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– Cuatro de siete. ¿Ningún muerto?

– Ninguno confirmado.

– De momento. Abre el portalón y haz salir al equipo de rescate. -Okedo lanzó sus órdenes-. Que coordine con nuestro ordenador, localice y acuda primero a los trajes que informan disfunción. Los demás tendrán que esperar. Rápido, cada segundo cuenta. Yuriko, localiza los fragmentos principales, posición, velocidad, masa, radio. Proyección de trayectorias.

– De acuerdo. -Los dedos de la mujer ya volaban sobre las teclas, precisos y seguros.

Okedo preparó un programa para evaluar la energía de los impactos y los posibles daños en el casco, listo para cuando acabase Yuriko. Nunca había pilotado una nave más grande que ésta. Tenía aspecto de fortaleza. Pero también era un blanco más grande.

A través de sus botas, Lenov oyó el sordo rumor del portalón al abrirse. Caminó los escasos metros y se asomó al hangar, sellado por aquel inexplicable campo de fuerza. Una forma se movía, uno de aquellos armatostes en forma de jaula. Se aproximaba con lentitud al portalón. Justo a tiempo. Lenov calculó a ojo.

En un momento dado, flexionó las piernas y saltó con todas sus fuerzas, los brazos extendidos.

Ono sacudió la cabeza, había perdido el sentido cuando el cuerpo de Benazir la golpeó. Estaba girando locamente sobre sí misma, como una peonza. El interior de la placa facial estaba cubierto por una película de sangre, empujada hacia allí por la fuerza centrífuga. Recordó que se había golpeado la nariz contra el visor. Casi no le dolía. Miró fascinada en torno suyo, al parecer se había perdido lo más espectacular del viaje.

Los primeros datos empezaron a llegar.

– Los cinco fragmentos mayores en tamaño no van a chocar con la nave.

– Gracias, oh Buda -exclamó Okedo-. Adelante, Yuriko.

– Los menores… bueno, ninguno supera los veinte metros…

– Si tienes las estimaciones de masa, pásalas a mi terminal.

– Sí, ahí va.

Okedo vio aparecer los números. Su programa empezó a trabajar. Ni siquiera Yuriko había logrado localizar todos, muchos eran demasiado pequeños para aparecer en el radar…

¿Serían lo bastante como para abrir una brecha?

Como respondiendo a su pregunta mental, llegó el primer topetazo. Ese no era ninguno de los detectados…

El cuerpo de Lenov chocó con el armazón. Se sujetó con dedos frenéticos.

– ¿Qué haces, loco? Podrías haberte matado. ¿Quién carajo eres?

– Lenov, y vengo a ayudaros.

– ¿Mierda, no necesitamos tu ayuda! Bájate de… nú, qué estoy diciendo…

Lenov leyó «Williams, Jeremy» en el display frontal del casco.

Empezaba a serenarse. ¿Qué estaba haciendo?

El otro («Thorn, Elizabeth») dijo:

– Vania, hablo totalmente en serio. Yo estoy al mando de esta cosa y punto. Quieres ayudarnos y nos ayudarás, me ha impresionado tu numerito acrobático. Con una condición.

Liz era una mujer alta y fuerte, una verdadera atleta. Lenov decidió que no le convenía cabrearla.

– Nada de histeria. Está bien, acepto. He hecho una locura.

– Todos tenemos derecho a hacerlas. Pero…

– …no cuando hay siete vidas en juego, reconozco mi error.

– Exacto. -Inesperadamente, Liz le dio una palmada en un glúteo-. Sujétate fuerte al esqueleto.

Por un instante, Lenov no se dio cuenta de que hablaba de aquella navecilla. Creyó que hacía un chiste macabro.

– ¡Benazir, no te muevas! -Era la voz de Iván.

Benazir, estupefacta, observó en torno suyo, con ojos maravillados. La niebla formada por polvo de hielo que lo había envuelto todo empezaba rápidamente a despejarse, empujada por el viento solar.

– ¡No pienso hacerlo! ¿Qué…?

– No te inquietes… el cometa ha estallado.

– ¡¿Quéee?!

Estaba rodeada por dos o tres enormes icebergs y un centenar más pequeños. De no ser porque flotaban en el espacio interplanetario, parecería el Ártico. Logró ver que al cometa le faltaba un gran mordisco.

– Se ha fragmentado en… varios trozos y han salido despedidos. Tenemos que recoger a los otros, Harris yjohnston… No te preocupes, te localizaremos. Ten paciencia y espera. Tu traje emite una…

Benazir apenas podía oírle. El traje le había inyectado un potente sedante.