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– ¡¡…!! -gritó Tik-Tik. Susana se volvió y estuvo a punto de gritar a su vez.

Un leucocito plateado de tres o cuatro metros de alto estaba a punto de tragársela.

El faro de su casco se reflejaba en un brillante objeto, que cambiaba de forma, desde la aproximadamente esférica hasta la de una patata irregular, ondulando, retorciéndose y temblando. No era el único: otros aparecieron en su campo visual, con los mismos movimientos casi obscenos. Frenética, se giró, descubriendo que estaban rodeados por aquellas cosas.

– Susana -dijo la voz de Oji por la radio-, ¿qué sucede?

Susana trataba de huir, nadando desesperada y torpemente en su traje espacial, olvidándose del propulsor.

Aquella masa informe y brillante se precipitó sobre ella, envolviéndola. Como un frenético y patoso fantasma, atravesó la membrana.

El delfín, por su parte, hizo un esfuerzo por acercarse. La silueta de la Adiestradora aún era parcialmente visible a través de la membrana plateada.

– Resiste. Voy -dijo Tik-Tik.

– ¡Susana! -preguntó Oji.

Se llevó una sorpresa. Oyó a Susana reír.

– Puedes entrar, Tik-Tik. Nopeligro.

Con precaución, el delfín se detuvo ante la cosa. La mano enguantada de la mujer salió y tiró de su aleta igualmente enguantada. Tik-Tik atravesó la membrana.

– ¿Puede alguien explicarme qué está pasando? -preguntó Oji con voz alterada.

– Una burbuja -exclamó Susana, que aún se reía entre dientes-. Estamos dentro de una burbuja de tres metros.

– Una burbuja de tres… ¿cómo es posible?

– Evaporación. -Fue recuperando la calma-. La presión ha bajado, quizá por nuestra causa, quizá por una fuga. Parte del agua se ha evaporado. Se han formado burbujas por todo el líquido y he topado con una… ya veo.

– Pero… no, no me lo digas. Ingravidez. Las burbujas se han estado fusionando unas con otras, en lugar de ascender a la superficie.

– Exacto.

– Pues vaya susto.

– No lo sabes bien, tomodachi. -Susana palmeó afectuosamente el traje de Tik-Tik.

Siguieron avanzando sin alejarse mucho de las paredes.

El delfín fue el primero en verlo.

Se trataba de una especie de cuerda blanca, con el grosor de un dedo meñique. Surgía de la pared de hielo, y se perdía en la oscuridad. Susana la pellizcó tentativamente: era muy recia, y tan elástica como una goma.

– ¿La ves, Oji? -Se giró para que la cámara de vídeo pudiera captarla.

– Sí. Pero no muy claro. ¿Qué es?

– No lo sé. -Intercambió unos silbidos con Tik-Tik-. Desde luego, no se trata de algo natural…

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Oji.

– Acabamos de encontrar algo auténticamente alienígena. Ya no hay duda, Oji. Transmite mis felicitaciones a Benazir; una vez más se ha demostrado que tenía razón. Toda la razón.

– Las imágenes siguen sin ser claras. ¿Puedes describirlo?

– Una cuerda. Aspecto orgánico. A juzgar por su orientación, yo diría que se dirige del centro a la periferia del hueco. Vamos a seguirla.

– ¿Hasta el centro?

– Para eso hemos venido, ¿no?

– Un momento…

Hubo un momento de silencio, mientras la japonesa consultaba con Okedo.

– Adelante -dijo.

La mujer y el delfín comenzaron a impulsarse a lo largo de la cuerda blanca.

Era como adentrarse en la cueva de un Minotauro cósmico, guiados por un grueso hilo de Ariadna. Susana no veía otra cosa ante sí que un muro de oscuridad, sin otro detalle que rompiera la monotonía que la cuerda blanca tendida ante sí. De vez en cuando, la luz de su faro se reflejaba en una burbuja gigante.

Se hacía mil preguntas sobre la función de aquella cuerda. Era evidente que no era un simple elemento estructural pasivo, como una cuerda terrestre. Debía desempeñar un papel activo. Pero ¿cuál?

