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– Brazos mecánicos replegados, sin duda… Pero -murmuró Yuriko- ¿en una nave de este tamaño?

Tomó un sorbo de té, desconcertada.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Susana.

– Es ilógico -opinó Lenov como experto-. Los vehículos con brazos son pequeños, para disponer de más maniobrabilidad. Esos bracitos debían ser tan poco útiles como las patas delanteras de un tiranosaurio.

Yuriko se encogió de hombros y volvió a dirigirse al equipo:

– De acuerdo, buen trabajo -dijo-. Shikibu: ¿habéis encontrado algo parecido a una escotilla?

Hubo un silencio.

– Ninguna -informó la japonesa.

– ¿Estás segura?

– Bueno… -Shikibu vaciló-. En la panza hay unas estrías que podrían ser una gran compuerta…

– ¿Estás lejos de ella? -dijo Yuriko-. Mostrad imágenes.

En otra de las pantallas, el casco se deslizó rápidamente. Estaba lo bastante cerca como para distinguir detalles: remaches, escoriaciones y rayas, que tanto podían ser letras de un alfabeto desconocido, o simples efectos de sombra.

Apareció una línea recta.

– ¿Lo veis? Es como la junta de una enorme puerta.

– Sitúate al lado para verla mejor, Shikibu. Joe, aléjate unos metros.

– Bien.

Shikibu aparecía en la imagen transmitida por Michaelson. Por comparación, vieron el tamaño de la juntura.

– Esto es increíble -murmuró Yuriko-. Parece una gigantesca compuerta de carga. Esta nave puede abrirse como una enorme vaina de guisantes.

– ¿Y por dónde entraba el personal? -preguntó Shikibu-. No parece una buena idea descomprimir toda la nave cada vez.

– Soy Kenji. Aún hay algo más: esa joroba del dorso lleva los motores; es posible que lleve el sistema de soporte vital, hay una especie de tubos que entran en el casco. Me gustaría que le echaras una ojeada, Shikibu.

– Buena idea -aprobó Yuriko-. Haced una nueva inspección, buscad cualquier cosa que se parezca a una compuerta de personal.

Shikibu y Joe se dirigieron al dorso, a examinar aquella especie de bulto. Cuando llegaron, Shikibu vio algo de lo que Kenji no se había dado cuenta.

– Esa vaina es un módulo reemplazable -comunicó-. Las uniones al casco se pueden liberar. No tiene sentido.

– Soy Yuriko. ¿Por qué?

– Por lo que parece, la bodega se abre para introducir la carga. Pero los motores son desmontables y están fuera del casco. Lo lógico sería al revés: tener los motores dentro y el módulo de carga fuera, fácil de reemplazar. ¿Cuál es tu opinión profesional?

– Que no dormiría tranquilo en una nave así -afirmó el japonés, con un suspiro.

– Comandante -dijo Shimizu-,¿qué hacemos, entramos?

– De acuerdo. Kenji, tú tienes el mando. Entrad por la mayor de las perforaciones, a estribor, creo que es lo bastante grande. Pero antes mandaremos la sonda.

– De acuerdo, comandante -rió Kenji-. El primer vuelo 5 lo hará un mono.

Los cuatro se reunieron con el rechoncho robot; sobre el casco, destacaba un boquete casi perfectamente circular, como hecho con sacabocados. Los bordes mostraban unas gotas de metal fundido y luego solidificado.

– Un rayo de alguna clase, sin la menor duda -dictaminó Shimizu.

La abertura aparecía oscura como la tinta china, en medio de la superficie metálica que brillaba al sol. Tenía un aspecto algo siniestro.

Incluso Shikibu estaba impresionada.

– Voy allá -dijo Yuriko desde la Hoshikaze.

El robot dio señales de vida. Unos breves chorros de gas lo pusieron en movimiento; avanzó recto y despacio hacia la abertura. Poco antes de entrar hizo una breve corrección y se encendieron sus focos. Desapareció en la abertura.

Hubo un silencio total. Los cuatro sentían sus nervios tirantes como cuerdas de piano. Michaelson palmeaba amorosamente el grueso tubo de un rifle láser. Shimizu blandía un rifle automático.

Entonces, Yuriko habló.

– Aquí no hay nada.

– Perdón, Yuriko -dijo Shimizu-, ¿qué quieres decir con nada}

– Exactamente eso -contestó tras una pausa-. La nave está vacía. De proa a popa, todo es una sola cámara vacía. Podéis entrar.

Así lo hicieron.

Shimizu se sentía como un explorador que llega a una costa desconocida; tras pertrecharse meticulosamente para una larga caminata, se adentra en la jungla… y, a los tres pasos, descubre que está en un atolón.

Y lo que había dentro de la nave era… nada.

Un inmenso espacio cilindrico, iluminado por una vaga luz grisácea. A través de los cristales semitransparentes de la proa, entraba la luz reflejada por Júpiter, como la de un día nublado en la Tierra.

Las paredes también parecían cubiertas de escarcha.

Una figura con escafandra penetró por la abertura, impulsada por su mochila, como un emperador flotando en un mágico trono volante. Dos rayos de luz salían de sus hombros; era Shikibu. Se detuvo, y con sus chorros, giró lentamente sobre su eje para verlo todo.

– No esperaba cámaras de HV ni periodistas… Pero esto es decepcionante -murmuró la joven.

– Vamos hacia la proa -dijo Kenji.

