Изменить стиль страницы

– Fantástico -dijo el ruso-, nos vamos a divertir.

El agua les llegaba ya a la barbilla.

– Toma aire y no te separes de mí.

Los dos hombres dieron una última bocanada y se sumergieron. Lenov accionó un nuevo interruptor. Se abrió la segunda compuerta. El ruso y el marciano cruzaron por ella.

Nadaron desesperadamente. Se encontraban en el espacio libre entre dos enormes esferas concéntricas; la más pequeña era la pared exterior del tanque. Giraba con la majestuosidad de un planeta. El agua entre las dos esferas era acelerada por el rozamiento, formando un gradiente de velocidad, a partir del punto de entrada.

La corriente los arrastró.

Martínez se sintió a punto de ceder al pánico y la claustrofobia. Estaba atrapado entre dos paredes de metal que parecían querer cerrarse para aplastarlo. Sus pulmones estallaban… trató de resistir, un hombre puede mantenerse vivo más tiempo de el que se cree… aunque sus pulmones estén clamando por aire, aún tiene reservas de oxígeno en los músculos… aguantar… Pero no era fácil… no controlaba sus movimientos, arrastrado por una corriente de agua hacia no sabía dónde… la ropa y el peso de su arma le entorpecían… aguantar… suerte que estaban en caída libre, o se hubiera ido al fondo con toda la chatarra… un poco más… la máscara, mal sujeta, se inundaba lentamente…

Susana aulló de dolor. Las garras de la criatura se habían clavado en uno de sus tobillos y la arrastraban hacia las negras aguas. Se abrazó con fuerza a un tubo metálico, que empezó a doblarse bajo el peso de los dos. El monstruo le clavó con malevolencia otra de sus garritas en su pierna, rasgando la piel y la grasa subcutánea con facilidad.

El rostro alienígena se aproximó al suyo. Susana vio claramente aquellos malignos ojillos de araña observándola, aquellas extrañas cosas retorcerse tras ellos, en el interior del cráneo. No emitía ningún sonido.

La barra de metal cedió al fin, y la humana y el alienígena cayeron juntos al agua. La criatura no aflojó su presa ni un milímetro. Susana notaba sus piernas adormecidas.

Aún tenía la barra en la mano. No era la katana, pero era mejor que nada. Con ella golpeó aquel rostro de pesadilla con todas sus fuerzas, una y otra vez. La cabeza del alienígena se hundió un poco bajo la fuerza de sus golpes, sin mostrar dolor alguno. El miembro que surgía de su tórax se desdobló y se acercó a su rostro.

Susana vio el órgano que tenía en el extremo, por el que habían surgido los pequeños misiles. Era como una gran boca perfectamente circular, y rodeada por un anillo de dientes tan pequeños y afilados como agujas. Aquella boca se acercó a su rostro y Susana volvió a gritar.

Cerró los ojos, deseando que su muerte fuese rápida. Pero el alienígena se detuvo en su movimiento. Pareció tener un acceso de tos, y su tórax se combó con un espasmo hacia fuera. El brazo central se replegó rápidamente. Susana sintió cómo las garritas liberaban sus piernas, y el alienígena se elevó en el aire, empujado por una fuerza titánica.

Semi había surgido tras la criatura y la había empalado limpiamente con su poderoso hocico, perforando la espalda de aquel monstruo. Con un rápido movimiento de su cabeza, el delfín arrojó al monstruo hacia atrás. Luego sacudió la cabeza contra el agua, limpiándose.

– Profundo asco -silbó.

– Semi. -Susana tosió dos veces.

– Me enredé contra la plataforma -dijo Semi-. Siento tardar mucho. La vez anterior, no logré acertarle de lleno. ¿Estás noherida?

Susana palpó las piernas con una mano.

– No parece grave -silbó, abrazándose al delfín con todas sus fuerzas.

La corriente los había arrastrado en la dirección correcta. Cuando Martínez estaba a punto de desfallecer, sintió la mano de Lenov agarrándolo por el brazo y arrastrándolo hacia arriba. Martínez tiró de una anilla cerca del cuello de su traje, y con un siseo, la pechera empezó a hincharse de gas.

