Por la noche vino el presidente de la Junta a consultarme si debido a la repentina parálisis de las dos manos que ha atacado a Echevarría debía postergarse el día de la firma. Vea, pariente, que si el tratado no lo firman los dos comisionados, puede la Junta de Buenos Aires trastearnos después con la jugada de que es írrito y sin valor, secretea Fulgencio Yegros. Vea, par-y-ente, le digo, hemos fijado mañana 12 de octubre, Día de la Raza, como Día de la Firma. El tratado se firmará mañana. Confírmelo a los demás miembros del Gobierno. ¿Ya tiene redactado el tratado, pariente? Con todas sus letras. Pasado en limpio. Texto definitivo. No será corregido. ¿Podemos leerlo? Lo escuchará mañana; menos trabajo. Deje eso por mi cuenta. Ocúpese usted de su parada. Compóngase para realizarla, luego del toque de diana, de modo que la ceremonia de la firma cierre las negociaciones y podamos despedir a nuestros huéspedes con todos los honores. Hágame el favor de mandar traer de inmediato a La'ó-Ximó, el curandero de Lambaré. Envíemelo apenas llegue.

A regañadientes Echevarría ha accedido a tender los dos brazos sobre la estera, la cara vuelta a la pared. Los puños crispados se destacan contra las manchas de sangre envejecida en el esparto. La'ó-Ximó, desmirriado, esquelético, pero con la fuerza de un toro, está luchando desde hace rato por aflojar esas manos crispadas en un puño de muerto. Fricciones, masajes, golpes fulmíneos capaces de partir un trozo de mármol. Todo inútil. La monda cabeza de La'ó-Ximó empapada de sudor brilla entre las velas; de la coleta cae un chorrito sobre el manojo de nervios de la nuca. Se vuelve hacia mí: Señor, es nomás el apava, o sea el parálisis. Pero el kuruchí, o sea el nudo de la arruga, no está en las manos. Está en un punto del celebro. Hay la marca de un punto del que ya no se puede volver para atrás. Éste puede todavía; el estorbo es que no quiere. Tú también con los puntos, La'ó-Ximó. Sí, Señor, un punto es. Voy a ver dónde está. Lo voy a quemar un poco y las manos van a abrir otra vez sus hojas. Inspeccionó, olió los puños poro por poro. Se detuvo de golpe en el punto de la parrafada, del artículo, del inciso. Sobre la llama de una vela ablandó una mixtura de artemisa, benjuí y liquidámbar. Formó dos bolitas. Las aplastó una en la juntura que hay entre el pulgar y el índice de la mano derecha; otra en el centro del metacarpo de la izquierda. Encendió una ramita de incienso y la acercó a los emplastos. Bajo la combustión acabaron por derretirse y volatilizarse en humo, en vapor, en olor. Las manos se abrieron lentamente. Suerte de lenta resurrección. Los. dedos recobraron poco a poco sus movimientos. Ya está, Señor, dice La'ó-Ximó. Echevarría se mira torvamente las manos; sospecha que le han colocado otras que no son suyas. Las mueve a contravoluntad. Mientras recoge su estera, sus mejunjes, sus agujas y palillos La'ó-Ximó, dice por lo bajo en dialecto payaguá: Queriendo seguir enfermo el enfermo se ha sanado sin querer, por el poder opilativo de santa Librada y el Gran Abuelo La'ó-Xe que ata-y-desata-lo-que-mata. En la puerta le arrojé una moneda. Quedó suspendida en el aire. La'ó-Ximó agarró con las uñas el colibrí de plata del carlos-cuarto y lo metió en su guayaka: ¡Tenga cuidado, Señor! ¡Las manos de ese extranjero están llenas de lenguas! No te preocupes. Vete. Su figura se esfumó al contracanto de una ochava.

Nueva reunión solemne de la Junta y del Cabildo. Pausadamente voceo el Tratado. Regulo los decibeles del volumen acústico subrayando las partes más importantes: Artículo primero: Hallándose el Paraguay en urgente necesidad de auxilios para mantener una fuerza efectiva y respetable para su seguridad y para hacer Frente a las maquinaciones de los enemigos del interior y exterior, el tabaco de la Real Hacienda existente en la provincia se venderá a cuenta del Paraguay y su producto se invertirá en el objeto indicado u otro análogo. Artículo segundo: Se establece que el peso de sisa y arbitrio que anteriormente se pagaba en Buenos Aires por cada tercio de yerba que se extraía del Paraguay, se cobre en adelante en Asunción con aplicación precisa al objeto señalado en el artículo anterior. El tercero: Se dispone que el derecho de alcabala se satisfaga en el lugar de la venta. Artículo cuarto: Se declara incluido en los límites del Paraguay el departamento de Candelaria, situado en la margen izquierda del Paraná. Artículo quinto: Por consecuencia de la independencia en que queda el Paraguay, la Junta de Buenos Aires no pondrá reparos al cumplimiento y ejecución de las demás deliberaciones tomadas por la Junta de Gobierno del Paraguay, conforme a las declaraciones del presente Tratado, deseando ambas partes contratantes estrechar más y más los vínculos y empeños que unen y deben unirlas en una Federación. Se obliga cada una por la suya, no sólo a cultivar una sincera, sólida y perpetua amistad, sino también a auxiliar y cooperar mutua y eficazmente con todo género de auxilios, según permitan las circunstancias de cada una, toda vez que lo demande el sagrado fin de aniquilar y destruir cualquier enemigo que intente oponerse a los progresos de nuestra justa causa y común libertad.

