El proyecto de Buenos Aires de establecer la unidad de sus intereses, bajo la presión de los nuevos tutores británicos o franceses, no quedará sino en un rodeo de estancias manejado por los porteños. Hablo a la puerta. Tras ella el general hace sus abluciones. No me responde. Oigo el ruido del agua en la jofaina. El ganado mansito de las provincias comiendo la sal puesta en la batea por los ingleses. Digo. No me oye. El chapoteo del agua crece. El general debe creer que está cruzando todavía el Paraná en el bote de cuero, luego el Takuary desbordado por la creciente, en su expedición al Paraguay. ¡También, mi querido general, haber venido a invadirnos montado en una vaca muerta!, tiento una salida jocosa. ¿Qué vaca muerta?, dice saliendo del cuartucho. Jeque sonriente bajo el turbante de la toalla. ¿Hablaba usted de una vaca muerta, señor vocal decano? Humorada, mi estimado don Manuel; nada más que humorada. Tómela usted a chacota. Me estaba acordando de su bote. ¿Bote?, el bote hecho con un cuero de vaca en el que cruzó usted los ríos. ¡Muy divertido el relato que me hizo anoche en la tertulia! ¡Bien que esa vaca muerta me salvó la vida!, me sigue el juego el general. Chacotona familiaridad. No sé nadar ni siquiera en la arena. Ese bote era espléndido. ¡Fíjese general! ¡Y no era más que el cuero de una vaca paraguaya! Belgrano se echó a reír bonachonamente. Si Pascal hubiese venido con usted en el bote de cuero no habría dicho lo que dijo: Los ríos son caminos que andan y llevan a donde se quiere ir. El turbante se le cayó de la cabeza. No vino Pascal sino en forma de barco. ¿Qué cuento es ése, señor vocal decano? Recordará usted, general, que a mediados del siglo pasado Voltaire metido a comerciante fletó a Sudamérica un barco bajo el nombre de Pascal con el pretexto de hacer la guerra a los jesuítas. El Pascal fue luego alquilado al gobierno español que lo empleó como transporte de guerra en la lucha contra los patriotas. Genio algo cínico el de Voltaire; extremadamente ambicioso de dinero. Esta avidez hizo de él un filósofo- armador. Se alucinó con la fábula de El Dorado. Envió al Paraguay a Cándido, cuyo mucamo, el mulato tucumano Cacambo, tomé después a mi servicio, liberándolo de la letra escrita. No entiendo, movió la cabeza. Vamos, que lo saqué del libro. Cacambo tuvo a mi lado un buen pasar. Le brindé confianza. Por supuesto la traicionó, pues en la sangre de los mulatos está el que sean traidores. El general seguía riéndose, estimulado por mi seriedad, creyendo seguramente que le estaba relatando otra fábula.

El patizambo Echevarría viene y se entromete en la conversación: Vea usted, señor vocal decano, la negativa del Paraguay a integrarse a las Provincias Unidas del Río de la Plata significa precisamente la continuación de la política de aislamiento que han implantado aquí. En absoluto, señor jurisconsulto. El Paraguay no se aisló por su propia voluntad. Tanto valdría que usted se avanzara a sostener que si lo tapiáramos en este cuarto de baño se encuentra su merced ahí por puro gusto y en el mejor de los mundos. ¡Vamos, doctor Echevarría! ¿Se dejaría usted aislar de ese modo? ¿Diría, sin mentir, que lo ha hecho por su propia voluntad? Fueron los gobiernos del ex virreinato los que se han apropiado el dominio del río atrancando la puerta desde la Revolución que libró a nuestros países del poder opresor. Buenos Aires viene ahora a ofrecernos paz, unión y libre comercio. ¿Se fraterniza este ofrecimiento con las actitudes y la conducta de un Estado que se arroga autoridad de gendarme con relación a los otros, y sobre todo con un Estado libre, independiente y soberano como es el Paraguay? ¡No que no y no, señor jurisconsulto! ¿No envió la Junta de Buenos Aires al general Belgrano, aquí presente, con una expedición para someter a este país? Ya hemos discutido y aclarado bastante este equívoco, que no es tal. Preferiríamos, señor vocal decano, no enredarnos en consideraciones laterales. Usted es uno de los intelectuales más alumbrados de nuestra América. ¿A qué perder el tiempo con el pasado? Vea, doctor, aquí en el Paraguay el hombre más alumbrado que tenemos es el farolero de la ciudad. Enciende y apaga quinientas mil velas al año. Hasta él sabe que el porvenir es nuestro pasado. Despabilemos las velas nosotros también. Hablemos del porvenir. Cómo no. Con mucho gusto. Con tantísimo gusto. Es mi materia. Pienso, señor vocal decano, que usted es muy afecto a los juegos de palabras, y aquí nos hallamos deliberando sobre cosas muy serias que exigen de nosotros la mayor seriedad. Acordes, ilustrísimo doctor. Tal es la maldición de las palabras: Maldito juego que obscurece lo que busca expresar. Sobre todo, señor vocal decano, si no guardamos las formas de una elemental urbanidad. ¿Le parece que aquí, a la puerta de un baño, podemos enjuagar estos asuntos? Consonantes, doctor. Pasemos al salón de los acuerdos.

¿Qué ventajas estaba pretendiendo sacar el leguleyo porteño de sus petulantes escarceos? Quería hablar del porvenir. Grandes, solemnes palabras. Claro, al indecente muñidor le interesaba concluir cuanto antes los turbios negocios de la misión para meterse en otros más turbios todavía: Estaba apurado en proponer a los ignorantes acéfalos de la Junta la venta de la Imprenta de los Niños Expósitos. Tráfico de contrabandistas entre bribones.

