—¿Ha sido herido algún indígena?

—No. Los hombres dicen que Wembling ha dado órdenes muy severas acerca de eso. Pero los obreros están muy nerviosos porque no saben en qué momento va a surgir un indígena delante de ellos. Temen que si uno de los indígenas resulta herido, los otros se presentarán con lanzas, flechas envenenadas, o algo así.

—Por la impresión que he sacado de Wembling, mis simpatías están de parte de los indígenas. Pero debo cumplir las órdenes que me han dado. Colocaremos una línea de puestos de guardia a través de la península, y distribuiremos unos cuantos más alrededor de la zona de trabajo. Es lo mejor que podemos hacer, a pesar que esto será una molestia para nuestro personal. Veremos la cara que ponen los especialistas cuando les digamos que tienen que montar guardia.

—No creo que pongan reparos —dijo Smith—. Un par de horas de asueto en esta playa compensan ocho horas de guardia. Voy a empezar a distribuir los puestos.

Vorish regresó al Hiln y se convirtió en el blanco de una avalancha de mensajeros. Al señor Wembling le gustaría saber... El señor Wembling sugiere... Si no fuera demasiada molestia para usted... Saludos de parte del señor Wembling... El señor Wembling dice... Como mejor le parezca a usted... El señor Wembling lo lamenta, pero...

¡Dichoso señor Wembling! Vorish se había visto obligado a ordenar a su oficial de comunicaciones que instalase una línea directa con la oficina de Wembling. Luego encargó a un joven oficial que se dedicara exclusivamente a recibir a los mensajeros de Wembling.

Se disponía a aprovechar el pequeño respiro que le concedían aquellas medidas, cuando se presentó Smith, que regresaba de su tarea de distribuir los puestos.

—Un indígena desea verle —anunció—. Lo tengo ahí fuera.

Vorish levantó las manos.

—Bueno, he oído el punto de vista de Wembling. Puedo oír también el de los indígenas. Me fastidia pedirle favores a alguien, pero supongo que Wembling nos proporcionará un intérprete.

—Podría hacerlo si lo tuviera, pero no tiene ninguno. Esos indígenas hablan galáctico.

—¿Cómo dice? —Hizo una pausa, sacudiendo la cabeza—. No, ya veo que está hablando en serio. Sospecho que este planeta no es lo que yo imaginaba. Haga entrar a ese hombre.

El indígena se presentó a sí mismo como Fornri y estrechó confiadamente la mano de Vorish. Su pelo rojo brillaba como una llama. Aceptó una silla, y se sentó con gran dignidad.

—Creo —dijo— que son ustedes miembros de la Marina Especial de la Federación Galáctica de Mundos Independientes. ¿Me equivoco?

Vorish dejó de mirarle con fijeza el tiempo suficiente para reconocer que estaba en lo cierto.

—En nombre de mi gobierno —dijo Fornri—, vengo a solicitar su ayuda para expulsar a los invasores de nuestro mundo.

—¡Diablo! —murmuró Smith.

Vorish estudió el serio y juvenil rostro del indígena antes de aventurar una respuesta.

—Esos invasores... —dijo finalmente—. ¿Se refiere usted al proyecto de construcción?

—Efectivamente —dijo Fornri.

—Su planeta ha sido clasificado 3C por la Federación, lo cual le coloca bajo la jurisdicción de la Oficina Colonial. Wembling y Compañía tienen un permiso de la Oficina para edificar aquí. Veo muy difícil que puedan ser considerados como invasores.

Fornri habló lenta y claramente.

—Mi gobierno tiene un tratado con la Federación Galáctica de Mundos Independientes. El tratado garantiza la independencia de Langri, y garantiza también la ayuda de la Federación en el caso que Langri sea invadida desde el espacio exterior. En este momento estoy reclamando de la Federación Galáctica de Mundos Independientes el cumplimiento de su garantía.

—Acérqueme el índice —le dijo Vorish a Smith. Tomó el pesado volumen, lo hojeó unos instantes y encontró una página encabezada Langri—. Establecido contacto inicial en el ‘84 —dijo—. Hace cuatro años. Clasificado 3C en septiembre del ‘85. No hay mención de ninguna clase de tratado.

Fornri sacó un tubo de madera de su cinto y extrajo de él un papel enrollado. Se lo entregó a Vorish, el cual lo desenrolló y lo alisó. Era una copia cuidadosamente escrito de un documento oficial. Vorish miró la fecha y consultó el índice.

—Fechado en junio de ‘84 —le dijo a Smith—. Un mes y medio después de establecerse el contacto inicial. Clasifica a Langri como 5X.

—¿Es auténtico? —preguntó Smith.

