En un esfuerzo por decirle algo, lo más irritante posible a Rubin, Zimmel declaró que habían habido cientos de inflamados oradores por todo el Reich. Sería interesante saber —agregó—, por qué los bolcheviques preferían leer solamente esos discursos, que estaban preparados y aprobados de antemano.

La acusación era aun más hiriente por el hecho de ser justa. Y uno en realidad no podía explicar las razones históricas á este enemigo y asesino. Rubin experimentó hacia Zimmel una creciente repulsión. Lo recordó cómo había llegado a la sharashkadespués de muchos años de haber estado en la prisión de Butyrskaya, usando un crujiente sacón de cuero que todavía tenía resabios de su insignia civil de SS, habiendo sido la SS civil su peor rama. Ni siquiera la prisión pudo borrar la expresión de crueldad de la cara de Zimmel. La marca del verdugo estaba allí grabada. Para Rubin, la presencia de Zimmel en esta comida era francamente desagradable pero, todos los restantes habían insistido en ello y él los compadeció al verlos solos y tristes; por eso consideró que no podía empañar esta fiesta con una negativa. Aplacando su furia, Rubín citó en alemán, el consejo de Pushkin de tratar de no emitir juicios superiores a la altura de la caña de sus botas.

Max, alarmado, se apresuró a disipar el conflicto que se avecinaba. Contó que bajo la tutela de Lev, ya podía leer a Pushkin en ruso, sílaba tras sílaba. Preguntó a Reinhold ¿por qué había comido torta sin crema batida? Y a Lev ¿dónde había estado esa víspera de Navidad?

Reinhold se sirvió crema batida y Lev relató que había estado en su bunkeren la cabeza de puente de Narew cerca de Rozan.

Y, mientras los cinco alemanes recordaban su desgarrada y pisoteada Alemania, adornándola con los más brillantes colores de su alma, Rubín también recordó de pronto la cabeza de puente de Narew y la selva mojada alrededor del lago Ilmen.

Las lamparitas coloreadas se reflejaban en los cálidos ojos humanos.

Se le preguntó a Rubin acerca de las últimas noticias, pero tuvo vergüenza de contar lo que había sucedido en diciembre. Después de todo, no podría comportarse como un informador apolítico y abandonar la esperanza de reeducar esta gente. Y no podía tratar de explicarles que en esta era compleja, la verdad socialista progresa en curvas y en forma distorsionada. Por eso había que seleccionar para ellos y la historia, (como él subconscientemente seleccionaba para sí) solamente esos acontecimientos corrientes que indicaban el camino principal, dejando de lado aquello que puede oscurecerlo.

Pero ese especial diciembre, aparte de las conversaciones soviético chinas, que habían estado arrastrándose, y del setenta aniversario del Líder del Pueblo, nada positivo había ocurrido.

Y contarle a los alemanes sobre el juicio de Traicho Kostov donde toda la farsa del tribunal había sido una grosera comedia, donde a los corresponsales se les había entregado, a las cansadas, una confesión escrita falsa y atribuida a Kostov, hubiese sido vergonzoso y de muy poco hubiera servido para fines de adoctrinamiento.

Entonces, Rubin hizo hincapié en el triunfo histórico de los comunistas chinos.

Max escuchaba a Rubin y asentía con la cabeza. Sus ojos oscuros eran inocentes. Era leal a Rubin, pero desde el bloqueo de Berlín, había tenido sus dudas sobre la información que, Rubin les daba, Rubin no sabía que Max, arriesgando su cabeza en su propio laboratorio de microondas, a veces armaba, escuchaba y otra vez desmontaba un diminuto receptor, que en nada se parecía a tal. Con él, podía oír hasta Colonia, a la B.B.C. en alemán, y él no solamente sabía acerca de Traicho Kostov y su denuncia ante un tribunal abierto de confesiones falsas arrancadas durante un interrogatorio; sino también acerca de los planes de la Alianza del Atlántico Norte y las novedades económicas de Alemania Occidental. Todo esto, por supuesto, se lo retransmitía a los otros alemanes.

Y todos ellos asentían con sus cabezas a Rubin.

De todos modos, era ya hora que Rubin se retirase. Después de todo, él no estaba excluido de su trabajo nocturno. Rubin ponderó la torta y el estudiante vienes, halagado, aceptó la ponderación. Rubin se excusó. Los alemanes insistieron, en la medida en que la buena educación lo exigía, que se quedara y luego lo dejaron ir. Después se prepararon para cantar villancicos en voz baja.

Rubín salió al corredor llevando un diccionario mongol-finlandés y un volumen de Hemingway en inglés.

El corredor era ancho, con una rústica puerta provisoria. No tenía ventanas y se iluminaba con electricidad de día y de noche. Era el mismo corredor en el cual Rubin, junto con otros reclusos curiosos, una hora antes, había interrogado a los nuevos zeks del campamento. Una puerta que daba a la escalera interior, se abría hacia este corredor, como también otras puertas que daban a varias celdas-habitaciones. Eran habitaciones porque no tenían cerrojos y también eran celdas porque las puertas tenían ventanitas de vidrio que hacían de mirillas. Estas mirillas nunca fueron usadas por los guardias, pero habían sido colocadas, como siempre se hacía en las prisiones verdaderas, de acuerdo a los estatutos de prisiones, pues en los papeles oficiales a la sharashkase la consideraba una "prisión especial".

A través de una de estas mirillas, se podía ver otra celebración de Navidad: la colectividad de letones había pedido permiso para la fiesta.

El resto de los zeks estaba trabajando y Rubin temió ser detenido y enviado al mayor Shikin para explicar su ausencia. Amplias puertas dobles franqueaban la entrada y salida del corredor. Una de ellas era de paneles de madera y tenía un arco en la parte superior en el que estuvo el altar de la capilla, de una casa de campo. Ahora también era una celda-habitación. La otra puerta estaba cerrada con llave y recubierta de arriba a abajo con una plancha de acero. A esta puerta los reclusos le habían puesto por nombre "la Puerta Santa".

Rubin se acercó a esta puerta de hierro y golpeó en su ventanita. Desde el otro lado, la cara inmóvil y atenta de un guardia se apretó contra el vidrio.

La llave giró apagadamente en la cerradura; este guardia resultó ser indiferente.

Rubin emergió en la parte superior de la escalera principal del viejo edificio; ésta se dividía en dos, juntándose luego, cruzó el vestíbulo de mármol, caminando entre dos antiguos faroles en desuso, de hierro forjado. En este piso entró en el corredor del laboratorio y abrió de un empujón la puerta donde estaba escrita la palabra: ACÚSTICA.

BOOGIE-WOOGIE

El laboratorio de acústica era una habitación amplia de techos altos, con varias ventanas.

Estaba desordenada y abarrotada de instrumentos electrónicos sobre repisas, brillantes mostradores de aluminio, bancos para montajes, nuevas cabinas plegables de madera de una fábrica moscovita, y cómodos escritorios que fueron botín de guerra.