- ¡Vaya un reloj! -dijo Rafael, admirado-. Mira qué complicaciones tiene. Un reloj como éste debería saber leer y escribir solo. Mira qué enredo de números. Es un reloj que deja tamañitos a todos los demás.

- No juegues con él -dijo Robert Jordan-. ¿Sabes leer la hora?

- ¿Y cómo no? Ahora verás: a las doce del mediodía: hambre. A las doce de la noche: sueño. A las seis de la mañana: hambre. A las seis de la tarde: borrachera. Con un poco de suerte, al menos. A las diez de la noche…

- Basta -dijo Jordan-. No tienes ninguna necesidad de hacer el indio ahora. Quiero que vigiles la guardia del puente grande y el puesto de la carretera, más abajo, de la misma manera que el puesto y la guardia del aserradero y del puente pequeño.

- Eso es mucho trabajo -dijo el gitano, sonriendo-. ¿No sería mejor que enviaras a otro?

- No, Rafael, es importante que ese trabajo lo hagas tú. Tienes que hacerlo con mucho cuidado y andar listo para que no te descubran.

- De eso ya tendré buen cuidado -dijo el gitano-. ¿Crees que hace falta advertirme que me esconda bien? ¿Crees que tengo ganas de que me peguen un tiro?

- Toma las cosas más en serio -dijo Robert Jordan-. Este es un trabajo serio.

- ¿Y eres tú quien me dice que tome las cosas en serio después de lo que has hecho esta noche? Tenías que haber matado a un hombre y, en lugar de eso, ¿qué has hecho? Tenías que haber matado a un hombre y no hacer uno. Cuando estamos viendo llegar por el aire tantos aviones como para matarnos a todos juntos, contando a nuestros abuelos por arriba y a nuestros nietos, que no han nacido todavía, por abajo, e incluyendo gatos, cabras y chinches, aviones que hacen un ruido como para cuajar la leche en los pechos de tu madre, que oscurecen el cielo y que rugen como leones, me pides que tome las cosas en serio. Ya las tomo demasiado en serio.

- Como quieras -dijo Robert Jordan, y, riendo, apoyó una mano en el hombro del gitano-. No las tomes, entonces, demasiado en serio. Hazme ese favor. Y ahora, acaba de comer y márchate.

- ¿Y tú? -preguntó el gitano-. ¿Qué es lo que haces tú, a todo esto?

- Voy a ver al Sordo.

- Después de esos aviones, es fácil que no encuentres a nadie en todas estas montañas -dijo el gitano-. Debe de haber mucha gente que ha sudado la gota gorda esta mañana cuando pasaron.

- Esos aviones tenían otra cosa que hacer que buscar guerrilleros.

- Ya -contestó el gitano, y movió la cabeza-; pero cuando se les meta en la cabeza hacer ese trabajo…

- ¡Qué va! -dijo Robert Jordan-. Son bombarderos ligeros alemanes, lo mejor que tienen. No se envían esos aparatos a buscar gitanos.

- ¿Sabes lo que te digo? -preguntó Rafael-. Que me ponen los pelos de punta. Sí, esos bichos me ponen los pelos de punta, como te lo digo.

- Van a bombardear un aeródromo -dijo Robert Jordan, entrando en la cueva-; estoy seguro de que iban con esa misión.

- ¿Qué es lo que dices? -preguntó la mujer de Pablo. Llenó una taza de café y le tendió un bote de leche condensada.

- ¿También hay leche? ¡Qué lujos!

- Tenemos de todo -dijo ella-, y desde que han pasado los aviones, tenemos mucho miedo. ¿Adonde dices que iban?

Robert Jordan derramó un poco de aquella leche espesa en su taza, a través de la hendidura del bote; limpió el bote con el borde de la taza y dio vueltas al líquido hasta que se puso claro.

- Van a bombardear un aeródromo, eso es lo que yo creo. Pero pueden ir también a El Escorial o a Colmenar. Quizá vayan a los tres lugares.

- Que se vayan muy lejos y que no vuelvan por aquí -dijo Pablo.

- ¿Y por qué aparecen ahora por aquí? -preguntó la mujer-. ¿Qué es lo que los trae en estos momentos? Nunca se han visto tantos aviones como hoy. Nunca pasaron en tal cantidad. ¿Es que preparan un ataque?

- ¿Qué movimiento ha habido esta noche en el camino? -inquirió Robert Jordan. María estaba a su lado, pero él no le prestaba atención.

- Tú -dijo la mujer de Pablo-, Fernando, tú has estado en La Granja esta noche. ¿Qué movimiento había por allí?

- Ninguno -replicó un hombre bajo de estatura, de rostro abierto, de unos treinta y cinco años, con una nube en un ojo, y al que Robert Jordan no había visto antes-. Algunos camiones, como de costumbre. Algunos coches. No ha habido movimiento de tropas mientras yo he estado por allí.

- ¿Va usted a La Granja todas las noches? -preguntó Robert Jordan.

- Yo u otro cualquiera -dijo Fernando-. Siempre hay alguien que va.

- Van por noticias, por tabaco y por cosas pequeñas -dijo la mujer.

- ¿Tenemos gente nuestra por allí?

- Sí, los que trabajan en la central eléctrica. Y otros.

- ¿Y qué noticias ha habido?

- Pues nada. No ha habido noticias. Las cosas siguen yendo mal en el Norte. Como de costumbre. En el Norte van mal las cosas desde el comienzo.

- ¿No ha oído decir nada de Segovia?

- No, hombre; no he preguntado.

- ¿Va usted mucho por Segovia?

- Algunas veces -contestó Fernando-; pero es peligroso. Hay controles y piden los papeles.

- ¿Conoce usted el aeródromo?

- No, hombre. Sé dónde está, pero no lo he visto nunca. Piden muchos papeles por aquella parte.

- ¿No le habló nadie de esos aviones ayer por la noche?

- ¿En La Granja? Nadie. Nadie hablará seguramente esta noche. Anoche hablaban del discurso de Queipo de Llano por la radio. Y de nada más. Bueno, sí… Parece que la República prepara una ofensiva.

- ¿Una qué?

- Que la República prepara una ofensiva.

- ¿Dónde?

- No es seguro. Puede ser por aquí o por otra parte de la Sierra. ¿Ha oído usted algo de eso?

- ¿Dicen eso en La Granja?

- Sí, hombre, lo había olvidado. Pero siempre hay mucha parla sobre las ofensivas.

- ¿De dónde proviene el rumor?

- ¿De dónde? Lo dice mucha gente. Los oficiales hablan en los cafés, tanto en Segovia como en Avila, y los camareros escuchan. Los rumores se extienden. Desde hace algún tiempo se habla de una ofensiva de la República por aquí.

- ¿De la República o de los fascistas?

- De la República. Si fuera de los fascistas lo sabría todo el mundo. No, es una ofensiva importante. Algunos dicen que son dos. Una, aquí, y la otra, por el Alto del León, cerca de El Escorial. ¿Ha oído usted hablar de eso?