A propósito de la «almáciga de ratas» que El Supremo pudo en efecto tener con fines experimentales en su chacra de Ybyray, véase otro ejemplo del método usado por el doctor Días de Ventura y fray Bel-Asco para denostarlo y difamarlo, distorsionando los hechos. Los fragmentos que siguen se han extraído de la ya citada correspondencia privada entre estos dos acérrimos enemigos del Dictador Perpetuo:

Rvdo. Padre y amigo:

Me emocionan ya por anticipado sus futuras Proclamas de un Paraguayo a sus Paysanos, en las que con su admirable arte de per-suación los convencerá de que deben rebelarse y terminar con esta época de vergüenza y luto, antes de que sea demasiado tarde.

Quizás pueda resultarle útil, en este monstruario de hechos, la última vesánica ocurrencia del Dictador, la que mantiene en el mayor de los secretos. A imitación de los prisioneros que domestican roedores en los calabozos, me han informado confidencialmente que ha instalado en su quinta de Trinidad un inmenso vivero de ratones Tiene allí recogidas todas las espe cies de roedores que se conocen en el país. Ha puesto en la guarda del vivero a dos o tres esclavos sordo mudos. El negrito José María Pilar, su ayuda de cámara, es quien vigila a los cuidadores. La confian za que le tiene y la inocencia del negrito son acaso, a juicio del Dictador, suficientes prendas contra toda infidencia. Pero por la boca de los niños, aunque sean esclavos, es por donde se filtran las verda des, las que a veces toman formas de símbolos o de parábolas.

Desde lo alto de un mangru llo, el negrito -según se me ha informado en fuentes fidedignas- tiene la misión de observar y anotar puntualmente todos los movimientos de los millares de roedores. El Dictador en persona acude a menudo a la quinta para verificar los datos. Según las especies que corren, basadas en los dichos del propio negrito, el Gran Hombre ha convertido el vivero en un extraño laboratorio. Se dedica allí a experimentos de cruza y, sobre todo, a observaciones sobre el comportamiento gregario de esta impresionante masa de colmilludos mamíferos. Comidas a toque de campana; evoluciones, tomo si se trataran de efectivos militares; ayuntamientos; incluso largos períodos de hambruna durante los cuales la campana suena a rebato hasta enloquecer a esta multitud de ratas y ratones; todo esto, digo Rvdo. Padre, lleva a sospechar que el diabólico Dictador ensaya allí, en esta suerte de borrador en vivo, sus métodos de gobierno con los que está bestializando a nuestros paysanos.

La última experiencia supera todos los límites que una persona honrada y en sus cabales pueda imaginar. Imagínese S. Md.: ¡Algo verdaderamente demoníaco! El Dictador ha mandado encerrar en la más completa obscuridad al cachorro de una gata, desde el momento mismo de su nacimiento. Durante tres años, el tiempo que ha pasado desde que el Dictador asumió el poder absoluto, el cachorro ha sido mantenido en total soledad y aislamiento, lejos del contacto con cualquier otra espe-cie viva. El gato ya adulto fue sacado en una bolsa de cuero de su hermético encierro y conducido al vivero. Allí, bajo el sol a plomo, el gato fue liberado y arrojado entre los millares de roedores famélicos, mientras el negrito rompió el aire de la siesta con el repiqueteo de la campana. Supóngase usted, mi amigo, el fogonazo del sol quemando de golpe los ojos del gato acostumbrado a la tiniebla más completa desde su nacimiento. ¡La luz lo ciega en el mismo momento en que la conoce! Bien alimentado en su cueva nocturna, tampoco conoce a la especie ancestralmente enemiga que lo rodea y lo ataca ferozmente hasta convertirlo en contados segundos en pequeñas astillas de hueso que son llevadas en todas direcciones, en medio de ese espantoso aquelarre. ¿No es esto, Rvdo. Padre, algo verdaderamente satánico?

