—El pleitear cuesta dinero —observó Vorish.

Fornri se encogió de hombros. Langri tenía dinero. Disponía de cuatrocientos mil créditos que la Federación le había pagado, y disponía del producto de una importante cantidad de mineral de platino que el amigo, del cual les había hablado antes, había conseguido contrabandear para ellos.

—¿Hay platino en Langri? —preguntó Vorish.

—El platino no procede de Langri —dijo Fornri.

Vorish tamborileó impacientemente con los dedos sobre su escritorio. La situación de Langri estaba llena de enigmas. ¿Cómo era que los indígenas hablaban galáctico cuando llegaron las primeras naves de reconocimiento? ¿Y aquel mineral de platino que no procedía de Langri? Sacudió la cabeza.

—No creo que consigan derrotar a Wembling en los tribunales. Pueden obtener alguna victoria parcial, pero a la larga ganará él. Y les arruinará. Los hombres como Wembling tienen mucha influencia y todo el apoyo financiero que necesitan.

—Las actuaciones judiciales nos conceden tiempo —dijo Fornri—. Lo que necesitamos es tiempo..., tiempo para el Plan.

Vorish miró a Smith con expresión dubitativa.

—¿Qué opina usted?

—Creo que estamos obligados a presentar un informe completo acerca de este asunto. El tratado fue negociado por oficiales de la Marina. El Cuartel general de la Marina debe ser ampliamente informado de lo que ha ocurrido.

—Sí. Debemos enviarles una copia de esto..., aunque una copia de una copia no tendrá mucho peso. Y los indígenas no querrán desprenderse del original. —Se volvió hacia Fornri—. Voy a enviar al teniente Smith con usted. Irá acompañado de un par de hombres. Ninguno de ellos irá armado. Llévelos donde quiera, y reténgalos todo el tiempo que quiera, pero tienen que sacar una fotocopia del tratado para que podamos ayudarles a ustedes.

Fornri meditó el asunto unos instantes, y dio su asentimiento. Vorish envió a Smith con dos de sus hombres y el correspondiente material, y a continuación se dispuso a redactar un informe. Fue interrumpido por un joven alférez que se presentó con el rostro enrojecido y tartamudeó:

—Perdone, comandante, pero el señor Wembling...

—¿Qué le pasa ahora al señor Wembling? —inquirió Vorish en tono de resignación.

—El señor Wembling desea el traslado a otro lugar del puesto de guardia número treinta y dos. Dice que las luces no le dejan dormir.

Por la mañana, Vorish salió a dar un paseo y se dirigió al hotel en construcción. Wembling se reunió con él. Llevaba una camisa de manga corta de un llamativo colorido y pantalones cortos. Sus brazos y piernas estaban tostadas por el sol, y su pálido rostro se ocultaba debajo de un salacot.

—Tendrá un millar de plazas —explicó Wembling—. La mayor parte de las habitaciones serán dobles. Habrá una gran piscina en la terraza, con vista al mar. Hay muchas personas que no soportan el agua salada, ya sabe. También estamos construyendo un campo de golf. Habrá dos comedores principales, y media docena de comedores más pequeños, especializados en platos típicos de diversos lugares. Dispongo de una flotilla de embarcaciones para llevar a la gente de pesca. También es posible que traiga un par de submarinos provistos de mirillas de observación para contemplar las profundidades del mar. Tal vez no lo crea usted, pero existen centenares de mundos cuyos habitantes no han visto nunca el mar. Son mundos en los cuales la gente no dispone ni siquiera de agua para bañarse. Tienen que utilizar productos químicos. Si alguna de esas personan pueden venir a Langri, y pasar aquí una temporada, de cuando en cuando, un montón de médicos famosos se quedarán sin trabajo. Este proyecto mío prestará un gran servicio a la humanidad.

—¿De veras? —murmuró Vorish—. No sabía que la suya era una organización filantrópica.

—¿Filantrópica? ¡Oh! Desde luego, obtendremos un beneficio. Un saneado beneficio. ¿Qué hay de malo en ello?

—Por lo que he visto de su hotel, sólo podrá albergar a los pobrecitos millonarios.

