Así que también, según el diagnóstico de este agnóstico salvaje, estoy con los huevos del alma todos rotos. No ve más que vacío entre los huesos. Pero el vacío es todavía algo; todo depende del modo y del acomodo. ¿No? Sí. Los fetos panfletarios de los chivosis retuercen el trapo mojado de mi cuerpo bajo tierra. Toman chicha de maíz. Siguen retorciéndome, sus bolsillos rebosantes de calumnias. Toman más chicha. Me ponen al fuego. Mi cuerpo humea en los temblores del muerto-ser-continuamente. Mas no acabarán conmigo. Soy agua de hervir fuera de la olla, dirá de mí una niña escuelera. Estar muerto y seguir de pie es mi fuerte, y aunque para mí todo es viaje de regreso, voy siempre de adiós hacia adelante, nunca volviendo, ¿eh? ¡Eh! ¿Crecen los árboles hacia abajo? ¿Vuelan los pájaros hacia atrás? ¿Se moja la palabra pronunciada? ¿Pueden oír lo que no digo, ver claro en lo obscuro? Lo dicho, dicho está. Si sólo escucharan la mitad, entenderían el doble. Yo me siento un huevo acabadito de poner.

¿Qué más tienes entre esa papelada? La viuda del centinela José Custodio Arroyo, que se quemó ayer, ha elevado solicitud a Vuecencia. ¿Qué quiere la viuda? ¿Que le resucitemos al marido en premio de la grave falta que cometió descuidando su puesto?

Con todo respeto y veneración al Supremo Gobierno digo, dice la viuda: que tengo encajonado al muerto en mi casa sin poderlo enterrar, y que con la calor reinante la jedentina ya ha invadido todo el barrio de la Merced. Razón por la cual los vecinos están metiendo gran bulla y alboroto. Que lo entierre de una vez. El señor cura párroco de la Encarnación, Supremo Señor, se niega temático a rezar responso y a dar permiso para que mi finado, su servidor que fue, reciba cristiana sepultura, no digo ya bajo el piso de la Iglesia, como le corresponde, pero aunque más no sea en la contrasacristía donde se entierra a todos los cristianos. Que diga el cura por qué se niega a entonar el entierro. El señor cura Párroco alega que mi finado José Custodio era un ateo rematado y masón. A más alega que por ello mismo no es un casual que lo hayan visto en medio de la tropa de demonios bailando con infernal salva jería alrededor del fogaron que se tragó al Supremo, digo mal y me desdigo diciendo bien: Alrededor del fogarón que mi finado José Custodio encendió para quemar la sacrilegia figura de nuestro Supremo Karai Guasú, abrazado al cual, quiero decir no al Supremo en persona sino solamente a su figura de cera, se achicharró luego en el fuego al caer sobre él.

Es lo que alega el señor cura párroco, cuando yo bien más que bien sé que mi finado José Custodio lo hizo únicamente y con toda su alma queriendo salvar esa figura que para nosotros es san ta, por apersonar a nuestro Karaí, hecha con malaintención por los que quieren burlarse del Jefe Supremo del Gobierno y recibirán eterna maldición, si Dios quiere y María Santísima.

De todo lo cual resulta que por liga del Paí el vecindario me acusa de ser bruja. Continuamente sacan en procesión al Santísimo, que está prohibido, en medio de lamentaciones y rezos. También sacan la imagen de Nuestra Señora de la Asunción que está en poder de Dña. Petronila Zavala de Machaín como celadora perpetua de la Virgen, la que también está prohibida.

Han traído de todas partes lloronas y oracioneras elegidas que suman más de mil. Frente a mi casa y en muchas calles han prendido fogatas de palma-bendita y laurel-macho, dicen que para ahuyentar a los malos espíritus que según ellos salen del cuerpo de mi José Custodio. Me gritan y maltratan de palabra a toda hora y en la hora.