Cerrados aplausos cierran la lectura. No hay más discusión. Nos arrimamos todos a firmar el papiro de doble tenor al que no se le escapará ningún gallo. Cada uno quiere ser el primero. Un momento antes he tenido que arrastrar desde su alojamiento a Echevarría. Sigue protestando que sus manos no son sus manos. ¡Vamos! ¡Apúrese! ¡Son sus manos, sus mismísimas manos! ¡Déjese de…! Tiro de él. Lo empujo. Lo remolco a remo, toa y sirga, pesado lanchón de malafé. Lo hago cruzar a la disparada la Plaza llena de caballos. Ve a Belgrano estampar su firma muy satisfecho; no tiene más remedio que firmar él también. Todos muy satisfechos: Los comisionados por haber obtenido, a falta de la anhelada unión, una estrecha alianza. Los militares de la Junta, por haberse llegado a un acuerdo con los porteños. Yo por haber evitado el dominio porteño. El Tácito del Plata reprochará después severamente, en su crónica, a los comisionados el haber cedido a las exigencias del Paraguay pactando una liga federal sin obtener a cambio la más mínima ventaja. Cada uno habla según la locura que lo alucina. ¡Al demonio el Tácito platino! ¡Allá él! ¡Aquí, nosotros hechos unas pascuas! Nuevos gritos de ¡Viva la Santa Federación! Ovaciones. Aplausos. Hasta el propio Echevarría con sus manos usureras rompe a aplaudir. El ruido de los aplausos se agranda en el trueno de la caballería.

