Yo disculpo ciertos errores. No aquellos que pueden tornarse peligrosos para el orden en que viven los que quieren vivir digna mente. No tolero a aquellos que atenían contra el intocable, el inatacable sistema en que están asentados el orden de la sociedad, la tranquilidad pública, la seguridad del Gobierno. No puedo tener contemplaciones contra los que me hacen la guerrilla de zapa Malvados los más peligrosos. El odio les eriza los cabellos. Les apaga la voz. Les deja apenas el cobarde, el triste valor de arremeter contra mí entre las sombras, pluma en ristre, carbonilla en mano. El perverso vive en perversidad de boca. No puede mirar el sol de frente. Anda siempre detrás de su sombra. No merece el orgullo de pertenecer al país más próspero, independiente y soberano de la tierra americana. Orgullo que siente hasta el último, el más igno rante de los campesinos libres de esta Nación. El último mulato. El último liberto.

Pese a todo alguna vez intenté socorrerlos. Tirarles el cabo de una cuerda. Sacarlos a flote. Volverlos a la orilla de lo humano. No lo quisieron. Están llenos de miedo. El miedo se horroriza de todo, hasta de aquello que podría socorrerlo.

Cosa de loco es no tener juicio. A estos hijos de la Gran Sigilaria, el delirio de su odio, la impotencia de su ambición les han secado hasta el último átomo de materia gris. Me amenazan con ensartar mi cabeza junto al mástil de la República. El Scrutinium Chymicum de mi cremación es lo menos que piden. Cuando mucho poco. Ya que no pueden quemarme en persona me queman en efigie haciéndome fumar mi propio falo. Ensayo general otra vez. Uf. Ah. Ya me aburren sus payasadas. No pienso responderles. Nada enaltece tanto la autoridad como el silencio. Mi paciencia tiene ruedo muy amplio. También debo cobijarlos a ustedes, alborotadores de a medio real. Castrados de almas-huevos. íncubos/súcubos de la guerrilla pasquinera. Promiscua legión de eunucos sietemesinos. Tascan el freno del Gobierno y dejan pega dos al fierro sus cariados dientecitos de leche. Mujeriles fantasmas Se depilan las partes secretas para armar sus pinceles. Corruptores de la tranquilidad pública, de la paz social. No me tomaré el tra bajo de mandarlos arrojar al río en una bolsa, a la romana, junto con un mono, un gallo y una víbora. Agentes secretos de los que bloquean la navegación, ustedes no necesitan salvoconducto para buscar aguas abajo mejores horizontes. Hijos de mala cepa los plantaré en el cepo, buen consejero para aquietar cabezas que quieren alborotar las ajenas. Cuanto más me execran más autorizan mi causa. Más justifican mi mando. Son mis mejores propagandistas. A los de la serenata pasquinera romperles la guitarra en la crisma. La música no es sino para quien la entiende. No voy a tratarlos con los escrúpulos que suelen decir de fray Gargajo. ¿Qué es lo que ustedes se creen, malandrines? ¿Creen que la realidad de esta Nación que parí y me ha parido, se acomoda a sus fantasmagorías y alucinaciones? ¡Ajustarse a la ley, vagos y malentretenidos! Tal el mundo que debiera ser. La ley: El primer polo. Su contrapolo: La anarquía, la ruina, el desierto que es la no-casa, la no-historia. Elijan si pueden. Más allá no hay un tercer mundo. No hay un tercer polo. No hay tierras-prometidas. Menos aún, mucho menos las hay para ustedes, virtuosos del rumor, defecantes del zumbido. ¡Sépanlo de una vez, ustedes que nada saben, que no pueden nada, sépalos de la mierda en flor!

