Estaba inmóvil, como una estatua. Ni siquiera se había cubierto con algún plástico o con un cartón, como los demás. Como si le diera lo mismo todo, seguía en el banco, sentado, mientras la lluvia seguía cayendo cada vez con más violencia sobre la ciudad vacía. Una ciudad que se deshacía y se rompía en miles de hojas, como el cuadro que acababa de romper yo aquella tarde. ¿O era éste el que seguía deshaciéndose?

– ¿Ya estás aquí? -me dijo Eva, al sentirme. -Sí -le mentí, abrazándola.