»Un mes antes del drama, la señorita Verkhovtsev entrega al acusado tres mil rublos para que los envíe por correo, ¿pero hace la entrega en condiciones tan humillantes como se ha dicho aquí hace unos momentos? La primera declaración de la señorita Verkhovtsev sobre este punto fue muy distinta de la segunda. En ésta se percibía la cólera, el afán de venganza, un odio largo tiempo disimulado. La acusación no ha mencionado este cambio novelesco; yo no lo comentaré tampoco. Sin embargo, me permitiré observar que si una persona tan honorable como la señorita Verkhovtsev es capaz de prestar en la audiencia una declaración completamente distinta de la que hizo al instruirse el sumario, con el propósito evidente de perjudicar al acusado, no es menos evidente que sus declaraciones pecan de parcialidad. No se puede negar que una mujer ávida de venganza está predispuesta a exagerar las cosas, y especialmente las condiciones humillantes en que fue entregado el dinero. Esta entrega debió de hacerse, por el contrario, del modo más aceptable, sobre todo para un hombre tan irreflexivo como nuestro cliente y que además, confiaba en recibir de su padre los tres mil rublos que le correspondían en el ajuste de cuentas. Esto era problemático, pero el acusado, con su alegre confianza, estaba seguro de que recibiría los tres mil rublos y podría devolver a la señorita Verkhovtsev la cantidad que le había prestado.

»Pero la acusación rechaza la versión de la bolsita. «Estos sentimientos son incompatibles con el carácter del acusado.» Sin embargo, el propio señor fiscal ha hablado de los dos abismos que Karamazov puede ver al mismo tiempo. En efecto, su carácter de dos caras puede llevarle a detenerse en medio de la más desenfrenada disipación, a causa de otra influencia. Y esta otra influencia existe en nuestro caso: fue el amor, un amor que se inflamó como la pólvora y para el que necesitaba dinero, más dinero aún que para divertirse con su amada. Si ella le dice: «Soy tuya: no quiero a Fiodor Pavlovitch» esto le bastará para entregarse totalmente a ella y desear llevársela lejos, cosa que no podrá hacer con los bolsillos vacíos. Así sucedió antes de que comenzara el jolgorio de aquella noche. Karamazov pensó que podía presentársele este problema, y este pensamiento fue lo que le llevó, por absurdo que parezca, a reservarse mil quinientos rublos. Pero pasa el tiempo y Fiodor Pavlovitch no da al acusado los tres mil rublos. Por el contrario, corre el rumor de que los destina precisamente a seducir a la señorita Svietlov. El acusado piensa: «Si Fiodor Pavlovitch no me da el dinero, Catalina Ivanovna podrá decir que soy un ladrón.» Así nace en él la idea de ir a devolver a la señorita Verkhovtsev los mil quinientos rublos que sigue llevando en la bolsita pendiente de su cuello. Si procede de este modo podrá decirse: «Soy un miserable, pero no un ladrón.» He aquí una doble razón para que conserve ese dinero como algo precioso, en vez de abrir la bolsa e ir sacando billete tras billete. ¿Por qué negar al acusado el sentimiento del honor? Este sentimiento existe en él, tal vez mal comprendido, acaso erróneo, pero real y vehemente: Dmitri Fiodorovitch lo ha demostrado.

»La situación se complica, la tortura de los celos alcanza el paroxismo, y los dos problemas, siempre los mismos, obsesionan con fuerza creciente la imaginación del acusado. «Si devuelvo el dinero a Catalina Ivanovna, ¿cómo me podré llevar a Gruchegnka?» Si desde entonces no cesó de embriagarse y de alborotar en las tabernas fue precisamente porque se sentía amargado y no tenía valor para hacer frente a esta amargura. Aquellos dos problemas acabaron por ser para él tan irritantes, que le llevaron a la desesperación. Había enviado a su hermano menor a pedir por última vez los tres mil rublos a su padre, pero, sin esperar a recibir la respuesta, irrumpió en casa de Fiodor Pavlovitch y lo agredió ante testigos. Después de esto, ya nada podía esperar de su padre. Aquella misma noche se golpea el pecho, exactamente en el punto donde está su bolsita, y dice a su hermano que tiene un medio de borrar su vergüenza, pero que no lo utilizará, pues la debilidad de su carácter le impedirá dar ese paso. ¿Por qué se niega la acusación a aceptar la declaración de Alexei Karamazov, tan sincera, tan espontánea, tan lógica? ¿Por qué se obstina en imponer la versión del dinero oculto en una grieta de los sótanos del castillo de Udolphe?