Anoche varios sujetos y mujeres de mi conocimiento, de que doy fe, trajeados con los hábitos de la Orden Terciaria, atropellaron mi casa. Me ataron y tapujaron con rosarios de Quince Misterios. Me arrastraron hasta la orilla de uno de los arroyos de fuego que se derraman por la calle y por las zanjas tal igual a los raudales de las tormentas con sus llamaradas de agua. Arrastraron también el cajón con el finado adentro y me ataron con sogas sobre la tapa. Nos hubieran tirado a la zanja de donde salía el fuego, quemándose ¡Dios nos guarde! mi José Custodio por segunda vez después de muerto, y yo por la primera antes de morirme. El suceso hubiera sucedido, si no hubieran llegado los guardias justo a tiempo para salvarnos con sus fusiladas.

Por mi finado, que ya está muerto, por mí que todavía estoy viva, no me importa, ni hubiera reclamado nada a nuestro Supremo Dictador. Pero tengo doce hijos, Y el mayorcito sólo cerró los quince. Toca el tambor en la banda del Cuartel del Hospital. Yo soy lavandera, pero lo que gano con los trapos sucios de la gente de arriba no nos va a alcanzar más para vivir con mis hijuelitos.

Pero esto tampoco me importa demasiado, Supremo Señor. Lo que mucho me importa, y más que nada me importa, es que por culpa de la calumnia y malicia de la gente mala no pueda enterrar cristianamente a mi llorado finado, que nadie sabe lo bueno, lo servicial, lo alma de Dios que era el pobre José Custodio. No es lo mismo enterrarlo en el patio de nuestro rancho o tirarlo al río, por más Arroyo que sea el hombre que sirvió a nuestro Supremo con toda su lealtad y murió por y en el servicio de la Patria y del Gobierno.

Levántese, señora. ¿Cómo es su nombre? Gaspara Cantuaria de Arroyo, para servir a usted, Exmo. Señor. Levántese. No puedo permitir que ningún paraguayo, hombre o mujer, se arrodille antenadie, ni siquiera ante mí. Vayase, llevándose mi pésame. Su deseo será cumplido.

¿Se ha ido, Patiño? ¿Quién, Señor? La viuda, patán. Excelencia, ella no ha estado aquí. Su Merced ha prohibido toda audien cia. He estado leyendo la solicitud de la viuda nomás, Señor. Por idiota no sabes que las personas, las cosas, no son de verdad. Des pierta ya de una vez de esa especie de borrachera-encantamiento que te hace estar siempre fuera de lo que pasa. ¿No sientes tanta pobreza de lo general? Gente en las duras de sus dificultades, en las maduras del desánimo. Los pobres, los únicos que tienen un triste amor a la honestidad. Árboles que recogen polvo. Si no pudieran por lo menos suspirar se ahogarían. He averiguado, Excelencia, que hay de por medio una antigua enemistad entre el cura y los Arroyos por no haberle querido pagar éstos los aranceles de bautismo de los doce hijos.

Escribe la providencia al párroco de la Encarnación: Que manifieste adonde ha ido a parar el alma del difunto José Custodio Arroyo. Si lo encuentra en el infierno, déjelo allí. Si no le fuera posible averiguarlo, procederá de inmediato a enterrar el cadáver en sagrado, luego de un funeral de cuerpo presente. Sin costas. Pasa vista del expediente al provisor. Se le ordena, además, el traslado del cura de la Encarnación al penal del Tevegó.

Auto Supremo:

Pagar 30 onzas de plata a la viuda Gaspara Cantuaria de Arroyo en reparación de daños morales y perjuicios materiales. Más una pensión de seis pesos con dos reales por cada hijo hasta que el mayor alcance mayoría de edad. Cumplida, entrará a revistar en el cuerpo de Banda del Cuartel del Hospital con el grado de cabo músico.

