“en la selva creció un abeto

Sí, en la selva creció...”

Vieron al guardia bajó la ventana, alejando a Prianchikov que trataba a los zeks sitiados y que gritaba algo, elevando los brazos al cielo.

Vieron a Nadelashin corriendo ansioso hacia la cocina y luego hacia el cuartel general, de vuelta a una y otro.

Y vieron también que habían sacado a Spiridon del almuerzo para descargar el abeto del camión. Iba limpiándose el bigote y ajustándose el cinturón.

Por fin el teniente corrió a la cocina por última vez y trajo consigo cocineras cargadas con un tarro y un cucharón. Otra cocinera iba detrás con una pila de cuencos. Temerosa de resbalar, se detuvo cerca de la puerta. El teniente volvió y cargó algunos cuencos.

La victoria hizo estremecer el cuarto.

El almuerzo apareció en el umbral. Empezaron a servir la sopa en la mesa y los zeks tomaron sus cuencos y los llevaron a sus rincones sentándose en los marcos de las ventanas y en las valijas. Algunos pudieron comer de pie, apoyados en la mesa alta, que no tenía bancos.

El teniente y los cocineros se fueron. En la habitación se hizo el silencio auténtico que siempre debería acompañar a las comidas.

Pensaban: "Esta es una rica sopa gorda, no muy espesa, claro, pero se siente el gusto a carne; me estoy llevando a la boca esta cucharada, y esta y ésta, con el ojo de grasa y fibras blancas de carne; el liquido caliente pasará por mi esófago hasta mi estómago; mi sangre y mis músculos ya están celebrando por anticipado los nuevos refuerzos y la fuerza que van a recibir".

Nerzhin recordó el proverbio: "Por el buen estofado y el plato de sopa uno se casa". Interpreto, el significado: el hombre provee la carne, pero la mujer la cocina.

La gente común nunca se atribuye motivos sublimes en sus proverbios. En los miles de proverbios del pueblo ruso hay más franqueza y sinceridad que en las confesiones de Tolstoi y Dostoievski.

Cuando casi no quedaba sopa y las cucharas de aluminio rascaban el fondo, alguien murmuró: "Sí, sí".

—Prepárense a ayunar, hermanos —vino la respuesta desde el rincón.

—Rascaron el fondo de la olla y no era bastante espeso —comento algún crítico—.A lo mejor pescaron la carne para ellos.

—Sí, pero no será pronto cuando tomemos sopa cómo esta —dijo otra voz, cansada.

Entonces, Jorobrov plantó su cuchara en el cuenco vacío y dijo con claridad, en tono de incontenible protesta:

—¡No, mis amigos! "Mejor pan con agua que torta con problemas”.

Nadie le contestó.

Nerzhih empezó a golpear la mesa exigiendo el plato principal.

El teniente primero ofreció de inmediato.

—¿Han comido? — los miró sonriendo cordialmente. Al descubrir en sus rostros el buen humor que traía la saciedad, dijo lo que su experiencia le había enseñado a no decir nunca—; No queda más del plato principal; están lavando la olla: lo siento.

Nerzhin miró a los otros para ver si harían escándalo, pero con su modo ruso de alejarse del enojo con facilidad, todos se habían calmado.

—¿Qué era el plato principal —tronó una voz debajo.

—Estofado —contestó el teniente con una tímida sonrisa.

Suspiraron.

No se les ocurrió pensar en el postre.

Se oyó un motor. Llamaron al teniente, que así pudo escapar.

En el corredor escucharon la áspera voz del Teniente Coronel Klimentiev.

Los llamaron uno a la vez.

No confrontaron sus nombres con ninguna lista; porque el guardia de la sharashkaiba a acompañarlos hasta Butirskaia y entregarlos allí.

Los contaron mientras daban el paso tan sencillo pero tan irrevocable, que los separaba de la tierra y los metía en el vagón negro, Cada zek inclino la cabeza para no golpeársela en la puerta de acero, vacilando bajo el peso de sus bultos y golpeándolos torpemente contra el vano.

Nadie los despidió. La hora del almuerzo había pasado y los otros no podían estar en el patio de ejercicios, porque los habían corrido al edificio

El vagón negro tocaba a la puerta misma por su fondo. Mientras cargaban a los zeks, aunque faltaba el ladrido salvaje de los perros de policía, había él amontonamiento y la tensión propias de un grupo en que todos querían ayudarse y no lo lograban; los prisioneros, alterados, no pensaban en darse cuenta de lo que los rodeaba.

Dieciocho se embarcaron así y ni uno levantó la cabeza para saludar a los tilos elevados y tranquilos que les habían dado sombra en los momentos felices y trágicos de sus largos años aquí.

Los dos —Jorobrov y Nerzhin— que sí pensaron en mirar, tampoco dirigieron sus ojos hacia los tilos, sino hacia el costado del vagón, para ver de qué color estaba pintado.

Su curiosidad fue recompensada.

Ya hacia mucho que los vagones gris plomo o negros no recorrían las calles sembrando el horror entre los ciudadanos. Después de la guerra algún genio había concebido la idea de construir vagones exactamente iguales a camiones de reparto de alimentos y aunque seguían llamándose “negros”, en realidad estaban pintados de anaranjado y celeste, con letras en cuatro idiomas:

PAN PAIN BROT BREAD

CARNE VIANDE FLEISCH MEAT

Antes de entrar, Nerzhin pudo leer a un costado: "Meat".

Empujo la estrecha puerta de entrada, la otra que la seguía, más estrecha aun, piso los pies de alguien y arrastrando su valija y bolsa del mismo —o de otro— pudo al fin sentarse.

El interior del vagón no estaba "boxeado": dividido en diez "boxes" de acero como otros. Era de la variedad "general", no para conducir prisioneros de investigación sino los ya sentenciados; por ello, las tres toneladas que pesaba se aprovechaban mucho más en términos de carga humana. Al fondo, dos puertas de acero con pequeños enrejados, que servían como ventilación, limitaban un incómodo espacio donde los dos guardias que escoltaban a los prisioneros, una vez cerrada la puerta interior desde afuera, y la exterior desde adentro, y una vez dadas las órdenes por un tubo especial al chófer y al guardia que lo acompañaba, se sentaron pegados uno a otro con las piernas bajo el asiento. El espacio contenía un pequeño "box" para un posible rebelde. El resto del espacio tras el asiento del chófer era una trampa de ratones comunal y única, una caja de metal enana en la cual —así decían las normas— podían caber ni más ni menos que veinte personas. Pero si la puerta de acero se cerraba a fondo con alguna palanca, cabían más de veinte, aunque no muy cómodos que digamos...