Se le quemó la comida justo el día que sus padres iban a comer a casa. Se puso nerviosa porque hacía muchos años que no la visitaban, desde un día que su marido despreció a Prudencia delante de ellos y no se pudieron callar. Salieron en defensa de su hija y el yerno los echó a la calle. No consintió que volvieran, y él tampoco fue a verlos más. Decía que no tenía que aguantar que nadie se metiera en su vida, que si sus suegros no le querían peor para ellos, que no les necesitaba. A partir de entonces, Prudencia iba sola a casa de sus padres de vez en cuando, hasta que se cayó en la bañera.

Hacía pocos días que le habían dado el alta y quería celebrar su recuperación. Le parecía una buena excusa para que su marido se reconciliase con sus padres. Ya habían coincidido en el hospital varias veces y se saludaron cortésmente. De manera que convenció a su marido para que la dejara invitarles a comer.