Peter y Blanca se despidieron de Heiner, de Maren, de Curt. Entonces fue cuando Heiner le dijo:

Du wirst mich niemals verlassen, selbst wenn Du gehst, entonces fue cuando Peter tradujo: Nunca te irás de mí, aunque te vayas. Blanca no supo desligar los labios de Peter de las palabras de Heiner.

Regresaban a Madrid. Prometieron volver.

Atravesaron Alemania. Blanca no dejó de morderse el nudillo del dedo. Fue un viaje largo, y Peter sabía que no era de regreso. No era volver. Era precipitarse hacia la ausencia. Era el principio de la huida. El silencio le enseñaba que la echaría de menos. El hueco empezaba a abrirse. Peter la miraba. Blanca no miraba a Peter.

Blanca pensaba en la ruptura como en un camino ya descubierto. Un dolor antiguo que se aposenta. Llegaría a Madrid, viviría tranquila con Carmela, disfrutaría de la mirada de Casilda, los besos de Carlota, las risas de Mario. No pensaba en José.

Llegó a Madrid y se despidió de Peter con un beso en la mejilla. Él quiso decirle te amo. No lo hizo. Por pudor.

No se dijeron adiós.