En cuanto a lo que a nosotros concierne, señores comisionados, el Norte de la Revolución Paraguaya es labrar la felicidad del suelo natal, o sepultarnos entre sus escombros. Decisión irrevocable. No hay poder sobre la tierra que nos vaya a hacer mudar de convicción ni derrotero. Si ponen puertas al río caminaremos sobre el agua. Ustedes, señores comisionados, pueden evitar esto. Podemos entre todos evitar lo peor y lograr lo bueno. Hacer que la palabra Confederación sea una realidad útil. Ya le han sacado al Paraguay mucha tierra y mucha agua. No le sacarán su fuego ni su aire. La quijada verdosa de Echevarría buscó el apoyo del puño. La silueta blanca de Belgrano se arrebujó en la penumbra.

Hablemos claro, señores. Si se ha de formar un centro de unidad, ese centro no puede ser otro que el Paraguay. Núcleo de la futura confederación de Estados libres e independientes. ¿Por qué Buenos Aires no ha de venir a incorporarse al Paraguay? Centro-modelo de los Estados que han de confederarse. Lo fue desde el comienzo de la colonización. Con más razón debe serlo desde el comienzo de la descolonización. Su motor impulsor. No sólo porque es ya la Primera República del Sur; también porque sus títulos la habilitan desde siempre para ello. En el Paraguay se produjo el primer levantamiento contra el absolutismo feudal. Las jerarquías que producen los acontecimientos de la historia ponen por encima de Buenos Aires a Asunción: Madre de Pueblos y nodriza de ciudades, reza por ahí alguna cédula idiota de la corona, que no por idiota ha dejado de expresar a su modo una verdad. Cuando Buenos Aires se convirtió en flamantes ruinas, Asunción la refundo. Buenos Aires se avanza ahora a querer refundirnos. ¡Vean lo que puede significar el mal uso de una letra cuando la realidad de los hechos está viciada de errores! Buenos Aires, mis amigos, es en sí misma un gran error. Gran estómago rumiante colgado de un puerto. Con Buenos Aires a la cabeza corremos el riesgo de ser tragados vivos. Fatal predestinación. Fray Cayetano Rodríguez, mi antiguo profesor en la Universidad de Córdoba, me escribe: ¡No sabes, hijo, que el nombre porteño está odiado en todas las provincias desunidas del Río de la Plata!

Esto no es casual. Ya desde los tiempos en que a la luz de las nuevas ideas reflexionábamos sobre la suerte de esta parte del Continente en los subterráneos de la gótica pagoda de Monserrat, veíamos con meridiana claridad lo que iba a pasar. Algunos de mis condiscípulos que ahora son miembros de la Junta, lo saben tan bien como yo. Mientras la ciudad domina sobre el campo, la pretendida Revolución se convierte en un teatro de discordias y alborotos. Es lo que pasó aquí con el descalabro de la Revolución comunera. El patriciado capitalino la traicionó. Cuando el Común, el pueblo en su conjunto, retoma el poder la Revolución se impone. Luego, comete el error de entregarlo a los intelectuales «alumbrados», a los jerarcas del patriciado. Entonces el pueblo es vencido. Sus jefes naturales son decapitados; el movimiento de liberación, destrozado.

Aquí en el Paraguay las fuerzas de la Revolución radican en los campesinos libres, en la incipiente burguesía rural. Especie de «tercer Estado», incapaz sin embargo de gobernar todavía directamente bajo la forma de un parlamento revolucionario. Incapaz de llevar aún la lucha de la independencia hasta sus últimas consecuencias.

En Buenos Aires la Revolución la están haciendo los girondinos de la burguesía comercial portuaria. Sus mayores y mejores esfuerzos no pasan de conservar el sistema del virreinato con algunas reformas que tenderán a cristalizar de nuevo en una corona monárquica. Esta vez criolla. Sus más «alumbrados» intelectuales están desvinculados de las masas populares, como aquí asimismo lo están los empingorotados jefes militares que señorean la Junta.

El general se puso de pie. Empezó a tranquear otra vez de una pared a otra. Movió la cabeza. No estoy de acuerdo con lo que usted dice, Señor. Yo no soy mercader. Usted tampoco lo es. Usted ama a su pueblo. Yo también al mío. Desdichadamente estarnos en minoría, señor general. De nosotros depende que la mayoría del pueblo esté con nosotros. ¿No tildó acaso Cornelio Saavedra a Mariano Moreno de malvado Robespierre que propugnaba exagerados principios de libertad, impracticables teorías de igualdad? Luego segregó esta secta de falsos jacobinos-jabonarios que pretendían instaurar, según don Cornelio, una furiosa democracia destinada a subvertir la religión, la moral y nuestro tradicional estilo de vida. Moreno fue mandado poner en remojo en las profundidades del mar.

Vicente Anastasio Echevarría tomaba notas muy serio. En lugar de sorber soplaba la bombilla del mate que le estaba sirviendo el mulatillo Pilar. Así no, doctor. Difícil sorber/soplar al mismo tiempo, ¿no? Se le ensortijaron los ojos. No supo qué responder. Vean, señores, yo a veces gusto ser ingenuo, aunque no tanto como parece. Estoy absolutamente seguro de que ustedes han venido a pedirme que dé a Buenos Aires el resto de lo que ya se le dio. El que da y da queda-sin-quedar. En tal situación, no me queda otro recurso que meter el cerrojo por dentro. Guardarme las llaves. Levantar una cadena de fortalezas desde el Salto hasta el Olimpo. Mantener abiertas únicamente las troneras que convengan al país. Esto es lo que haré. Ya está hecho. Cumplido.