—Parece auténtico. No creo que esa gente pudiera haberlo inventado. ¿Tienen ustedes el original de este documento?

—Sí —dijo Fornri.

—Desde luego, no podía llevarlo encima. Probablemente no confía en nosotros, y no puedo reprochárselo.

Pasó el papel a Smith, el cual lo examinó minuciosamente y se lo devolvió.

—Resulta un poco extraño que la clasificación de un nuevo planeta se retrase un año y medio después de establecido el contacto inicial. Si este documento es auténtico, Langri debió ser reclasificado en el ‘85.

—El índice no habla para nada de reclasificación —dijo Vorish. Se volvió hacia Fornri—. Hasta que nos ordenaron venir a este planeta no habíamos oído hablar nunca de él, de modo que no sabíamos nada acerca de su clasificación. Cuéntenos cómo ocurrió.

Fornri asintió. Hablaba un galáctico perfecto, con un acento que Vorish no conseguía localizar del todo. De cuando en cuando hacía una pausa para buscar una palabra, pero su relato era claro y conciso. Describió la llegada de los hombres de las naves de reconocimiento, su captura, y las negociaciones con los oficiales del Rirga. Lo que siguió les hizo fruncir el ceño.

—¿Wembling? ¿Wembling fue el primer embajador?

—Sí, señor —dijo Fornri—. Se burló de la autoridad de nuestro gobierno, insultó a nuestro pueblo, e importunó a nuestras mujeres. Solicitamos a vuestro gobierno que lo echaran de aquí, y nuestra solicitud no fue atendida.

—Probablemente tiene mucha influencia política —dijo Smith—. Consiguió que el planeta fuese reclasificado y obtuvo un permiso de construcción. Una venganza sumamente eficaz por un supuesto insulto.

—O quizás había visto una oportunidad de hacer dinero aquí —dijo Vorish—. ¿Le notificaron oficialmente a su gobierno que el tratado había expirado y que Langri había sido reclasificado?

—No —dijo Fornri—. Después de Wembling, llegó otro embajador, un tal señor Gorman. Era un buen amigo de mi pueblo. Luego llegó una nave y se llevó al señor Gorman y a todo su personal. No nos informaron de nada. A continuación se presentó el señor Wembling con muchas naves y muchos hombres. Le dijimos que tenía que marcharse, pero se rió de nosotros y empezó a construir el hotel.

—Lleva casi tres años construyéndolo —dijo Vorish—. No parece que haya adelantado mucho.

—Acudimos a un abogado —dijo Fornri—, y por mediación suya obtuvimos una orden judicial para el cese de los trabajos. Pero, cada vez, el juez ha anulado la orden.

—¿Interdicción? —exclamó Smith—. ¿Quiere usted decir que han planteado ustedes un pleito acerca de esto?

—Tráigame al teniente Charles —dijo Vorish.

Smith sacó de la cama al joven oficial jurídico del Hiln. Con la ayuda de Charles, interrogaron ampliamente a Fornri acerca de la inútil acción legal emprendida por el gobierno de Langri contra H. Harlow Wembling.

La historia era sorprendente y patética a la vez. La estación de la Federación se había llevado el equipo completo de comunicaciones al marcharse de Langri. Los indígenas estaban indefensos cuando Wembling regresó, y no les quedaba otro recurso que intentar una demostración de fuerza. Afortunadamente, habían encontrado un amigo entre el personal de Wembling —Fornri no dijo su nombre—, y ese amigo los puso en contacto con un abogado, y el abogado había recurrido muchas veces a los tribunales por ellos, con gran entusiasmo.

No podía intervenir en el asunto de la violación del tratado, debido a que era materia de exclusiva competencia del gobierno. Pero había atacado a Wembling en sus actividades, basándose en aspectos legales que Fornri no comprendía del todo. En una de las ocasiones, por ejemplo, Wembling había sido acusado de violar su permiso de construcción, el cual le concedía derechos exclusivos para el desarrollo de los recursos naturales de Langri. Los trabajos de construcción del hotel quedaron interrumpidos durante varios meses, hasta que un juez decretó que un lugar de veraneo potencial era un recurso natural. Los indígenas habían ganado el asalto más reciente, al dictaminar un tribunal que Wembling era culpable de daños por haber destruido todo un poblado al despejar el terreno para la construcción del hotel. Su permiso, dictaminó el tribunal, no le autorizaba a usurpar la propiedad privada. Pero los daños habían sido reparados, y ahora Wembling había reanudado el trabajo, y el abogado trataba de encontrar otro punto por donde atacarle. Se interesaba también por encontrar un medio legal de impugnación en lo que respecta al tratado violado, pero en este aspecto las perspectivas de éxito eran muy remotas.