Susana calculó que habían recorrido la mitad del radio de aquella vasta cámara, cuando encontraron algo nuevo: una segunda cuerda blanca, a unos veinte metros de distancia. Se detuvieron a examinarla. Susana la describió por radio.

– ¿Corre-junto-a?-preguntó Susana al delfín.

– No. Une-con.

– ¿Qué decís? -Era Oji.

– Tik-Tik dice que convergen. Seguimos. Si es así, pronto nos encontraremos con ella.

Siguieron avanzando, sin perder de vista la segunda cuerda. Susana pronto comprobó que el delfín tenía razón: ante ella, las dos cuerdas blancas se fusionaban en una.

– Voy a cortar un trozo de cable, ¿te parece bien?

– ¿Qué?

– Un trozo de cuerda.

– ¿No crees que puede ser peligroso?

– No estoy segura de nada. Pero no creo que haga ningún daño.

Entre los adminículos del traje figuraba un cuchillo. Susana lo desenvainó. Aunque el manual garantizaba que podía cortar un clavo, la tarea no era fácil: el cable era fuerte y elástico, cedía ante la hoja sin cortarse. Giró la hoja y empleó el filo de sierra, con lo que logró cortar un poco más aprisa.

La cuerda estaba formada por varios haces, a su vez formado por haces fibrosos, tan fuertes como el conjunto. Susana especuló que aquel cable podría servir como estacha para remolcar un barco.

Con esfuerzo, logró arrancar un trozo cuerda cercano a la bifurcación.

– Sigamos.

Ella y el delfín avanzaron a lo largo de la cuerda blanca; de vez en cuando, la luz de sus linternas se reflejaba en una gran burbuja. Descubrieron nuevas cuerdas blancas que se ramificaban; ya no les prestaron atención. La que seguían iba engrosándose, a medida que más y más de aquellas cuerdas se le unían.

El fin del cable llegó de improviso. Ante ellos apareció un objeto de color claro, que poco a poco fue perfilándose con una forma regular. Un gran icosaedro. Las fibras blancas nacían del centro de cada una de sus caras. Aquello parecía (Susana no pudo evitar un escalofrío al pensarlo) una araña en el centro de su tela.

– Fijaos en esas fibras blancas, parten de esa cosa para hundirse en las paredes de hielo. ¿Cuál es su función? -preguntó Oji.

Susana no necesitaba analizar la muestra de tejido para responder a eso.

– Mielina-dijo.

– ¿Cómo?

– Son nervios. Me recuerda la disección de un calamar o un erizo de mar. Las fibras nerviosas suelen ir protegidas por una envoltura blanca de fosfolípidos… Una especie de grasa que lleva el grupo fosfato. Forma parte de la membrana celular.

– El cerebro del cometa.

Susana hizo una mueca de desagrado.

– Parece lógico -musitó-, un gran ordenador orgánico. Si es inteligente, quizá logremos comunicarnos con él.

Ella y el delfín se aproximaron, despacio y con recelo.

Susana se estremeció. De repente aquel ambiente alienígena parecía estar afectándole. Casi sintió el frío glacial de aquellas aguas turbias alcanzándole a través del traje. Volvió a estremecerse. El delfín flotaba frente a ella, bañado por la luz azul de su linterna, tan irreal como un espectro. Aquellos cables lechosos convergían hacia ellos desde mil puntos perdidos en la oscuridad…

– Creo que la calefacción del traje se ha estropeado -masculló Susana con los dientes castañeteándole. Qué raro que el ordenador no le hubiera avisado. Pidió un informe de situación. Entre los datos figuraba la temperatura interior, veintidós grados. No temblaba por el frío.

Estaban en el centro de aquel cometa hueco, rodeados de oscuridad, a cientos de metros del agujero por el que habían entrado. A pesar de la proximidad de su amigo cetáceo, Susana no se había sentido igual en toda su vida.

– Salgamos de aquí-dijo.

No fue problema localizar la salida. Durante el regreso, Susana permaneció callada. Se trataba de sensaciones… no, aún más turbio e impalpable que las sensaciones: intuición, sexto sentido, corazonada…

Una parte de ella no podía aceptar la presencia de lo auténticamente alienígena, algo viviente, quizás algo inteligente, extraño hasta la locura, y maligno. Maligno…