El primer beso a mí no me gustó nada. Estábamos mi novio y yo en el parque. Él me había dado la mano por primera vez. Paseábamos. Me acariciaba la mano y me miraba de reojo para ver si yo la retiraba. Pero no la retiré. No señor. Yo estaba encantada, porque hacía meses que me rondaba sin atreverse. Cuando me cogió la mano, yo me hice la loca como si no fuera mía. Entonces fue cuando me miró con disimulo, y me la apretó muy suavemente. Yo se la apreté a él, y así tomó confianza. Se volvió hacia mí. Se inclinó hacia mis labios. Cerré los ojos. Sus labios en mis labios. Mi estómago saltaba. Creí que era un beso. Abrió mi boca con su boca. Se taponaron mis oídos. Mis dientes contra sus dientes. Mis piernas temblaban. Y la lengua. Eso ya no. Sentí su lengua en mi boca como un cuerpo extraño y húmedo; yo no esperaba semejante penetración, quedé turbada. Le miré con una mezcla de escrúpulos, asombro y desencanto, y salí corriendo pensando que era un pervertido. Mi novio corrió detrás. Me alcanzó enseguida, claro. Yo estaba llorando. Me secó las lágrimas con los dedos y me acarició la nariz. Nenita, me dijo, mi nenita.