reportajes de los medios de comunicación sobre el Salto Mortal, recibimos la impresión de que aquel líder religioso que habíamos visto en televisión se identificaba con "nuestro Mossbruger", como la misma persona. Con todo, lo que nos parecía básicamente un abuso era pedirle a ese ex líder -quien había declarado públicamente haber cortado los lazos con su secta- que nos diera una charla a raíz de lo que hubiera dicho "nuestro Mossbruger", siendo así que este último había perpetrado delitos sexuales, y por ello no era comparable con la facción radical de la secta, por muy problemática que hubiera sido para el ex líder.

"Aun así, el Comité Mossbruger empezó a preparar el terreno para esa charla; y el hecho de que yo también me incorporara al comité como miembro se debe a que vinieron a pedirme consejo. Y vinieron a pedirme consejo porque yo había oído predicar al líder -naturalmente, estoy hablando de acontecimientos anteriores al Salto Mortal- en una pequeña reunión, y quedé muy conmovida; y como se lo conté a la señorita Asuka, a quien había conocido en una reunión de filmografía documental del centro, pues de ahí vino todo. La señorita Ásuka no es que tenga como afición el cine, sino que ella misma elabora documentales cinematográficos. Y ha estado haciendo un documental sobre el invitado especial que se constituyó en figura central de nuestras reuniones: "nuestro Mossbruger". Ella se ha metido en todo esto porque, a mi entender, siendo una persona muy consciente de sí misma, puede culminar cuanto emprende; y se ha atrevido con un trabajo inconcebible para la generalidad de la gente, y así ha conseguido fondos para autofinanciárselo. La gratificación que le dimos a "nuestro Mossbruger" también ha salido de ella como donación. Así las cosas, yo usé el nombre de este hombre, que era ya tan representativo de nuestro comité, para escribirle al ex líder; y la carta se la escribí yo. Puede interpretarse que, ya que él se acababa de apartar de la secta, yo pensaba que podría tal vez venir a hablarnos; pero yo no iba por ahí. Lo cierto es que yo personalmente deseaba verme con él.

– Y luego, ¿hubo alguna respuesta por parte de Patrón? -preguntó Ogi.

– La respuesta tan esperada durante muchísimo tiempo ha llegado-ahora, ¿no es así? -apuntó la señorita Tsugane.

– Verdaderamente. Tras un lapso de más de mil días me ha llegado su respuesta. Entonces, ¿le sería a él posible todavía venir y hacernos una visita a nuestro grupo de estudio?

– Patrón, al cabo de diez años, se propone reanudar la actividad religiosa de su secta, y está estableciendo contacto con las personas de las que conservamos recuerdo de haberse dirigido a él. Por eso precisamente creo que existe esa posibilidad.

– Si conseguimos que venga, también nosotros tenemos que volver a poner en pie nuestro comité, ¿verdad? No para turbar a ese señor con viejas historias de "nuestro Mossbruger"; más bien tenemos que disponernos a oírlo predicar tan maravillosamente como él sabe hacerlo.

– A mí además me gustaría hacer una filmación de sus sermones, ya que la señorita Tachibana me ha asegurado que ese señor posee una especial energía -intervino la señorita Ásuka, hasta ahora silenciosa, de la que, sin embargo, se había hecho mención a veces en la conversación anterior; mantenía una expresión hierática en su cara plana como una tabla, cargada de maquillaje; pero su sugerencia daba en el clavo, con un soniquete de martilleo.

Las palabras que siguieron a éstas procedían de la señorita Tsugane, quien en su tono y timbre de voz solía mostrar más afabilidad que nadie, pero cuya intervención, en este caso, supuso un corte para Ogi, dándole que pensar.

– Ese señor llamado Patrón quiere, por lo visto, relanzar sus actividades religiosas. Pero escúcheme, Ogi: si el Comité Mossbruger consigue hacerlo venir para dar una charla, y lo que ustedes persiguen es la ocasión favorable de invitar a los miembros del comité a participar en su fe, entonces no le va a ser posible al Comité Mossbruger disponer de un salón de reuniones del centro para ese fin. Otra cosa es que antes o después de una reunión, las personas quieran individualmente adherirse a esa fe, para lo cual tienen toda la libertad del mundo.