Desde el podio levantado en la plaza de Armas asistimos a la parada. Los dos mil quinientos jinetes de Paraguay y Takuary desfilan en formación de combate, sueltas las riendas de los corceles. Las armas bajas en honor a Belgrano que sonríe complacido ante el honor antepóstumo. Fulgencio Yegros y Pedro Juan Cavallero, es decir media junta, a la cabeza del desfile. Son de fanfarria. La cerrada formación rompe luego en mil fanfarronadas. Simulacros de cargas, de ataques, de entreveros. Caballos y jinetes se parten en dos para volver a juntarse un poco más allá la mitad de un jinete con la mitad de un corcel, centaureando en figura. Las pruebas individuales menudean sin perder el carácter de su coreorganización colectiva. Dos soldados montan un mismo redomón, de pronto uno echa pie a tierra de un lado, el otro del otro, pasan del pie a la mano, se cruzan, hacen tijera sobre la montura al galope. Diez jinetes cabalgan en pie sobre una fila de corceles ensillados y en pelo alternativamente. Desmontan, corren a pie al costado de las cabalgaduras. Las van desensillando sin aminorar la marcha. Se arrojan por el aire los aperos. En un abrir y cerrar de ojos las vuelven a ensillar, pero ahora los que cabalgan en pelo son los que van sobre las monturas. Echan un pie a tierra, enganchados con el otro del estribo, recogen del suelo las lanzas que han arrojado cien varas delante de sí. Vea usted, general, no creo que ningún país tenga jinetes que aventajen a los paraguayos en el arte de la equitación. En efecto señor vocal decano, ¡estas pruebas son asombrosas! Son buenas sí, farfulla Echevarría, pero en la provincia de Buenos Aires yo he visto jineteadas que lo hubieran asombrado a usted, señor vocal decano. Hay gauchos en los Tercios de Migueletes que con sólo los dientes saben enjaezar sus frisones. Otros que colocados entre dos caballos y un pie en cada silla, pican espuela a toda brida en los toques de retirada cargando un hombre en sus brazos; se supone que un compañero herido en el combate. Otro gaucho puesto de pie sobre el primero va disparando su arcabuz o su ballesta para cubrir la retirada de los tres. Conocí a un jinete de Bragado que manejaba su parejero en toda suerte de ejercicios, bailes y contradanzas. Entre los bastos y sus rodillas, lo mismo entre el estribo y los pulgares de sus pies, colocaba moneditas de plata. Jamás se le caían cual si hubieran estado claveteadas en esas junturas con más firmeza que las monedas, cosidas al cuero de su rastra. Ya las manos engurruñidas del secretario despabilan sus lenguas por los prados de una erudición a la violeta. ¡Quién puede pararlo! Me acordé de la prevención de La'ó-Ximó. En medio del fragor gritaba cada vez más fuerte: En las Indias Orientales el honor principal era cabalgar sobre un elefante, no sobre el plebeyo caballo. El segundo ir en coche tirado por cuatro bueyes de monumental cornamenta. El tercero montar un camello. La última categoría, por no decir el honor último o casi deshonor, consistía en montar un caballo o ser conducido en una carreta tirada por un solo jamelgo. Un escritor de nuestro tiempo dice haber visto en esas regiones de antiquísima cultura que las personas de pro montan en bueyes con albardas, estribos y bridas, y añade que se los ve muy orondos en semejantes cabalgaduras. Ah si vamos a eso, mi estimado Echevarría, usted sabrá que Quinto Fabio Máximo Rutilio, en la guerra contra los samnites, viendo que su gente de a caballo a la tercera o cuarta carga había casi deshecho al adversario, ordenó a sus soldados que soltaran las bridas de sus corceles y cargaran a toda fuerza de espuela, de suerte que no pudiéndolos detener ningún obstáculo a través de las líneas enemigas, cuyos efectivos estaban tendidos en tierra, abrieran paso a la infantería, que completó la sangrienta derrota. Igual conducta siguió Quinto Fulvio Flaco contra los celtíberos: Ib cum majore vi equorum facietis, si effraenatos in hostes equos immittitis; quod saepe romanos equites cum laude fecisse sua, memoriae proditum est… Detractisque fraenis, bis ultro citroque cum magna strage hostium, infractis ómnibus hastis, transcurrerunt, 1 según describe Tito Livio. Más o menos, estimado doctor, lo que ocurrió en Cerro Porteño y Takuary. Echevarría, escurridizo, muda de tema: El duque de Moscovia cumplía en lo antiguo la siguiente ceremonia con los tártaros, cuando éstos le enviaban sus embajadores: Salíales al encuentro a pie y les presentaba un vaso de leche de yegua. Si al bebería caía alguna gota en las crines de los caballos, el duque tenía la obligación de pasar la lengua por ella. Vea, estimado Echevarría, usted no ha pasado todavía su lengua por las crines de estos caballos vencedores. Es que tampoco usted, señor vocal decano, nos ha dado a beber el vaso de leche de yegua que el duque de Moscovia ofrecía a los embajadores extranjeros. Oh, sí señor secretario, se ha bebido usted la mitad, derramando la otra mitad sobre las crines de los caballos de la Jun ta. Lo que ha ocurrido es lo que sucedió a Creso al atravesar la ciudad de Sardes. Encontró un prado en que había una gran cantidad de serpientes. Sus caballos comiéronlas con apetito excelente, lo cual fue de mal augurio para sus empresas. Casi todos ellos quedaron mancos de pies y manos, según refiere Heródoto de Halicarnaso. Llamamos caballo entero al que tiene las demás partes tan cabales como la crin y las orejas, sin tomar las partes testicularias iguales y cabales en todo y por todo. Los otros caballos no son sino medios caballos, y los capones ninguno. ¡Vea, mire, observe eso!, exclamó Belgrano desmontando a Echevarría de otra inminente bobería. Espectáculo en verdad fantasmagórico. Esa especie de resplandeciente obscuridad que extiende el fuego del sol cayendo a plomo al filo del mediodía se raja: Un solo trueno hace retemblar la tierra: Dos mil quinientos caballos avanzan a todo galope entre remolinos de polvo. Caballos solos. Ensillados o en pelo. No se ven los jinetes. Masa compacta. Geométrica exhalación de corceles. Pasan zumbando frente al podio, embarrados de sudor, portando las chuzas entre los dientes. Completamente desenfrenados. Cuando por fin los ojos se acostumbran a esa carga irreal, distinguen poco a poco la cruz de los corceles en pelo o sobre las monturas vacías diminutos jinetes no más grandes que los pies de un hombre: Son en realidad los pies de cada jinete enganchados en cruz. ¡Vea usted, Echevarría! ¡Éste era el misterio de Takuary! Cómo iba uno a poder disparar sobre esas pobres bestias sin soldados que parecían lanzadas en su propia desesperación! ¡Cómo iba uno a disparar sobre esos pequeños bultos en forma de cruz! ¡Cómo iba uno a imaginar que esos bultos en cruz eran los jinetes paraguayos vueltos del revés! ¡Cuando nos dábamos cuenta ya estaban del derecho dándonos duro a lanza y machete! ¡No haberlo sabido, general!, tartajeó Echevarría mordiéndose los puños.

1 Para que el choque sea más impetuoso soltad las bridas de vuestros corceles. Es una maniobra cuyo éxito honró muchas veces a la caballería romana… Apenas la orden es oída desenfrenan sus caballos, hienden las tropas enemigas, rompen todas las lanzas, vuelven sobre sus pasos y llevan a cabo una terrible carnicería.

Este fragmento de Tito Livio se encuentra copiado asimismo en el Manual de Combate de las Fuerzas de Caballería, entre las numerosas obras de táctica y estrategia debidas también al puño y letra de El Supremo. (N. del C.)