En el último cumpleaños de su marido Prudencia hizo una tarta de chocolate. No le compró nada porque dice que los regalos hay que hacerlos por cariño, no por compromiso, además tenía la excusa perfecta: los regalos tienen que ser una sorpresa y si ella le pedía dinero para comprarlo anulaba la sorpresa. Digo yo que le podía haber dicho que necesitaba algo para la casa, pero a Prudencia no le gusta mentir, ni le gusta pedirle dinero a su marido, porque luego le tiene que justificar en qué se lo gasta. Tampoco él le había regalado nada en su cumpleaños a Prudencia, así es que estaban en paz.

Cuando llegó por la noche ella le estaba esperando con la tarta en la mano y las velas encendidas, esto sí que lo hizo por cumplir, para que su marido no pudiera reprocharle nunca que se hubiera olvidado de su cumpleaños.

El marido llevaba un bulto en los brazos y, al acercarle ella la tarta, el bulto empezó a ladrar. ¡Aparta eso, que lo estás asustando, apágalo! Cuando Prudencia apagó las velas y dejó la tarta encima de la mesa, había un perro mordisqueando su muleta. Es un regalo de cumpleaños de mi madre. Con eso ya no había nada que decir, porque todo lo relativo a su madre era incuestionable. Había que aceptar al perro, sin protestas, por más que el marido se hubiera negado siempre a tener un animal en casa, aunque Prudencia le rogó en muchas ocasiones que le dejara tener un gato. Te hará compañía, le dijo, mientras ella miraba desconcertada al marido y al animal. Ya sé que los perros no te gustan, pero a éste le cogerás cariño, no todos muerden, pasaste lo que pasaste porque eras una niña y no sabías que a algunos perros no se les debe meter la mano en la boca, ya es hora de que les pierdas el miedo, te digo que a éste le cogerás cariño. Y cuando quisieron darse cuenta el perro se estaba comiendo la tarta que había hecho Prudencia.