El marido también le tenía mucho cariño. Jugaba con él, le hacía caricias y lo cogía en brazos para ver la televisión. Le cambió el humor, se le alegraba la cara al entrar en casa y ver que le estaba esperando en la puerta para subírsele encima y darle lametones en la cara. Ya no se enfadaba cuando había que sacar la basura, porque se llevaba al perro y daban un paseo. En una ocasión el perro se puso enfermo y el marido se quedó toda la noche cuidándolo.

A Prudencia no le gustaba mucho mirarlos, había olvidado lo tierno que su marido podía ser, se quedaba callada observándolos sin poder evitar la melancolía.