Sólo entonces, Ogi, haciendo realidad el mote que le habían puesto en la oficina de "el inocente muchacho", fue cayendo en la cuenta por fin del papel que se le había asignado como organizador de un movimiento religioso.

– Sucede lo mismo que cuando yo escribí la carta. Yo no pretendía hacer venir a aquel señor con esa finalidad. Y siendo esto así en mi caso, tampoco creo que los intereses de los demás miembros del Comité Mossbruger se orientaran en esa dirección -afirmó la señorita Tachibana, en tanto que unos cabellos sueltos de su pelo se le pegaban a su pálida frente, sudorosa por la excesiva calefacción.

También la señorita Ásuka, sin romper su mutismo, corroboró con un gesto las palabras de su compañera.

– A mí, simplemente, como desde ahora vamos a vernos con frecuencia, lo que me gustaría dejar claro, a fin de que estemos de acuerdo, es que este Centro de Cultura y Deportes es un establecimiento público -dijo la señorita Tsugane.

Pero, a todo esto, añadió unas palabras que, de sopetón, venían a dar razón de la vaga nostalgia que Ogi sentía al verla. Ella por su parte también esbozaba una sonrisa cargada de nostalgia, que le llenó la cara.

– Ogi era entonces un tierno niño, todo espontaneidad y frescura, cuando yo tuve ocasión de verlo a menudo en la altiplanicie de Nasu, donde su familia tenía una casa de campo. Yo quise tratarte, Ogi, con el mejor cariño, y según le oí decir a tu cuñada, también tú guardabas un tierno afecto hacia mí. ¡Qué bien has crecido hasta convertirte en un apuesto joven!

Esa tarde, cuando Ogi volvió a su apartamento, que quedaba una estación después de la llamada de Seijoo Gakuenmae -que era la de la oficina- en la línea Odakyuu, y mientras ya se aplicaba a prepararse la cena, un nítido recuerdo que le traían las impresiones del día revivió en él, sumiéndolo en el desconcierto.

Durante el verano siguiente a su primer año de segundo ciclo de Grado Medio, que pasó en aquella casa campestre de la altiplanicie de Nasu cuando por entonces su padre era director del Departamento de Medicina en la universidad pública, un amigo del padre y de toda la familia iba frecuentemente a verlos: era diseñador de mobiliario de hospital. Y en una ocasión fue acompañado de su joven esposa. Ésta había sido compañera de curso de la cuñada de Ogi en una universidad femenina -casada con el hermano mayor del aún niño Ogi-, y su familia tenía también una casa de campo en la misma altiplanicie. Ni que decir tiene que Ogi, por su corta edad, nunca había llegado a compartir trato con aquellas dos parejas: el diseñador y su esposa, la primera; su hermano y su cuñada, la segunda.

Un buen día, cuando su hermano mayor y demás iban a nadar a una piscina climatizada que había en las cercanías, y se cambiaron en la casa de Ogi para salir ya en bañador, una vez que se fueron, Ogi entró en el cuarto de aseo anejo al cuarto de baño japonés, y allí descubrió, en una canasta destinada a la ropa que se habían quitado, una camiseta de tirantes de la esposa del diseñador, junto a una falda de suave dril de algodón, y unos pantys con diseño acuarelado de flores, todo en el lote de la misma mujer. Movido por un súbito impulso, Ogi se metió en el bolsillo un puñado de ropa al que había echado mano: los pantys. Esa noche, ante el apremio de una fuerza irresistible, Ogi desplegó aquello que era un par de trozos de tejido elástico unidos por una delicada cinta, con su parte delantera y trasera: los floreados pantys, en suma, en los cuales podía entrar holgadamente su flaco cuerpo. Se los puso y, envuelto en aquella sensación cálida, se durmió. Se sentía felizmente transportado de vuelta a su primera infancia Por supuesto que al día siguiente, entre que el robo de los pantys no podía pasar inadvertido y que -debido a ello- lo atenazaban los remordimientos, se resolvió a regresar él solo a Tokio.