La mayor fuerza de un gobernante reside en el perfecto conocimiento de sus gobernados, dijo el Dictador en su discurso inaugural. ¿Estamos condenados los paraguayos, al menos nuestros paysanos que no han podido escapar de la perrera hidrófoba, a la suerte de ese pobre gato nacido en una mazmorra? Saque S. Md, en sus Proclamas saludables advertencias. Su devoto amigo q.b.s.m.

Buenaventura Días de Ventura. (N.delC.)

Encerrado en mi cuarto-menguante, pasaba por las noches el paño de bayeta sobre el cráneo. Sólo después, mucho después, empezó a brillar tenuemente. Soltó cierto sudor rosado bajo el calor de la frotación. Yo soy el que frota, le dije, pero tú eres el que sudas. No cesaba de fregar en plena oscuridad. Noche tras. noche durante nueve lunas. Sólo entonces empezaron a saltar chispas muy diminutas. ¡Ya está empezando a pensar! Luz-calor Todo sabido. Todo blanco. El corazón resoplando en la boca Todo blanco/todo negro. ¡Enorme trémula alegría! Cosas de niño volando de lo solo a lo solo. O mejor: Cosas de niño aún nonato incubándose en el cubo de un cráneo. Cualquier rea piente puede servir, aun la cabeza muerta del que se ha deslizado al cubo del ataúd, víctima de imprevista enfermedad o esperada vejez. Mejor todavía el que ha quedado enterrado en tierra sim plemente. Mas yo era un no-nacido, oculto voluntariamente en tre las seis paredes de un cráneo. Los recuerdos del hombre adul to que yo había sido presionaban sobre el niño que no era todavía llenándolo de zosobras. ¡No temas!, le decía para animar lo. Los hombres cultos son los más ocultos. Ansian volver a la naturaleza que han traicionado. Volver, por miedo a la muerte, al estado que más se parece a la muerte. Algo semejante al encierro obligatorio en una cárcel, en un calabozo, en una comisaría, cu una colonia penitenciaria, en un campo de concentración. Todo esto no lo pensé entonces, en la penumbra sin aire del altillo. Lo imaginé, lo imaginaría después.

Nacer es mi actual idea… (quemado, ilegible el resto).

¿Cuánto tiempo puede estar enterrado un hombre sin descomponerse? A según, si no está podrido antes de morir tirará a durar cuantimás ocho o nueve años. A fote que si es buen cristiano y muere cabal el día de su muerte, puede que tire hasta el Día del Juicio, capaz que. Resucitar de entre los muertos a la sola voz de Dios. Todo sabido, niño Josué. Yo no me llamo Josué. Sí, niño. Desde el taita Adán hasta Nuestro Señor Jesucristo, siempre ha sido así. Josué. O Adán. O Cristo. ¿Puede alargar su vida el hombre, machú Hermogena Encarnación? Si no es culpable de su muerte no acorta su vida. Se empieza a envejecer desde que se nace, niño Josué. La antigüedad del hombre siempre recula. Pero dónde ha visto usté a un vivo que no acorte su vida a volunta. Nadie sabe desertar de su desgracia.

El aya volvióme la espalda mientras se untaba el pelo motoso, la nuca, los ríñones, los senos, con grasa de tortuga. Déjese de tanto preguntar, amito Josué, y venga a frotarme la cintura. Ya estoy vieja y no me alcanza la mano ni la fuerza de la mano. Se tumbó en el piso. Empecé a friccionar distraídamente el fardo de arrugas pensando en el cráneo, mientras el aya canturreaba la boca pegada al suelo:

