– ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te he odiado siempre! ¡Desde que te conocí te he odiado! ¡Siempre, siempre y siempre!
No, no podía ser a él, pensaba Carlitos, en la ambulancia que lo trasladaba al hospital Cochin.
Pero era a él. Sí, era a él a quien Natalia había odiado toda su vida. Y por culpa de los mellizos Céspedes Salinas, allá en Salta. Porque él dejó que se le filtrara un viejo cariño por ellos y dos veces ellos no le respondieron a su invitación a cenar y él de puro apenado que andaba se olvidó por completo de llamar a Natalia el día atroz de sus cincuenta años. Y, definivamente, no había copa ni gatillo ni champán ni distracción que justificaran semejante olvido. Porque había quedado en llamarla por teléfono mil veces, ese día. Y se olvidó por completo, con lo de los mellizos y ese cariño que se le filtró. Y aquello no tenía remedio, ni ahora ni nunca. Carlitos lo sabía. Sabía que, en la guerra personal de Natalia, su principal aliado la plantó en lo más alto y escarpado de la colina enemiga.
Así es la vida. Carlitos lo sabe, ahora. Y por eso sabe también que, desde hace sólo cinco días, Natalia lo ha odiado toda la vida. Que lo ha odiado a él, y no al frenético matón que había usado para partirle el alma. Y de paso, además, para romperle un tobillo y el brazo izquierdo. Pero así es. Como es así, también, que de ahora en adelante Natalia iba a ser una mujer coherentemente frenética, de la cual se iba a decir, a menudo:
– Pero mira tú, mujer, al fin y al cabo.
– Y mujer hasta el final.
– Y fiel a su temperamento de leona.
– Y tan frágil, al mismo tiempo.
– Y sigue muy guapa.
– Pero si la hubieras conocido en su esplendor…
De Carlitos Alegre di Lucca, que cojeaba ligeramente del pie derecho, y vivía más entregado que nunca a sus investigaciones en el hospital Pasteur, que dictaba conferencias en medio mundo y escribía los más sesudos artículos en revistas especializadas, en cambio, no se decía casi nunca nada. O, a lo más, se decía que aquello era fatal, que tarde o temprano habría tenido que suceder, y que, hay que reconocer, con todas sus distracciones y meteduras de pata, el tipo a Natalia le jugó limpio siempre.
– Pero hay un dato más, amigos.
– ¿Ah, sí?
– Claro. ¿No lo saben?
Lo que hay que saber es que Melanie Vélez Sarsfield también ha sido mujer hasta el final. Por supuesto que ella todavía no ha cumplido los treinta años, y debe de andar aún por los veintisiete o veintiocho, pero si hay alguien que ha sabido esperar es esa flaquita de la trenza roja que tanto ha querido y cuidado siempre a su padre, el borrachín, y eso a pesar de que a ella nadie le hacía mucho caso que digamos. Y ahí sigue siempre con su trenza y su pinta medio mamarrachenta, aunque es verdad que con el amor se ha vuelto hasta bonitilla, te diría, a pesar de que sigue batiendo el récord mundial de pecas, probablemente. Y a pesar de que es el polo opuesto de Natalia, aunque un polo veintitantos años menor, eso sí. Su papá ya no bebe una gota de licor, y, aunque la familia ha perdido millones y millones, aún le quedan millones, por el lado argentino, parece ser, o tal vez sea por el lado propiamente inglés. En fin, que sé yo.
Melanie es una muchacha larguirucha, sentimental e introvertida, pero que cuando habla, habla. Y algo muy especial le tiene que haber dicho a Carlitos para que éste finalmente se haya fijado en ella, al cabo de tantos años.
– ¿Tú crees?
– Bueno, me imagino.
Pues imaginaba mal aquella persona, porque lo único que le dijo Melanie a Carlitos, el día en que le dieron de alta en el hospital Cochin y se quedó patitieso al verla ahí parada en la puerta, al cabo de tantos años, fue:
– ¿Me tienes miedo, o qué, oye? Anda, sube al auto, que llevo horas esperándote aquí.
– ¿Y cómo sabías que…?
– Tontonazo.
– Pero bueno…
– Te contaré que mi papi ya no bebe ni una gota de alcohol.
– Me alegra tanto, Melanie. De verdad, me alegra mucho.
– O sea que ahora sólo me faltas tú.
Se siguieron viendo hasta el día en que a Carlitos le dio por contarle las pecas, con científica curiosidad. Aunque claro que ya para entonces Melanie se había apoderado completamente de él y lo cuidaba como un tesoro. Pero sí es cierto que fue el día en que él quiso investigar cuántas pecas tenía Melanie, no aproximadamente, sino exactamente, cuando terminaron ante un altar, en Londres, con papi Vélez Sarsfield elegantísimo, al lado de su hija menor.
Y, humano, muy humano, la pareja que formaron se ganó el odio eterno de la frenética Natalia de Larrea, ahora ya más guapachosa que guapísima, y más fiera también que divinamente leona, y que no tuvo reparo alguno en aprovechar la frase aquella según la cual Melanie era el polo opuesto de ella, para soltarles a los pobres Olga y Jaime Grau, sus fieles amigos de toda la vida, pero también muy amigos de los Vélez Sarsfield:
– Yo siempre dije que Carlitos terminaría casándose con un hombre.
– Esa no es la Natalia que yo conocí -fue la sincera opinión de Carlitos Alegre, el día en que le vinieron con el chisme de que él había terminado casándose con un hombre.
Pero bueno, para qué dijo ni opinó nada, el muy tonto, porque ahorita se lo chismean de vuelta a Natalia, y entonces sí que va a ser el cuento de nunca acabar y una situación sumamente incómoda para amigos tan buenos como Olga y Jaime Grau, todos los veranos en la costa.