Prudencia cree que hablar arregla las cosas. Y yo creo que a veces las estropea. Cuando ella me las cuenta siempre acaba llorando, así es que no creo que le sirva de consuelo. Sufre mientras me cuenta y después se queda callada mucho tiempo, a veces días enteros está a mi lado sin hablar. Además, siempre se corre el riesgo de arrepentirse, porque lo que se ha dicho queda, por más que uno se empeñe en explicar que no lo quiso decir, o que quiso decirlo de otra forma.

Con esa manía de hablar, Prudencia pregunta cosas que no tiene que preguntar. Hay cosas que es mejor no saberlas. Y, si las sabes, es mejor hacer ver que no las sabes.

Digo yo que Prudencia no tendría que haberle dicho al marido que sabía lo de su amante. Habría sido mucho mejor no darse por enterada. Evitarse esa vergüenza. Llevarlo con dignidad. Porque ahora encima sufre la humillación de que el marido sepa que ella lo sabe. Tiene que recibirlo con buenas maneras sabiendo que viene de otra cama, porque si tuerce el gesto el marido se le encara. ¿Crees que eres tú mejor que ella?, le dice, metiéndole la mano debajo de la falda. Y si Prudencia intenta apartársela, él le aprieta con fuerza entre las piernas; y eso a ella le hace mucho daño.