Mi amado Heiner. Querido mío:

Te observo agachado frente al rosal y me imagino lo felices que hubiéramos sido envejeciendo juntos. Me encanta mirarte, con tu cristal de cuarzo cortando flores para hacerme un elixir. Me gustaría tener tanta fe como tú en los remedios de Bäalt, pero no tengo esa suerte. Mi enfermedad no se funde como la nieve en presencia del sol, se derrama sin control, y me desborda. Acepto ese desorden, no hay nada que pueda evitarlo. Me niego a luchar contra un adversario que no es el mío, yo no tengo un enemigo: estoy enferma, y la enfermedad no se combate, se cura o no se cura, y no soy yo quien tiene los medios. Debo someterme al tratamiento, buscar el más adecuado, colaborar, pero detesto la palabra luchar, la palabra rendirse, yo no me rindo, mi lucha es otra, querido Heiner, mi amor. Vivo contando el tiempo que me queda para amarte, para mirarte, y te amo más cuanto más te miro, ¿hasta dónde sería capaz de llegar? Por eso añoro la vejez que no tendremos. Aunque a veces pienso que nuestro amor es tan grande porque sabemos que pronto vamos a perdernos, y que esa certeza alimenta nuestra pasión, que sin ella seríamos una pareja más aprendiendo a desamarse.

Estoy leyendo el libro que me has regalado. Ya sé por qué te gusta tanto: Staden y tú tenéis algo en común. Los dos esperáis que la salvación venga de fuera. Él la espera del cielo, tú, de las flores de Bäalt. A mí ni una cosa ni otra me sirven. Staden asiste tranquilo a los preparativos de la tribu en la creencia de que Dios le salvará, a él no se lo comerán los caníbales, le protege su dios. Tú, mi querido Heiner, y tu valor, eres los preparativos, y soy yo la que te está devorando. Devoro tu energía, me hace falta tu aliento, eres tú quien me da serenidad, no la esencia de la victoria regia. Para ti bebo el elixir, porque te salvan las flores, es la confianza en ellas lo que genera tu valor, y me hace falta, me haces tanta falta. Bebo el heliantemo porque sé que durante la maceración de la rosa, mientras esperas a que macere, estás perdiendo el terror a mi muerte. Yo he asumido mi enfermedad, no temo darle nombre a la muerte. Es mejor así, darle su nombre. Vendrá, a pesar de mí, a tu pesar. Nombrarla, para que cuando llegue no nos sea tan extraña. La muerte, ya no la niego. Mi querido Heiner, no la niegues tú.

Querido mío. Querido mío. Querido mío. Soy capaz de decirlo. Soy capaz de escribirlo, querido mío. Perdí mi escepticismo frente al amor cuando me amaste y yo pude amarte, cuando me diste tu amor y te lo devolví crecido, cuando saboreé mi nombre en tus labios. Me gusta, sobre todo al hacer el amor, pronuncias mi nombre tan sólo para que yo lo oiga, y lo repites, despacio, despacio.