Se pusieron en marcha. Era una sensación fantasmal, incluso para astronautas curtidos. Estaban habituados a moverse sin gravedad, pero no en un espacio cerrado tan grande. Aunque habían estaciones espaciales mucho mayores, giraban para producir pseudogravedad.

Shikibu se había aproximado al casco.

– Yuriko, hay algo en la pared. Es como una red de tubos-son como tubos encajados en depresiones de la pared… flexibles. La superficie está acanalada. Supongo que estaban huecos y conducían líquido. -Frotó la escarcha con la mano.

– Por cierto, la pared no es metálica. Está recubierta de una especie de acolchado color pardo.

– ¿Qué pueden ser esos tubos? -preguntó Shimizu. Kenji pensó un momento.

– Para la temperatura. Esas acanaladuras de los tubos son para difundir el calor. Pero no tiene sentido. ¿Por qué no calentar el aire, en lugar de la pared?

– A no ser que… -murmuró Shikibu- lo que la nave transportaba debiera mantenerse en íntimo contacto con la misma pared.

– Vayamos con método -dijo Kenji, asumiendo muy serio su papel de oficial al mando-. Iremos a la proa sin acercarnos a las paredes. ¿Entendido?

– Entendido. -Shikibu se sentía algo abatida. El robot abrió la marcha, mientras los dos guardias miraban a todos lados, los dedos cerca del gatillo.

– Ahí delante hay algo… -dijo de pronto Kenji-, se trata de un par de columnas cilindricas que salen a babor y a estribor. Unos quince metros de largo…

Estaban hechas de metal y medían unos cincuenta centímetros de grosor.

Recorrieron una de ellas a lo largo; pero no había ninguna característica especial.

Excepto en el extremo libre. Aunque lo que había era muy prosaico: una pantalla circular de visión, bordeada de una sustancia elástica negra. El teniente miró por ella.

– Veo la nave, pero… está desenfocada. ¿Cómo funcionará? No es televisión, desde luego.

– Fibra óptica -sugirió Kenji-. Pero ¿quién observaba por esta pantalla? ¿Tenía quince metros de alto?

Lo dijo sonriendo, aunque con un escalofrío.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Shimizu.

– Creo… creo que es un ocular. Fijaos en el reborde negro, parece el de unos prismáticos. La imagen está desenfocada porque… bueno… está pensada para un ojo de treinta centímetros de diámetro.

Sin proponérselo, había añadido más detalles aterradores a la imagen de los hipotéticos tripulantes.

– No nos precipitemos. Más bien -rectificó -, pensada para observar a través de una lente de treinta centímetros de diámetro…

Pero no pudo decir dónde estaba esa lente, ni nadie lo preguntó.

Con estos nuevos interrogantes en el pensamiento, examinaron el otro tubo que era gemelo del primero.

En las siguientes horas no descubrieron nada nuevo. Yuriko ordenó a su equipo que regresara.

– Creo que la nave ha sido desmantelada en parte -dijo Yuriko en el puente de la Hoshikaze -. Desmantelada para transportar algo muy voluminoso. Suponed… digamos, que hay que transportar un rebaño de vacas en un autobús. ¿Qué haríamos? Quitar todo lo que haya dentro: asientos, barras, estantes para bultos de mano. Abrir una gran puerta de entrada y bloquear o reemplazar las normales. Quien examinase ese vehículo, se sentiría desconcertado por, digamos, los agujeros del suelo, donde antes se atornillaban los asientos. Esto es lo que nos pasa a nosotros.

»Pensad que piezas tales como el soporte vital y los motores han sido desplazados fuera del casco, donde son más vulnerables.

– Bonita teoría; pero tiene un defecto -dijo Susana.

– ¿Cuál? -A la japonesa no la hacía feliz que alguien le destrozase su gran idea.

– Al modificar el autobús, hay algo que no se puede eliminar en absoluto. El asiento del conductor. ¿Dónde está el tablero de mando?

Tras unas horas de espera, y después de comprobar que la primera visita de los astronautas no provocaba ninguna reacción en el pecio, y que éste parecía seguir tan muerto como antes, Yuriko se sintió lo bastante segura como para enviar de nuevo a su equipo al interior de la nave alienígena.

Shikibu, Michaelson y Kenji, reemprendieron la exploración allí donde la habían dejado. Su primer objetivo fue una boca de túnel con forma de elipse muy aplanada; apenas medio metro de alto y unos seis de ancho: las alas.

El túnel no estaba iluminado, y formaba un recodo, ya que el ala estaba doblada hacia abajo.

– Me pregunto qué habrá al fondo -murmuró, dirigiendo el haz de la linterna hacia delante.

– Comandante, tengo una idea -dijo Shikibu-; me meteré en este túnel.

– Una idea interesante, querida -contestó Yuriko desde la Hoshikaze -, aunque me temo que impracticable. No cabes con la mochila.

– Ya he pensado en eso. Si me la quito y desconecto los tubos de aire…

– No hablarás en serio…

– … podré aguantar unos diez minutos con el tanque de urgencia…

– ¡Ni lo sueñes!

– Yuriko, puedo hacerlo -insistió ella-. He practicado submarinismo, en la Tierra, pregúntale a Susana… -la aludida asintió sonriendo- y soy la más delgada del grupo. Puedo atarme una cuerda a la cintura; los otros me sacarán tirando en caso de que algo vaya mal. ¿Qué te parece? -De acuerdo, ve -dijo-. Pero… -Tendré cuidado, te lo aseguro.