Hasta que Prudencia empezó a aburrirse con sus amigas, a pensar que él tenía razón. Las oía hablar de sus problemas y poco a poco fue perdiendo el interés. Escuchaba la charla desde lejos. Un día le dijo el marido que los pasteles engordan, con tanta merienda, y ella le dio la razón. Abandonó las partidas y las meriendas y le contó al marido que ya estaba cansada de tanta arpía.

Desde entonces, como las cartas no le han dejado de gustar, Prudencia juega solitarios por las tardes y eso al marido no le importa.