—Es el uniforme que nos hace usar ahora los carroñas; nos están apretando el torniquete. Antes entregaban trajes de lana y sobretodos de paño.
Más zeks de Mavrino vinieron desde el comedor.
—Miren, nuevos.
—Vamos camaradas, basta de comportarse como si nunca hubieran visto prisioneros. ¡Están entorpeciendo todo el corredor!
—Pero. ¡Qué veo! Dof Dneprovsky. ¿Dónde has estado durante todo este tiempo Dof? Te busqué por toda Viena en el "45" ¡por toda la condenada ciudad!
—Todos harapientos y barbudos, ¿de qué Campo, amigos?
—De diferentes. De Rechlag.
—Dubrovlag.
—¿Cómo es que he estado haciendo tiempo durante más de ocho años y no he oído nada de ellos?
—Son campos nuevos. Campos especiales. Se formaron el año pasado, en el 48. Hubo una directiva de Stalin para reforzar la retaguardia.
—¿La retaguardia de quién?
—Justo a la entrada del Prater de Viena me pescaron y, al vagón de policía.
—Un momento, Mitenka, oigamos a los nuevos.
—No, ¡afuera para la caminata!, ¡afuera para la caminata! ¡Afuera al aire fresco! Es el reglamento —aunque haya terremotos— Lev va a interrogar a los nuevos, no se preocupe.
—¡Segundo turno! ¡Comida!
—Ozerlag, Luglag, Steplag, Peschanlag.
—Se creería que hubiera en la M.V.D. algún poeta no reconocido todavía del tamaño de Pushkin. No tiene inspiración para un poema, ni siquiera para un verso; solamente le da nombres poéticos a los campos de concentración.
—Ja!, ¡ja!, ¡ja! Eso es muy gracioso, señores, muy gracioso —dijo Pryanchikov, ¡En qué época estamos viviendo!
—¡Tranquilo, Valentulya!
—Discúlpeme, — un recién llegado le preguntó a Rubin—. ¿Cómo se llama usted?
—Lev Grigorich.
—Usted ¿es ingeniero también?
—No, no soy ingeniero, soy filólogo.
—¿Filólogo? ¡Hasta tienen filólogos aquí!
—Más vale preguntar a quién no tienen aquí en la sharashka [2], — dijo Rubin. Tenemos matemáticos, físicos, químicos, ingenieros radioeléctricos, ingenieros telefonistas, artistas, traductores, diseñadores y aun un geólogo que entró por equivocación.
—Y, ¿qué hace?
—No le va tan mal, se consiguió ocupación en el laboratorio de fotografía.
—¡Lev, usted pretende ser un materialista pero constantemente atiborra, a la gente con espiritualidad —dijo Valentine Pryanchikov—. Oigan, amigos. Cuando los lleven al comedor, va a haber treinta platos puestos en la última mesa cerca de la ventana. Llénense la barriga, pero no exploten!
—Muchísimas gracias, pero ¿por qué privarse?
—De nada. ¿Quién come arenques de Mezen y sémola hoy día? Es una vulgaridad.
—¿Qué? ¿Sémola vulgar? ¡Hace cinco años que no prueba sémola!
—Es probable que sea magara.
— Magara, ¡está loco! Que intenten darnos magara; se la tiraremos en la cara.
—Y ¿qué tal es la comida en los campos de tránsito ahora?
—En el campo de tránsito de Chelyabinsk.
—¿Chelyabinsk viejo o Chelyabinsk nuevo?
—Su pregunta indica que es usted un conocedor. En el nuevo.
—¿Qué tal es eso hoy día? ¿Todavía le prohíben a uno usar los retretes y les hacen usar baldes como letrinas y acarrearlos desde el tercer piso?
—Todavía.
—Usted dijo sharashka. ¿Qué quiere decir sharashka? Y, ¿cuánto pan les dan aquí?
—¿Quién no ha comido todavía? — Segundo turno.
—Pan blanco —cuatrocientos gramos— y el pan negro está sobre la mesa.
—Discúlpeme, ¿cómo sobre la mesa?
—Así no más, sobre la mesa, cortado en rebanadas. Si se quiere, se toma, Si no se quiere, no se toma.
—Si, pero por esa manteca y ese atado de Belomors tenemos que rompernos las espaldas durante doce y catorce horas al día.
—¡Eso no es romperse la espalda! Usted no se rompe la espalda si está sentado en un escritorio. El que se rompe la espalda es el tipo que empuña una pica.
—¡Al diablo con eso! Estamos sentados en este sharashkacomo si estuviésemos en una ciénaga, cortados de la vida. ¿Oyen, señores? Dicen que han liquidado los ladrones y carteristas y aún en Krasnaya Presnya no rondan más.
—La manteca asignada a los profesores es cuarenta gramos y para los ingenieros, veinte gramos. A cada uno se le exprime al máximo y se le da de lo que se dispone.
—Entonces ¿usted trabajó en Dneprostroi?
—Sí, trabajé con Winter, y estoy trabajando gracias a Dneproges.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Bueno, fue así: lo vendí a los alemanes.
—¿Dneproges? ¡Pero lo hicieron estallar! ¡Y qué! se los vendí destruido en el acto.
—Sinceramente es como un viento fresco ¡campos de tránsito! ¡coches de Stolypin! ¡Campos! ¡Actividad! ¡Oh, simplemente desplazarse a Sovetzkaya Gavan!
—¡Y volver, Valentulya, y volver!
—¡Si tiene razón! y volver más rápido todavía, desde luego.
—Usted sabe, Lev Grigerich, un recién venido le decía a Rubín, la cabeza me está dando vueltas de golpe por el cambio. Tengo cincuenta y dos años. Me he repuesto de enfermedades mortales. Me he casado con mujeres bonitas. He tenido hijos. He recibido premios académicos. Pero nunca he recibido tantas bendiciones de felicidad como hoy. ¿Dónde he aterrizado? ¿No me llevarían a aguas congeladas mañana? Cuarenta gramos de manteca. Pan negro —sobre la mesa—. ¡No prohíben los libros! ¡Usted puede afeitarse! Sólo los guardias no apalean a los zeks. ¿Qué clase de día extraordinario es éste? ¿Qué clase de cúspide resplandeciente? ¿Tal vez me haya muerto? ¿Tal vez sea esto un sueño? Quizá esté yo en el paraíso.
—No, mi estimado señor —dijo Rubin—. Usted está, como lo estuvo previamente, en el infierno. Pero ha sido levantado a su mejor y más alto círculo, el primer círculo. Usted pregunta ¿qué es un sharashka? Digamos, el concepto de una sharashkaya lo pensó Dante. Recuerde que Dante se mesó los cabellos tratando de decidirse dónde poner los sabios de los tiempos antiguos. Era un deber cristiano arrojar a los paganos al infierno.