A pesar de que Prudencia andaba todavía con dos muletas, se las arregló muy bien. En la cocina trabajó sentada. Lo dejó todo dispuesto para que su madre sólo tuviera que servir la comida, eso sí que ella no podía hacerlo, pero lo demás estaba todo listo. Los aperitivos, el primer plato y el postre estaban preparados en el frigorífico y el asado lo dejó en el horno. Había acordado con su prima que ella vendría a poner la mesa y que después volvería por la tarde a recogerlo todo y se quedaría a tomar un café. De manera que ya era cuestión de esperar. Le sobró tiempo para arreglarse y rezar un rosario para que todo saliera bien.

Pero olvidó apagar el horno. Cuando llegó su prima lo primerito que dijo fue que olía a chamusquina. Anda que sí, hija, que tienes una suerte tú. Cambiaron el asado de fuente y lo rociaron con vino para disimular el sabor. Airearon la casa y echaron ambientador por todos los rincones. Todo tiene solución, mujer, decía la prima al ver la cara de apuro de Prudencia.

Cuando el marido probó el asado la miró de reojo y dijo que sabía a quemado. La madre rió y recordó que la primera vez que fueron a comer a casa de los recién casados, a Prudencia se le quemó el pavo por arriba y por dentro le quedó crudo. ¡Cómo rieron todos en aquella ocasión de la cocinera inexperta!; acabaron comiendo huevos fritos. ¿Te acuerdas? El yerno le contestó: Ya tendría que haber aprendido a cocinar, ¿no le parece? Todos callaron. Se dirigió a Prudencia con el gesto torcido: ¿Qué vamos a comer ahora, nenita? La madre se ofreció a freír unos huevos. Siguiendo la tradición, dijo el padre, sonrió a su hija y le tomó la mano. La tradición es que quien invita a comer en su casa hace la comida, respondió el yerno, y le dijo a Prudencia que fuera con él a la cocina. Te empeñaste y ahora me estás poniendo en ridículo, añadió, mientras le colocaba las muletas bajo los brazos. Aún el suegro intentó quitar hierro al asunto y terció: Somos todos de confianza, no hay ningún problema, el asado no está tan mal, se puede comer. El marido de Prudencia respondió cogiendo la fuente y tirando la carne a la basura. Y al final comieron los huevos que frió la madre, porque no consintió que su hija cocinara haciendo equilibrismo con las muletas.

Cuando llegó la prima el ambiente estaba tan enrarecido que los padres de Prudencia aprovecharon el movimiento para salir corriendo. Fue la última vez que pisaron la casa de su hija.