No se dan tregua. No me dan tregua. La enfermedad me acosa por dentro y por fuera. Se extiende por la ciudad. Contamina. Infecta. El no dormir suelta al aire el virus salamandrino del no-sueño. Peor que la mancha del ganado. Peste de lo general. De día, ni el vuelo de una mosca. Silencio al revés. Los que están al acecho aguantan la respiración desde el alba a la noche. Sólo entonces comienza el zumbido del cárabo. Arañar de patas de escarabajos. Aletear de murciélagos. Susurros de escamas. La boche se puebla le sonidos-fantasmas. Encañono el catalejo, el telescopio, a través de las ventanas. Nada. Ni una sombra. Las casas manchan de blanco la obscuridad. Vía láctea levantada por mí entre los árboles. Más blanca que la nube de nuestra galaxia entre las nubes. Los gritos de los centinelas llegan desde otro mundo. De repente un tiro. Aullidos. Se propagan. Llenan la noche. Todos los perros del Paraguay ladran a la pesadilla de la obscuridad. Después el silencio fondea de nuevo. Surgen las siluetas emponchadas de negro. Los pies lanudos envueltos en pieles de oveja. Rondan, se deslizan ante las casas de los enemigos. Buscan en los corredores de los templos, en las plazoletas, en los callejones, en las callejuelas tortuosas, en los zanjones. Sé que no verán ni encontrarán nada, pese a su instinto y olfato de perdigueros. Nada escucharán a través de las rendijas de puertas y ventanas. La noche es más grande, más monótona que el día. Los hace estar en otra vida. Creen ver algo. Una exhalación sulfurosa zigzaguea a flor de tierra. Pegan la vuelta. Ya es tarde. Más lejos, música de serenata en una acera. Corren hacia allá. Postigos cerrados. No hay sino la memoria del sonido bajo los aleros. Los pies-peludos no oyen, no ven nada. Escupen insultos soeces. Se chupan las muelas careadas. Escupen. Se quedan parpadeando en el plasto de sus escupidas. No sirven más que para eso.

Aquí en mi cuarto, el apagado tic tac de los relojes; entre ellos el que regaló Belgrano a Cavañas en Takuary. El ruidito de las polillas en los libros. El minutero taimado de la carcoma en el maderamen. De tanto en tanto caen los cascados sonidos de la campana de la catedral marcando no horas sino siglos. ¡Cuánto hace que no duermo! Todo se repite a imagen de lo que ha sido y será. Lo sumo y lo mínimo. Tan cierto es que no hay nada nuevo bajo el sol, y este mismo sol es la repetición de innumerables soles que han exis tido y existirán. Los antiguos sabían que el sol se hallaba a dos mil leguas y se asombraban de que se pudiera verlo a doscientos pasos. Sabían que el ojo no podría ver el sol, si el ojo no fuese en cierto modo un sol. Más que necesario saber no estar enfermo, hacerse invulnerable a todo. El cacique Avaporú, según el jesuíta Montoya, mascaba la yerba mágica del Yayeupá-Guasú; estornudaba tres veces y se volvía invisible. De modo que yo, aunque estuviese muerto no lo estaría, pues sería mi repetición. Únicamente la cás cara de mi primer alma estaría rota o muerta después de haber empollado las otras.

Habíame sobre esto, ordeno al jefe nivaklé. Cuéntame todo lo que sepas acerca de esto. El rostro del hechicero indígena se torna más sombrío aún. Los carbones de sus ojos reflotan un instante entre las embijadas arrugas. Habla pues. Gato Salvaje se apoya en la vara-insignia y a través de la boca cerrada comienza el murmullo que a través de su cuerpo parece venir de muy lejos. Chasejk, el lenguaraz, traduce: Todos los seres tienen dobles. Las ropas, los utensilios, las armas. Las plantas, los animales, los hombres. Este doble se presenta a los ojos de los hombres como sombra, reflejo o imagen. La sombra que cualquier cuerpo proyecta, el reflejo de las cosas en el agua, la imagen vista en un espejo. Podemos llamarla Sombra, aunque está constituida de una materia más sutil. Tal es así que la sombra del sol cubre los objetos, pero no los oculta. El reflejo del agua no permite que los peces se escondan totalmente.