Wembling hizo un gesto grandilocuente.

—Esto es sólo el principio. Tiene que existir una sólida base financiera desde el primer momento, ya sabe. Pero los pobres también podrán veranear en Langri. No en hoteles a la orilla del mar, naturalmente, pero tendrán acceso a determinados sectores de playa, y dispondrán de alojamientos de acuerdo con su categoría. Hemos pensado en todo.

—Lo que sucede es que estoy acostumbrado a ver las cosas de un modo distinto —dijo Vorish—. La Marina del Espacio dedica la vida de sus hombres al servicio de la humanidad, pero si se fija usted en los sueldos que se perciben, verá que en su dedicación no hay la menor idea de beneficio.

—No hay nada malo en obtener un beneficio. ¿Dónde estaría actualmente la raza humana si nadie deseara un beneficio? Viviríamos aún en cavernas, como estos indígenas de Langri. Aquí hay un excelente ejemplo de una sociedad sin la idea del beneficio. Supongo que a usted le encanta.

—No me parece mal —murmuró Vorish.

Pero Wembling no le oyó. Se había marchado precipitadamente, jurando de un modo inconcebible en un hombre de su categoría social. Un indígena, salido de no se sabía dónde, se había aferrado a una viga que iba a ser izada por medio de una grúa. Los obreros trataban de separarle de allí..., sin violencia. El indígena se mantenía obstinadamente asido a la viga. El trabajo quedó interrumpido hasta que consiguieron soltar al indígena y llevárselo de allí.

El teniente Smith llegó a tiempo de presenciar el cómico final del drama.

—¿Qué esperan ganar con esto? —dijo Vorish.

—Tiempo —respondió Smith—. ¿No oyó usted lo que dijo aquel indígena? Necesitan tiempo para el Plan...

—Tal vez están planeando una insurrección en masa.

—Lo dudo. Tengo la impresión que se trata de un pueblo esencialmente pacífico.

—Les deseo mucha suerte —dijo Vorish—. Wembling es un mal enemigo. Me pregunto de dónde saca las fuerzas para controlar todo esto. Se pasa el día entero de un lado a otro, vigilando para que todo marche como es debido.

—Quizá se pase toda la noche comiendo. ¿Quiere echarle un vistazo a los puestos de guardia?

Los dos hombres empezaron a alejarse. A cierta distancia oyeron gritar a Wembling, apremiando a los obreros para que reanudaran el trabajo. Un instante después, Wembling llegó corriendo y se reunió con ellos.

—Si hubiera usted colocado la línea de defensa que le pedí —le dijo a Vorish—, no me encontraría con esta clase de problemas.

Vorish no respondió. Era evidente que Wembling había dado órdenes para que no se utilizara la violencia contra los indígenas, pero Vorish ponía en duda que sus motivos fueran humanitarios. Un enfoque inoportuno del problema indígena podría perjudicarle en alguna futura actuación judicial. En cambio, a Wembling no le preocupaba en absoluto que la Marina del Espacio causara algún daño a los indígenas. La responsabilidad de la acción no recaería sobre él. Había pedido a Vorish la instalación de una barrera electrónica que electrocutara a cualquier indígena que intentara cruzarla.

—En el peor de los casos —dijo Vorish—, los indígenas sólo producen molestias sin importancia.

—No disponen de muchas armas —dijo Wembling—, pero tienen las suficientes para rebanar gargantas y, si se decidieran a actuar conjuntamente, son numerosísimos. Y, además, su actuación está retrasando considerablemente las obras. Quiero mantenerlos alejados de aquí.

—No creo que sus gargantas estén en peligro, pero haremos lo que podamos para mantenerlos alejados.

—Creo que no puedo pedir nada más —dijo Wembling.

Dejó oír una risita ahogada y enlazó su brazo con el de Vorish.

Smith había situado los puestos de guardia aprovechando las escasas irregularidades del terreno. En aquel momento tenía unos hombres dedicados a la tarea de limpiar el suelo a efectos de una mejor visibilidad. Wembling anduvo de un lado para otro examinando los resultados, con casuales alusiones a un Almirante de las Flota. De repente, hizo que Vorish se detuviera.