A propósito, y a fin de que las bandas de todo el país vuelvan a atronar el aire con sus marciales sonoridades tal como tengo ordenado, toma nota del siguiente pedido a los comerciantes brasileros del Itapúa: 300 clarines de metal latón y otros tantos bañados en bronce; 200 cornetas de llaves; 100 oboes; 100 trompas; 100 violines; 200 clarinetes; 50 triángulos; 100 pífanos; 100 panderetas; 50 timbales; 50 trombones; dos gruesas de papeles de música; 1.000 docenas de cuerdas y bordonas de guitarra, para reponer la anterior partida que cayó al agua en el cruce del Paraná por descuido y desidia de los transportadores.

De este instrumental se proveerá una dotación completa a los indios músicos que componen la banda del Batallón de Infantería n.º 2, a cargo del maestro Felipe Santiago González, la cual será re-habilitada y ampliada a un efectivo de cien plazas. Los solistas de oboe Gregorio Aguaí, de trompa Jacinto Tupaverá, de violín Crisanto Aravevé, de clarinete Lucas Araká, de pífano Olegario Yesá, de pandereta José Gaspar Kuaratá, de triángulo José Gaspar Jaharí, componentes de la orquesta que rindió honores en las exequias, serán dados de baja con la pensión correspondiente.

¿Qué has sabido del robo de las 161 flautas hurtadas del órgano que se hallaba en el coro del templo de la Merced? He aquí Excelencia, el parteado del Ilmo. Provisor y Vicario General D. Roque Antonio Céspedes Xeria: En vista de la gravedad del sacrilego robo, resolví amenazar a los presuntos ladrones y cómplices con todo el aparato del Estado, lo que hasta el momento no ha dado ningún resultado de que dar parte a Vuestra Excelencia. Pese a ta-las amenazas y a la de excomunión que he decidido fulminar post mor tem, todo lo más que se ha podido averiguar es que presumiblemente el músico Félix Seisdedos (llamado así porque efectivamente los llevaba en cada mano y en cada pie, organista del suprimido convento de la Merced, criado y esclavo del finado presbítero O'Higgins) es el que anduvo vendiendo las flautas al platero Agustín Pokoví como chatarra de plomo. Tampoco esto ha sido posible confirmar, Excelencia, pues el platero Pokoví murió poco después del hurto, de un ataque de apoplejía, y el citado esclavo y organista Seisdedos, ahogado en un raudal, el mismo día del temporal en que su Excelencia sufrió el accidente. Pede poena cl audo! Nuestras pesquisas se encaminan ahora hacia las escuelas públicas, pues he recibido informes de que se han formado bandas secretas de flautistas entre los alumnos de dichos establecimientos. Elevo a Vuestra Excelencia estas noticias sin detenerme a adquirir otras creyendo convenir su prontitud a los efectos que Vuecencia se sirviera tener a bien para contener el mal.

Ordena, Patiño, que se deje sin efecto la investigación del robo. Agrega a la lista de instrumentos músicos que ya te he dictado la cantidad de 5.000 flautas pequeñas para su distribución a cada uno de los alumnos de las escuelas públicas. Ordeno, además, que en cada una de ellas se formen bandas de flautines con los discípulos mejor dotados. Desde la fecha se incorpora la materia de teoría y solfeo al programa escolar de instrucción.

¿Qué más? El cabo músico Efigenio Cristaldo eleva a Su Excelencia solicitud de retiro del cargo que ha venido desempeñando durante treinta años como tambor mayor. Alega que su edad y mala salud no le permiten ya cumplir sus obligaciones con la capacidad que exige el servicio. Pide en cambio autorización para reintegrarse a sus trabajos de chacrero, especialmente como plantador del maíz-del-agua en el lago Ypoá. ¿Ves, Patiño, cómo la enfermedad trastorna más que la muerte las actividades de los hombres? En el momento en que estoy echando las semillas para que surjan millares de músicos en este país de la música y la profecía, el tamborero decano, el mejor de mis tambores, el que hacía del instrumento la caja misma de resonancia de mis órdenes, quiere llamarse a silencio. ¿Por qué? ¡Para cultivar victorias-regias en el agua barrosa del lago! ¿Qué victorias hay sin tambores? Cítalo. Éste es un problema que hemos de resolverlo entre él y yo.