Los maridos se quejan si sus mujeres engordan, si no se cuidan, y si les reciben en bata cuando llegan a casa. Hay que ver qué pintas tienes, hija, le dice su marido a Prudencia cuando la encuentra sin arreglar. Y es que es verdad, a veces está hecha una facha. A ella le parece una tontería eso de arreglarse, total, para asomarse a la ventana, incluso si saliera a la calle le daría lo mismo. No se da cuenta de que es normal que a los hombres les guste presumir de mujer ante la gente, y también que la quieran disfrutar en casa. Ella dice que sería normal si ellos lo hicieran también, que lo que no es de recibo es que ellos no se tengan que cuidar, que se dejen crecer la barriga, por ejemplo, la curva de la felicidad la llaman, cuando sólo es dejadez. La tripa es el trofeo de una batalla ganada sin luchar.

Prudencia se queja muchas veces de que su marido es de los que piensan que la mujer tiene que estar en casa, como una santa, haciéndoles la comida, eso sí, arregladitas. Ellos engordan y ellas tienen que mantener la línea.

Y digo yo, qué manía tienen los hombres con que su mujer sea una santa, como su madre.