Al año siguiente y a los 85 años de su edad el célebre naturalista falleció (11 de mayo de 1858). Su cadáver fue conducido a la localidad de Restauración (hoy Paso de los Libres). A su muerte era director e institutor del Museo de Ciencias Naturales de Corrientes, cargo que le otorgaron honorariamente poco después del derrocamiento de Rosas. El gobernador dio orden de que el cadáver fuera embalsamado a fin de que toda la población correnti-na pudiera participar en las honras fúnebres decretadas por siete días. Tal decisión gubernativa fue frustrada sin embargo por un borracho que apuñaleó el cadáver expuesto al relente en el patio frontero de la casa, en medio del humo de las plantas aromáticas y medicinales en que era «curado» o momificado, según el método de embalsamamiento dado por el propio Bonpland en sus manuscritos. La agresión del borracho se debió a la creencia de que el conocido y querido médico se negaba a saludarlo, cosa que ya estaba enteramente fuera de las posibilidades de su proverbial afabilidad.

Un descendiente de El Supremo, el viejo Macario de Itapé, relató el episodio a un mediocre escriba, que lo transcribe de este modo:

«-Unos años antes de la Guerra Grande fui a visitar al médico Guasú de Santa Ana para pedirle remedios. Mi hermana Candé estaba muy enferma del pasmo de sangre. Recordaba el viaje anterior, veinte años antes, cuando me enviaron con taita a traer el bálsamo para el Karaí Guasú (El Supremo), esta vez no tuve suerte. Viaje inútil. El franchute también estaba enfermo. Así me dijeron. Tres días esperé frente a su casa, a que se sanara. Por las noches lo sacaban al corredor en un sillón frailero. Lo veíamos quieto y blanco, gordo y dormido a la luz de la luna. La última noche un borracho pasó y pasó frente al enfermo, saludándolo a gritos. Iba y venía, cada vez más enojado, gritando cada vez más fuerte: -¡Buenas noches, Karaí Bonpland! ¡Ave María Purísima, Karaí Bonpland!… Al final lo insultó ya directamente. El médico guasú, grande y blanco y desnudo, lleno de sueño, no le hacía caso, ni se molestaba. Entonces el borracho no aguantó más. Sacó su cuchillo y subiendo al corredor, lo apuñaleó con rabia, hasta que salté sobre él y le arranqué el fierro. Vino mucha gente. Después supimos que el médico guasú había muerto tres días atrás. Para mí fue como si hubiera muerto por segunda vez, y por querer salvarlo al menos esta segunda vez, caí preso con el borracho criminal, que salió sano y salvo a los tres días. A mí me dejaron tres meses en el calabozo a pan y agua, por creer la policía que yo era cómplice del borracho. Está visto que en este mundo no se puede luego hacer ningún servicio a nadie. Ni siquiera a los muertos. Vienen los vivos y te encajan palo acusándote de cualquier cosa. Cuantimás si uno es pobre. Te acusan de haber matado a un muerto, de haberte limpiado el culo con un pájaro, te acusan de estar vivo. Cualquier cosa. Con tal de meterte palo. El borracho, medio pariente del gobernador, no tuvo necesidad de explicar nada. Yo cuando más explicaba me creían menos y me pegaban más. Al fin se olvidaron de mí. Ni agua ni galleta cuartelera. Asaba mosquitos al fuego de mi pucho y tan siquiera eso comía. Pero estaban muy flacos. Más que yo. Sólo me escapé cuando puramente piel y hueso, más flaco que una parra, di una última pitada al pucho. Me mezclé al humo. Cuando pude colarme por una rajadura del adobe, no paré hasta la querencia». (N. del C.)