Yo nunca moriré
sin saber por qué por qué
por qué
por qué
oé oé oé…

¿Cuánto tiempo le parece a usted que ha estado enterrada esta calavera? ¡Eá, che Dios! ¿Para qué guarda eso? Todas las calaveras son locas. ¿Por qué, machú Encarna? ¡Eá, porque han perdido su eso pues! Esta calavera, dijo dándole vueltas entre sus manos par-do-cenizas, ha estado enterrada hace nueve mil ciento veintisiete lunas. La luna, que viene se irá y morirá otra vez. Ji. Mejor, por mi mal consejo. Llévala usté al cementerio erio erio. Dígame, machú Encarna: ¿Cabeza de hombre o de mujer fue? De hombre, de hombre. Vea ahí la cresta de gallo. Señor muy principal fue. Por el olor se sabe la calida. Cuanto más calida tiene el dueño en vida, peor olor tiene después de muerto erto erto. En otro tiempo tenía lengua, podía cantar:

Cuando era joven
guitarreando
guitarreando
pasaba el tiempo
pasaba y pasaba
pasaba avá avá 1
avá avatisoká 2 .

La lengua del señor está ahora en poder del señor gusano. Ji ji ji. ¡Ah señor sin juicio no llegarás al Día del Juicio! Ji ji ji. Esa osamenta no le ha de servir, niño, más que para jugar a los bolos olos olos. Ni siquiera para eso le va a servir. Ahora que la miro bien, veo que cabeza de indio fue. El canto mismo lo dijo. No hay como cantar para saber las cosas. Fíjate usté aquí: La mancha de la argolla en el hueso, la zanja de la vincha. Tírala al río de los payaguá guá guá. ¡Tírala, mi amito, le puede traer una mano grande de desgracia! ¡Oé oé oé! La voz del aya rebotando entre las seis paredes: ¡Eso no es juguete para un niño!

Yo no era un niño. No lo era aún. No lo sería más. El aya riéndose: Cuando usté chupaba mi teta yo no sentía tu boca. A usté lo que le falta es estar en su ser natural.

Ay suerte qué mala suene

cuando la burra quiere el burro no puede…

Risa. Lo blanco en lo negro. Tu mamá de usté te malcrió demasiado mal luego, niño Josué. Más peor cuando se tiene dos madres. ¡Cállese, Hermogena! ¡Yo no tuve madre!, dije, pero el aya había volado por la ventana dejando sólo el retumbo de su risa de pájaro de mal agüero.

Me veo explorando a la luz de un candil la carcaza de hueso. Primer mapamundi de un mundo que cayó en mis manos. Pequeño calabozo donde estuvo encarcelado el pensamiento de un hombre. No importa si indio o gran señor. Más grande que el globo terráqueo. Vacío ahora. Quién sabe. Bah buen asunto. Imaginación viva imaginando imaginación muerta. No hay vacío en ninguna parte. En todo caso, qué hay en el vacío que pueda asustar. Los que se asustan de la imagen que ellos mismos han fabricado, esos son niños. Meto la vela en el interior del cráneo. La esponjosa transparencia deja adivinar el desvanecido laberinto de materia hoy ausente. Manchas. Solamente rastros en la blancura de la rotonda. Mido, marco, vigilo a compás. Radios, diámetros, cisuras, ángulos, celdillas, nebulosas orbitarias, circunvoluciones temporales, zonas occipitales, equinocciales, solsticiales, regiones parietales. Lugares de las grandes tormentas del pensamiento. Agujeros sin fondo. Cráteres. Globo lunario. Anciano cráneo. Cráneo de anciano o de joven. Sin edad. La sutura metópica lo divide en dos mitades. Niñez/Vejez. Ahora que yazgo en mi antigüedad sin haber salido de la infancia que no tuve, sé que debo tener un principio sin dejar de ser un término. Dadas tres o cuatro vidas o tal vez cien vidas en esta tierra ingrata, yo habría podido llegar a algo. Saber lo que hice con exceso o con defecto. Saber lo que hice mal. ¡Saber, saber, saber! Aunque ya sabemos, por las Escrituras, que sabiduría añade dolor.

1 Avá. en guaraní, indio.


2 Avatisoká: palo o mano de mortero.