Un banco rodeaba tres de las paredes del caza-ratones, dejando muy poco lugar en el medio. Los que podían se sentaban, pero no eran los más afortunados. Cuando el vagón estaba lleno, los otros y sus posesiones les apretaban las rodillas, ya incómodas de por sí, y los pies que pronto se dormían, y en el apretón no tenía sentido ofenderse ni disculparse: durante una hora iba a ser imposible hacer el menor movimiento y mucho menos cambiar de lugar. Una vez encajado dentro el último prisionero, los guardias se apoyaron en la puerta y el cerrojo funcionó.

Pero no cerraron bien la puerta exterior del fondo y de pronto alguien golpeaba el escalón posterior y una nueva sombra bloqueaba él enrejado de las puertitas anteriores.

—¡Hermanos! — resonó la voz de Ruska—. Voy a Butirskaia para que me interroguen. ¿Quién está allí? ¿A quiénes trasladan?

Una babel de voces explotó al instante. Los veinte gritaron su respuesta. Ambos guardias, a gritos, ordenaron a Ruska que se callara, y desde el umbral de su cuartel general Kilimentiev grito a los guardias que no fueran flojos dejando comunicarse a los prisioneros.

—¡Cállate, — rugió blasfemando alguien en el vagón.

Las cosas se fueron calmando y los zeks oyeron la lucha de los guardias, que se pisaban a sí mismo al tratar de meter a Ruska al "box".

—¿Quién te entregó, Ruska? — gritó Nerzhin,

—Siromaka.

—Esa porquería...

—¡Esa porquería! otra vez —pulularon las voces.

—¿Cuántos hay allí? — gritó Ruska.

—Veinte.

—¿Quiénes son?

Pero los guardias lo habían metido en el "box”.

—¿No tengas miedo, Ruska! Nos veremos en el campo.

Mientras la puerta de atrás seguía abierta, un poco de luz se filtraba en el vagón, pero ahora la cerraron y las cabezas de los guardias bloquearon los últimos rayos inciertos que venían de los dobles enrejados.

El motor rugió, el coche se estremeció, se movió y ahora, al mecerse sólo una chispa ocasional de luz reflejada cruzaba la cara de los zeks.

Los gritos de celda a celda, la chispa vital corriendo a través de la piedra y del hierro, siempre excita a los zeks.

Al rato el vagón paró. Habían llegado a los portones.

—¡Ruska!,-gritó un zek— ¿Te están pegando? La respuesta no vino en seguida; cuando llegó pareció muy lejana: —Sí me están pegando.

—¡Maldito sea Shiskin-Mishkin! —gritó Nerzhin—. ¡No cedas, Ruska! Otras voces gritaron y volvió la confusión.

Pasaron los portones y la carga se volcó de pronto a la derecha cuando el vagón dobló a la izquierda en la carretera.

El golpe hizo chocar con fuerza entre sí a Nerzhin y Gerasimovich. Se miraron tratando en vano de reconocerse en la oscuridad. Pero, sin duda, algo más que el apretón del vagón los unía estrechamente.

Ilia Joróbrov, más animado, habló:

—No se preocupen, muchachos, no sientan que nos vayamos. ¿Acaso era vida lo de la sharashka? Hay Siromakas por todas partes; uno de cada cinco es un delator. Ni hay tiempo de tirarse un pedo en el baño y el “policía" ya lo sabe Hace dos años que no teníamos domingos libres por culpa de esos canallas. Doce horas diarias de trabajo. Uno les da todo su cerebro y a cambio recibe veinte gramos de manteca!

Ahora ni siquiera podíamos escribir a casa. ¡Que se vayan al diablo! Y el trabajo: otro infierno!

Jorobrov, ahogado por su propia indignación, dejó de hablar. En el silencio que siguió, por encima del motor que ahora corría por el asfalto de la carretera, se oyó la respuesta tajante de Nerzhin:

—No Ilia Terentich, no es un infierno. ¡Nada de eso! Ahora vamos al infierno. Volvemos al infierno. La sharashkaes el círculo más alto, el mejor, el primer círculo del infierno casi el paraíso.

No dijo nada más, porque no lo creyó necesario. Todos sabían que les esperaba era muchísimo peor que la sharashka, que en el campo sería recordada como un sueño dorado. Pero en este momento para mantener el coraje y el sentido de que tenían razón al seguir su causa, tenían que maldecir a la sharashka, para que nadie se lamentase, para que nadie se reprochara por haber cometido un error.

—No muchachos —insistió Joróbrov—, "Mejor pan con agua que torta con problemas”

Los Zeks callaron prestaban atención a las vueltas que daba el vagón.

Si los esperaba la taiga y la tundra, el frío intensísimo de Oímiakon y las excavaciones de cobre de Yezkazgan; pico y pala: raciones de hambre de pan húmedo, el hospital; la muerte. Lo peor del mundo.

Pero en sus corazones había paz.

Estaban plenos de valentía; la de quienes lo han perdido todo; el valor que no es fácil adquirir, pero que perdura siempre.

Sacudiendo su carga de cuerpos hacinados, el alegre coche anaranjado y celeste pasó por calles de ciudades, por una estación de ferrocarril; se detuvo en una intersección. Un brillante automóvil marrón esperaba a que cambiara la misma luz roja. En él iba el corresponsal del progresista diario Liberation, camino de un partido de hockey en el estadio Dynamo. El corresponsal observó la leyenda al costado del vagón:

CARNE VIANDE FLEISCH MEAT

Recordó que hoy ya había visto más de un camión igual, en diversas partes de Moscú. Y sacó, su libreta de apuntes, escribiendo con la lapicera roja oscura:

"En las calles de Moscú se ven a menudo camiones de alimentos muy limpios, higiénicos, impecables. La única conclusión posible es ésta: el aprovisionamiento de la capital es excelente".

FIN

notes

Notas a pie de página

[1] Obsérvese la abundancia, en ruso, de diminutivos del nombre propio. También se suele abreviar el patronímico (genitivo del nombre de pila del padre). Ha sido precisamente el deseo de facilitar al lector su identificación lo que nos ha inducido a publicar es índice de los personajes principales de la obra. (N. del E.).

[2] Reclusión para técnicos y científicos especializados.