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– ¿Señor Cabo? -una vocecilla lejana pero firme-. Soy Virgilio.

Me desperté del todo. ¿Qué hora sería? Eché un vistazo al reloj digital de la pantalla del ordenador: 23:15. Dentro de 15 minutos vendría Neirs a recoger mi trabajo. Pero lo más urgente era contar lo que acababa de recordar.

– Debemos vernos esta misma noche -dijo Virgilio-. Hay algo que usted no sabe.

– ¡Espere! -exclamé-. ¡Ayer, en el Parque Ferial, vi…! No recordaba quién era, pero ahora lo sé… ¡El poeta muerto! ¡Grisardo! ¡Estaba disfrazado como uno de los escritores, pero estoy seguro de que era él!…

Replicó, sin inmutarse:

– Y lo era. Por eso lo llamaba. Lo han estado engañando, señor Cabo. Desde el principio.