(Cuaderno de bitácora)

Los rayos del sol caen a plomo sobre la sumaca de dos palos. Navega a remo aguas abajo por el río en bajante. Ni una brizna de aire. La vela cangreja cae lacia de la botavara. A ciertas horas rachas calientes la inflan a contracorriente. Marcha atrás la sumaca a saltitos. Los veinte bogadores redoblan sus esfuerzos por hacerla avanzar. Gritos guturales. Ojos revoleados a lo blanco. Negros cuerpos aceitados de sudor, colgados de las takuaras botadoras. El sol clavado en el cénit. Si pasan los días y las noches, pasan por detrás del escudo de Josué, sin que podamos saber si estamos en la cegadora tiniebla del mediodía o en la escrutadora tiniebla de medianoche. Ahora el sol es macho. La luna hembra desabotona sus fases. Se muestra desnuda a cara llena, la muy descarada. Los remadores indios y mulatos la contemplan con todo el cuerpo gimiendo, pandeándose en el arco del deseo mientras bogan bajo los crecientes y los menguantes. Solamente ellos la ven cambiar deforma. La ven yacer en su viejo sillón de hamaca. También el hombre se mecerá allí alguna vez cohabitando con ese animal del color de las flores. Solitario y suave animal del color de la miel. Camaleona de la noche. Cerda estéril hinchándose hasta mostrar el ombligo de su redonda preñez; o, volviéndose de costado, nada más que la comba en luna nueva de la cadera. Aridez fértilísima. Hace brotar las semillas. Bajar y subir las mareas. La sangre de las mujeres. El pensamiento de los hombres. Por mí, vete al diablo, hembra-satélite. Ya te has comido hasta mis dientes volviéndolos polvo.

Vamos atravesando un campo de victorias-regias. Más de una legua de extensión. Todo el riacho cubierto por cedazos del maíz-del-agua. Los redondos pimpollos de seda negra chupan la luz y humean un vapor a coronas fúnebres. Hiede el agua a limo de playones recalentados. Tufo de alquitranada viscosidad. Fetidez de los bajíos donde hierve el cieno fermentado. Carroña de peces muertos. Islas de camalotes en putrefacción. La fetidez del agua terrosa-leonada sale a nuestro encuentro. Nos persigue implacable.

La sumaca va repleta de cueros en salazón. Tercios de yerbamate. Barriles de sebo, de cera, de grasa. El calor los hace estallar de tanto en tanto, y se derraman en la sentina. Saltan llamaradas. El patrón caprino a saltos de un lado a otro los va apagando a ponchazos. Fardos de especias. Plantas medicinales. Feroces sabores. Dentro del hedor, otro hedor. El insoportable hedor que viaja con nosotros. Incalculables varas cúbicas, toneladas de cilindrica pestilencia cien veces más alta que el palo mayor. No surge de la bodega de la sumaca sino de la bodega de nuestra alma. Semejante al olor de la misa dominical. 1 Algo que no puede provenir de nada sano o terrenal. Hedor blasfemo. Negotiium perambulans in tenebris. Hedor tal que sólo llegó hasta mí una vez, mientras me hallaba de pie junto a un objeto moribundo; ese viejo que durante más de setenta años había sido considerado un ser humano. Una vez más, la rancia fetidez me atacó en el Archivo de Genealogías de la Provincia cuando buscaba los datos de mi origen. Por supuesto no los encontré allí. No se hallaban en ninguna parte. Salvo ese hedor a bastarda prosapia. Me presenté a la justicia recabando información sumaria y plena de sangre y buena conducta. ¿Mi origen? Lo conocerás como una fetidez, murmuró alguien a mi oído. Por el olor se sabe la calidad, decía el aya Encarnación. Cuanto más calida tiene el consangre en vida, peor olor tiene después de muerto. ¿Era ese hedor toda mi ascendencia agnaticia? Siete testigos falsos, al tenor de las preguntas del cuestionario, bajo falso juramento, perjuran: Que tienen mi estirpe por noble y de distinguida sangre salva de rodilla en rodilla, y por tal ha sido conocido y reconocido el de autos generalmente sin voces contrarias. ¡Horrible dialecto!

