—No es más que una etapa de transición. El proyecto Sirio...

—...es un fracaso —dijo Matthews—. Pero no lo sabremos de un modo oficial hasta que hayan redactado un nuevo proyecto... otra zanahoria delante del borrico. Pero es un fracaso. Dos planetas. Ni habitables, ni con posibilidades de convertirse en habitables.

Dije, lentamente:

—Ahora quizá me dirá usted qué tiene que ver todo eso con Larry Gains.

Matthews se puso en pie y se acercó a la telepantalla. Pulsó un pequeño interruptor que había a su izquierda, y en la pantalla aparecieron una serie de círculos concéntricos que iban ensanchándose desde el centro. Se trataba de un sistema de alarma: si alguien se acercaba a la habitación, los círculos se harían irregulares. Matthews volvió a sentarse.

—A raíz del accidente que sufrió, Gains dispuso de mucho tiempo libre. Y se dedicó a pensar. Luego conoció a alguien de nuestro grupo, y, resumiendo, se unió a nosotros.

—¿Su grupo? ¿Se unió a ustedes?

—Representamos a un partido cuyo objetivo es la derogación del Protocolo. Queremos regresar a la Tierra, recolonizarla y librarla de la barbarie. Gains se unió a nosotros.

—Está usted loco. ¿Qué le hace creer que sabe usted más que el Directorio? Cada año que pasa, mejoramos las condiciones de los planetas. Las nuevas construcciones en elGran Canal ocuparán más de cuarenta kilómetros cuadrados. —dije.

—Construcciones cada vez mayores —dijo Matthews—, pero siempre artificiales. Nunca la posibilidad de vivir una vida natural en un medio ambiente natural.

—¿Y Larry? ¿Permitieron ustedes que le cogieran?

—Fue mala suerte.

—¿Mala suerte?

—Sí, mala suerte. Controlaron sus conversaciones con un amigo suyo. Les detuvieron a los dos. Afortunadamente, no conocían más que a dos hombres del grupo... y ésos pudieron escapar. No podemos hacer nada por Gains y Bessemer. Absolutamente nada.

—De modo que lo han expulsado... ¿Está seguro de que no lo tienen retenido en alguna parte?

—En determinados aspectos, nuestro servicio de información es perfecto. Fueron expulsados los dos. Les dejaron caer en el continente Americano —al Norte, exactamente—. Allí es donde suelen dejar caer a los inadaptados.

Algo me había estado preocupando todo el tiempo, y repentinamente supe lo que era. Dije, cautamente:

—Bueno, ya he obtenido la información que vine a buscar. Ahora empiezo a preguntarme por qué la he obtenido. No creo que usted piense que soy inofensivo para su organización, por el solo hecho de que Larry perteneciera a ella. Y, sin embargo, me ha revelado usted un montón de cosas, de las cuales yo podría hacer un mal uso. ¿Por qué lo ha hecho?

Matthews sonrió.

—Bueno, no le he dicho a usted nada que el Directorio no sepa. Excepto que yo formo parte del grupo, aunque dispongo de los medios para escapar; de todos modos, no soy indispensable. Pero está usted en lo cierto al creer que existía un motivo. Gains era un buen amigo suyo.

—El mejor.

—Era un hombre excelente. Sentimos mucho su pérdida, y nos gustaría hacerle regresar.

—¿Regresar? ¿De la Tierra?

—Tenemos un pequeño crucero a nuestra disposición —esto es confidencial, y al decírselo quemo sus naves y las nuestras—, y podemos ir a la Tierra y regresar. Pero no es una tarea fácil, y desde luego no podemos ni pensar en organizar patrullas de exploración. Pero si alguien es expulsado con instrucciones para Gains y Bessemer, a fin de que se dirijan a un lugar donde podamos recogerlos... podrían regresar los tres. Tenemos la suerte de que los inadaptados son dejados caer siempre en la misma zona, aproximadamente. Esto significa que no sería muy difícil encontrarlos.

—¿Qué sabe usted acerca de las condiciones de aquella parte del planeta?

Matthews me miró a los ojos.

—Absolutamente nada.

Reflexioné unos instantes.

—De acuerdo. Iré. ¿Qué es lo que tengo que hacer?

Matthews sonrió.

