El marido llegó tarde esa noche. Prudencia le estaba esperando. No se atrevió a decirle que había encontrado la nota pero le exigió que sacara al animal de su casa, sin darle más explicaciones. El perro o yo. Y el marido comprendió que hablaba en serio y no quiso indagar el motivo de su determinación. ¿Adónde lo llevo? Fue tu madre quien te lo dio, ¿no? Devuélveselo.

Prudencia se sintió victoriosa el día siguiente al ver salir a su marido, con el perro en los brazos, hacia casa de su madre. Sintió a la vez ternura cuando el animal la miró con ojos lánguidos. Seguía enfermo. No había parado de gemir en toda la noche. Le acarició la cabeza y el perro cerró los ojos y movió el rabo con la poquita fuerza que le quedaba. Pobre animal, él no tiene la culpa de nada, dijo mientras se lo quitaba al marido de los brazos, déjalo aquí.

A los dos días el perro murió, y Prudencia se quedó sin Compañía.