»La noche misma de su conversación con su hermano, el acusado escribe la fatídica carta en que se basa principalmente la acusación de robo. En ella dice que pedirá el dinero a todo el mundo y que, si nadie se lo quiere dar, matará a su padre cuando Iván se haya marchado y se apoderará del sobre atado con una cinta de color de rosa, que Fiodor Pavlovitch tiene escondido en su cama. Refiriéndose a esta carta, el señor fiscal ha exclamado: «¡Aquí está el plan completo del asesinato! Todo ocurrió de acuerdo con lo que aquí se anuncia.» Pero, en primer lugar, hay que tener en cuenta que esta carta está escrita bajo los efectos del alcohol y de una desesperación extrema; en segundo, que habla del sobre sin haberlo visto, basándose sólo en las referencias de Smerdiakov; y, en fin, que aunque la carta exista, no puede probarse que lo que se dice en ella corresponda a los hechos que se produjeron después. ¿Encontró el acusado el sobre debajo del colchón? ¿Contenía este sobre el dinero? Además, ¿era el dinero lo que atraía al acusado? No, Dmitri Fiodorovitch no corrió como un loco para robar, sino para enterarse de dónde estaba la mujer que le había hecho perder la cabeza. No obró de acuerdo con un plan premeditado, sino impensadamente, en un arrebato de celos. «Sí, pero, después del asesinato, se apoderó del dinero.» ¿Después del asesinato? ¿Es que realmente lo cometió? Rechazo con indignación la hipótesis del robo, porque es evidente que no se puede hacer esta acusación sin señalar el objeto robado. ¿Pero hay pruebas de que el acusado cometiera el crimen, aunque no robase? ¿No será también esto una novela?

CAPÍTULO XII

No hubo asesinato

—No olviden, señores del jurado, que está en juego la vida de un hombre y, por lo tanto, debemos obrar con prudencia. Hasta hoy el ministerio público no se había atrevido a admitir la premeditación. Para admitirla ha necesitado de esa fatídica carta escrita en estado de embriaguez que se ha presentado hoy al tribunal. «Todo sucedió tal como el acusado anunció por escrito.» Pero repito que Dmitri Fiodorovitch sólo fue a casa de su padre para saber si estaba allí su amada. Esto es indudable. Si el acusado hubiera hallado a la señorita Svietlov en su propia casa, no habría dado ningún paso más. Fue a casa de Fiodor Pavlovitch sin más propósito que el de buscar a su amada, tal vez sin acordarse de la carta que había escrito. «Pero cogió una mano de mortero.» Efectivamente, cogió este objeto que como ustedes saben, ha dado lugar a deducciones psicológicas. Sin embargo, acude a mi mente esta simple idea: si la mano de mortero, en vez de estar al alcance del acusado, hubiera estado guardada en uno de los armarios de la cocina, Dmitri Fiodorovitch, al no verla, habría salido de allí con las manos vacías y no habría podido agredir a nadie. ¿Se puede deducir de esta conducta la premeditación? Ciertamente, el acusado había proferido en las tabernas amenazas de muerte contra su padre, y dos días antes del drama, la misma noche en que escribió su famosa carta, no daba muestras de excitación: sólo discutió con un empleado, «cediendo a una costumbre inveterada». A esto se puede contestar que si el acusado hubiera tenido el propósito de matar, de cometer un crimen de acuerdo con un plan trazado por él mismo, habría evitado esta discusión y, seguramente, ni siquiera hubiese ido a la taberna. En estos casos se desea la calma y la soledad, no se quiere llamar la atención, no sólo por cálculo, sino también por instinto.