Las voces contrarias han sido muchas, incluida la mía. ¿No han dicho que doña María Josefa de Velasco y de Yegros y Ledesma, la dama patricia de la pizarrita, no es mi madre? ¿No han dicho que el bergante carioca-lusitano ha llegado del Brasil trayendo a su manceba para luego repudiarla y hacer un matrimonio de conveniencia? Casado y velado según mandato de la Santa Madre Iglesia continuó, pues, bajo su patrocinio, torciendo el tabaco negro de su negra alma. No obstante, la información sumaria y plena de genealogía y buena conducta ha sido aprobada sin objeción alguna por fiscales y oidores. Se han echado perros creyendo que eran galgos. Mi árbol genealógico se levanta de costado en la sala capitular. Aunque no tengo padre ni madre, y ni siquiera he nacido todavía, he sido habido y procreado legítimamente, según las perjurias notariales. Hedor de una herencia obscura falsificado en el escudo nobiliario de mi no-casa: Un gato negro amamantando a un ratón blanco sobre cuarteles grises en los abismos gules de las nueve particiones, pariciones y desapariciones.

La correspondencia inédita entre el doctor Ventura y fray Mariano Ignacio Bel-Asco, a propósito de la Proclama de este último, alude al misterio genealógico:

«Otra observación de sus críticos, Rdo. Padre, es relativa a la discutida Genealogía del Tyrano.

«Deducen que para interesar Vd. a nuestros Paysanos no viene al caso que el Dictador sea hijo de un extrangero, puesto que en nuestras provincias y Payses, debido al atraso e ignorancia de los naturales, los dirigentes más capaces son siempre o casi siempre hijos de extrangeros.

»Tampoco importan, aducen, las máculas que se ha querido echar sobre su linage, con respecto a las dos madres que se le atribuyen; una de origen Patricio; la otra, plebeya y extrangera; así como las hablillas que corren sobre las fechas de su doble nacimiento.

»En efecto, conforme usted lo sabrá mejor que yo en su condición de Pariente, la especie generalmente admitida considera al Dictador como hijo de doña María Josefa Fabiana Velasco y de Yegros y Ledesma, su prima de usted, habido en el extraño matrimonio de esta dama patricia con el advenedizo y plebeyo portugués José Engracia, o Graciano, o García Rodrigues, oriundo según algunos del distrito de Mariana en el Virreynato del Janeiro, según el propio inmigrante carioca lo ha jurado ante el gobernador Lázaro de Ribera.

»Ante Alós y Brújura que es portugués, natural de Oporto, en los reinos de Portugal. En algunos de sus reiterados y casi obsesivos reclamos de informaciones sumarias, el Dictador afirma que su padre era francés. Algunos de sus allegados aseguran, en cambio, que era español de las Sierras de Francia, región enclavada entre Salamanca, Cáceres y Portugal.

»Los elementos astutamente utilizados por el carioca-lusitano para aumentar la confusión y encubrir con ella los orígenes bastardos de su aventurera vida, son las letras de sus pretensos apellidos: el sufijo portugués es cambiado por el castellano ez, con el que figura en ciertos documentos públicos; en el apellido materno (la f de Franca, con virgulilla debajo), muy conocido entre los bandeirantes paulistas, ha sido también castellanizado.

»Lo único cierto es que, tras sesenta años de vivir en el Paraguay y medrar en los más diversos oficios, desde peón en la elaboración de tabaco torcido, hasta militar, y posteriormente regidor y administrador de Temporalidades en los Pueblos de Indios, nadie sabe quién es ni de dónde ha venido.»Es un extrangero, dirá de él un Gobernador, que aún no sabemos si es portugués o francés, español o lunático. Esto último es lo que nadie puede dudar, a juzgar por los estigmas de notoria degeneración en su descendencia.

1 Los enterramientos se hacían bajo el piso y alrededor de los templos; el calor del perpetuo verano paraguayo, aumentado por el de la compacta concurrencia de fieles, arrancaba de las grietas del suelo ese tufo que formó el refrán, vigente aún hoy en el habla populan aunque olvidado ya de su origen: «Más hediondo que misa-de-domingo». (N. del C.)