—No me equivoqué al suponer que lo haría. En cuanto a ir, resultará bastante fácil. Tenía usted el propósito de dirigirse a la Oficina Terminal. Hágalo. Si se muestra usted insistente, le informarán acerca de Gains. Después de esto, la cosa será fácil. En la oficina estará usted bajo observación automática, y la inyección de adrenalina que se pondrá usted antes de ir allí quedará registrada. Esto les hará entrar en sospechas. Enviaremos al club unos documentos comprometedores a su nombre. A partir de aquel momento, todo irá muy de prisa. Y espero que cuando le sometan a usted de nuevo al Comprobador, conservarán una razonable distancia entre sus sospechas y lo que realmente sucede. Creo que lo harán. Los Comprobadores no son demasiado buenos, actualmente.

—Gracias —dije—. Parece usted haberlo previsto todo. Pero, por simple curiosidad, dígame: aquella observación acerca de quemar sus naves y las mías, ¿significa que de no haber accedido a...?

—Confiamos plenamente en usted —me interrumpió Matthews—. Pero, si nos hubiésemos equivocado...

Apuntó su pulgar hacia el suelo con mucha delicadeza.

Quedé sorprendido de la rapidez con que se desarrollaron los acontecimientos. Los documentos que Matthews me envió al club debían ser muy comprometedores. Fui trasladado a la Luna, a Arquímedes, para la decisión final, que estaba decidida de antemano. Al cabo de una semana de mi conversación con Matthews, estaba escuchando la sentencia que me condenaba, por inadaptado, a ser expulsado a la Tierra. En la puerta de la sala donde se había reunido el tribunal, alguien me estaba esperando. Pinski.

—He sido comprobado tres veces en una semana. Creí que había terminado usted ya conmigo. —dije.

Pinski sonrió.

—Esta vez es distinto. Esta vez vamos a someterle a la hipnosis.

Me apresuré a decir:

—No puede usted hacer eso. La Norma 75 estipula que nadie puede ser sometido a una forma de interrogatorio que su mente consciente no pueda observar. El Comprobador es el límite.

—Conoce usted las normas, ex capitán Newsam —dijo Pinski—. Desgraciadamente, han dejado de tener aplicación para usted. El Estado le ha privado a usted de todos sus derechos. No nos llevará mucho tiempo.

Demasiado, pensé amargamente, para las fuentes de información de Matthews. Me encontraba completamente indefenso. Podía tratar de resistir, pero el aerodato acabaría con mi resistencia. Me quedé quieto mientras Pinski preparaba el pequeño hipnotizador.

—Siéntese —me dijo.

Las pequeñas bolas plateadas empezaron a girar; los espejos despidieron unas extrañas luces. Oí la voz de Pinski, próxima al principio, luego cada vez más lejana.

Al cabo de un indefinido espacio de tiempo, la voz de Pinski otra vez.

—Despierte, Newsam. Despierte.

Levanté la cabeza, con la mente despejada. Pinsky me estaba mirando con una expresión de lástima.

—Ha tenido usted mala suerte —observó—. Le han engañado a usted miserablemente.

No estaba seguro de lo que habían obtenido de mí, aunque supuse que había sido todo.

—No me quejo —dije.

Pinski dijo:

—Desgraciadamente, no existe ningún precedente de reclamación de inadaptados; de haber existido, podíamos haberle salvado a usted. Tal como están las cosas... puede usted aceptar la expulsión con la satisfacción de haber prestado un servicio final al Directorio. No sabíamos nada acerca de aquel crucero. —Hizo una pausa—. La nave le espera. Buena suerte, Newsam.

Estreché la mano que me tendía. A continuación, los guardianes me condujeron a la rampa principal. Dirigí una última mirada a Arquímedes, y entré en la nave. Era muy pequeña; menos de diez mil toneladas.

Durante las tres horas de viaje hacia la Tierra, tuve tiempo más que sobrado para reflexionar. El plan de Matthews se había venido abajo. Cuando el crucero llegara al lugar de la cita, se encontraría con una flota de combate esperándole. De todos modos, eran unos locos al tratar de derribar al Directorio. En cuanto a establecerse de nuevo en la Tierra, no tardaría en saber a mi costa lo que significaba, con la ayuda de Larry y de Bessemer... si es que podía encontrarlos.