Lenov ya había hinchado la suya. Un hurra para quien inventó aquel utilísimo uniforme. Con un chapoteo, ambos sacaron la cabeza del agua y pudieron respirar al fin. Martínez tosió varias veces.

El interior del tanque estaba casi a oscuras, y la plataforma se había derrumbado.

– ¿Qué ha pasado aquí? -preguntó Martínez elevando su arma por encima del agua.

Lenov vio a Susana encaramarse por los restos de la plataforma. Agitó su mano.

– ¡Susana!

Nadaron hacia ella. Semi nadó alegremente en círculos alrededor de los dos hombres. Al llegar Susana, descendió de la rampa y se abrazó llorando a ellos. Martínez le echó un vistazo a su pierna. Se había vendado con un jirón de su camisa; no parecía grave.

– Nos atacó un ser horrible. Un alienígena…

– Sí, ya los hemos visto. -Lenov miro a un lado y a otro-. Y a sus hermanitos. ¿Sigue por ahí?

– Semi acabó con él. Me salvó.

– Muy bien, Semi.

La hembra delfín silbó con orgullo.

– Vaya un revoltijo -exclamó Lenov-. Me hubiera gustado tener el equipo de buceo a mano, pero con este lío, Semi tendrá que ayudarme a volver al pasadizo. Por favor, Susana, traduce.

– ¿Volver?

– Al otro lado del agua hemos dejado granadas de mano, municiones, un rifle láser y otras cosillas. Ño íbamos a nadar con ellas, ¿verdad?

En la escotilla del puente, Shimizu y Ono apuntaban cuidadosamente y luego disparaban contra los alienígenas de abajo. Éstos no hacían el menor gesto para ocultarse. Una vez más, al teniente lo desconcertó la extraña mezcla de estupidez e inteligencia. Ni siquiera aprovechaban la ingravidez para subir al puente. Era difícil ver si hacían blanco. Los alienígenas muertos no caían.

De repente oyeron un disparo a sus espaldas.

– ¡Teniente! -gritó Yuriko.

Nadie tuvo tiempo de reaccionar cuando el alienígena apareció en el puente.

Cierto, Liz Thorn disparó contra el monstruo, alcanzándolo de lleno y haciéndolo saltar contra el mamparo… Pero el alienígena ya había lanzado un proyectil que aceleró desde la boca de aquel extraño miembro, hacia ella…

El comandante Okedo se interpuso.

El diminuto misil chocó contra su pecho, estalló, abrió un cráter sanguinolento en su espalda.

– ¡Jefe! -gimió Yuriko. Un segundo monstruo apareció en la puerta. Liz disparó antes, partiéndolo en dos de una ráfaga.

Se acercó al quicio con precaución. En el corredor sonó otra ráfaga.

– ¿Teniente? -preguntó Liz, por precaución.

– Sí, voy a entrar. He disparado contra uno de esos monstruos… ¿Qué ha pasado?

– El comandante… -Liz no supo qué más decir. Ono se reunió con ellos.

– ¡Entraron por la cámara de descompresión de proa! ¡No debieron caer cuando aceleramos! ¡Qué necios hemos sido!

– ¿Hay más? -gritó el teniente.

– Creo que no, pero…

– ¡Registremos la proa!

Los guardias salieron del puente. Yuriko tenía los ojos llorosos.

– Él lo quiso así -sollozó.

Kenji le puso el brazo sobre los hombros.

Cuando Lenov y Martínez, cargados con su armamento, llegaron al hangar, se encontraron con un extraño espectáculo: los monstruos se estaban disolviendo. Quedaban inmóviles, sus órganos internos, cubiertos de feas manchas marrones, cesaban en su hormigueante movimiento y, poco a poco, sus patas se desprendían entre gotas flotantes de un repugnante líquido opalino…

Susana, que les acompañaba (por nada del mundo se iba a quedar sola en el tanque), soltó una risita histérica. Fue la única que tuvo humor para hacerlo. Lenov estaba demasiado deprimido para vengarse.

En el puente, Shimizu sintió un escalofrío casi supersticioso. La muerte de Okedo parecía la ofrenda que una divinidad implacable exigía a cambio de la de los monstruos.

Martínez, cargado con una docena de granadas y el rifle láser, se sentía bastante ridículo.