Las sombras son idénticas a los seres que duplican. Son tan delgadas, más-que-transparentes. No se las puede tocar. Solamente se las puede ver. Pero no siempre con los ojos de la cara, nada más que con el ojo interior que piensa. Por lo que la sombra es la imagen de cada ser. Todos los seres tienen dobles. Pero el doble del hu-mano es uno y triple al mismo tiempo. A veces más. Cada una de estas almas es distinta a las demás, pero a pesar de sus diferencias forman una sola. Digo al lenguaraz que pregunte al nivaklé si es como en el misterio del cristianismo: Un solo Dios en tres Personas distintas. El hechicero se ríe con una risa seca sin despegar los labios fruncidos por los tatuajes. ¡No, no! ¡Eso no es con nosotros, los hombres-del-bosque! El alma primera se llama huevo. Luego está el alma-chica, situada en el centro. Rodeando totalmente el huevo está la cascara o cuero: el vatjeche. Dura corteza que protege el alma-blanda o médula. Así como el huevo es el alma del cuerpo, la cascara es el alma del huevo. Ambas no pueden verse ni tocarse.

Están formadas por algo que es menos que el viento, puesto que el viento se siente; mientras que esas dos almas no tienen nada que pueda tocarse ni verse. Atraviesan las cosas más duras. Nunca chocan contra nada. Cuando una persona echa el aliento sobre la cara de otra, ésta lo siente. El huevo y la cascara son más tenues que el aliento. La tercer alma es vatajpikl: la sombra. Alma de la cascara que «tiene algo». Son muchos los que ven la sombra de una persona recientemente muerta en los alrededores de su tumba. Su semejanza es tan perfecta con el cuerpo «que ya no está», con sus movimientos que fueron, con su manera de ser que ya no es, que parece que el cuerpo sigue estando. Pero esa alma errante está completamente vacía, no tiene nada adentro. Para nosotros el cuerpo tiene más importancia que las almas, porque éstas se originan en aquél. Sin cuerpo no existen almas, aunque éstas sobreviven después de su destrucción. Éste es el pensamiento de los Viejos. No hay palabras para explicar esto, pero ellos, los Viejos, saben q ue hay varias almas en una sola: El alma-huevo, hijo-del-alma, o alma-chica; la sombra producida por el sol; el reflejo en el agua, la imagen en el espejo; la sombra producida por el sol a media mañana o a media tarde; la sombra del sol cuando cae a la espalda del cuerpo que va hacia adelante; la sombra del cuerpo cuando el sol está en el punto más alto del cielo; la sombra proyectada por la luz del sol filtrada por las nubes; la sombra que produce la luz de la luna; la misma luna a través de las nubes. Pero de todas ellas, la.s principales son las tres almas que son el sostén de la salud y la vida del hombre. Su trabajo el mantenerlo sano, sin dolores ni mole.s tías, con ánimo y energía. Ése es su oficio; el oficio sagrado que únicamente las tres juntas pueden cumplir. Si faltara alguna de las tres, por ejemplo, el alma-huevo, el hombre incompleto seguiría caminando, cumpliendo con sus obligaciones, pero con perma nentes dolores de cabeza y de cuerpo. Señal de que alma-chica ya no está. Se ha ido. El enfermo puede seguir viviendo. Si no se hace curar a tiempo, la parte del ser que le falta, hace más fácil el robo de las otras dos por los espíritus malignos. Son los chivosis o seres enanos que viven bajo tierra; almas deformes de los recién nacidos y criaturas muertas. Allí abajo éstos torturan a las sombras roba das. Toman chicha de maíz y se divierten torturándolas, iguales a esos indios desnaturalizados que torturan en los sótanos del Gran Señor-Blanco. Entre varios chivosis retuercen y doblan cruelmente las almas robadas. Entonces el cuerpo sufre los temblores del muerto-ser-continuamente. Pregúntale, Chasejk, si puede curar me. Dice que no, Excelencia. Dice que ve enteramente vacío el in terior de Su Señoría. No hay más que huesos, dice. Las tres almas se han ido ya. Queda únicamente una cuarta alma, pero él no la ve. Dile que mire, que vea. La sombra es más difícil que el huevo. Dice que no tiene poder sobre ella; que no la puede ver. Dice, Excelencia, que aunque soplara hasta quedarse sin resuello, los espíritus auxiliares de la curación no podrán penetrar ya en el vacío-sin alma del cuerpo. Soplará y escupirá hasta que se le seque y se le caiga la boca. La piedra grande de la muerte ha caído adentro y ya no hay forma de sacarla. Esto dice el nivaklé, Excelencia.