La señorita Ramona puede que esté un poco más delgada.

– Es la ley de la tierra, Robín, y algún desgraciado se la está saltando, tú sabes quién digo, por estos montes no se puede matar de balde, por aquí el que mata, muere, a veces tarda un poco pero muere, ¡vaya si muere! Aún quedan hombres capaces de hacer cumplir la ley, en nuestras familias se respeta la ley, Robín, y la costumbre, también la costumbre, pero si los hombres se muriesen todos ahí están Loliña Moscoso y Ádega Beira para vengar a sus difuntos, las dos muy bravas y decentes. Y si ellas se muriesen también, quedaba yo, te lo juro, que Dios me perdone, no te lo digo para presumir.

Rosa Roucón, la mujer de Tanis Perello, le da al anís, hay otras cosas peores.

– Dicen que uno que no quiero decir hace filloas con sangre de hijo de Dios, todos somos hijos de Dios, él se condenará y así se le atraviese el alimento en la garganta y muera esganado, amén, Jesús. Ese que no quiero decir coge un azumbre de sangre de hijo de Dios, que me lo dijo quien lo viera, se ríe mucho, dos cuartillos de leche, cuatro cucharadas soperas de harina y otras tantas de azúcar de lustre, sal, canela y tres huevos batidos, este caldo se llama el amoado, unta de grasa de cerdo la sartén, lo fríe en hojuelas muy finas y cuando está ya en el plato le pone miel de fror do Espíritu Santo, ¡así el Apóstol Santiago le mande la culebra y más el escorpión!

Catuxa Bainte no sabe nadar, flota de milagro cuando se baña en cueros y muerta de risa en la balsa del molino de Lucio Mouro.

– ¡Se te han de meter las zamezugas por el culo y más por la cona, condenada!

– ¡No, que aprieto!

– Sí, tú fíate…

El molinero Lucio Mouro, silvestre flor de romería, apareció muerto en el camino de Casmoniño en la mañana de San Martín, tenía un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que es la costumbre, y una flor de tojo en la gorra de visera. Catuxa Bainte lo enterró sin mayor ceremonia.

– ¿Era algo tuyo?

– Sí, era el amo del agua.

En cada rincón del monte hay una mancha de sangre, a veces vale para dar de comer a una flor, y una lágrima que la gente no ve porque es igual que el rocío, las miñocas huelen por debajo de la tierra, las toupas también, y los vagalumes apagaron ya sus linternas hasta el año que viene, este año va a ser muy triste la navidad.

– ¿Cuándo llega el año que viene?

– No lo sé, me imagino que a su tiempo debido, como siempre.

A Lucio Mouro ya se le había curado el empinxe que le saliera en un pie, se lo curó Catuxa Bainte bendiciéndoselo con ceniza y hablando las palabras de la costumbre, empinxe, rubinxe, vaite de ahí, que o bispo sagrado pasóu por eiquí, e a cinza do lar correu tras de ti, fue lástima que mataran a Lucio Mouro ahora que ya le había sanado el empinxe. Moncho Preguizas tiene sus dudas sobre la razón de cada cual.

– A mí que no me digan pero, con tanto tumulto, a lo mejor acabamos peor, la gente es muy orgullosa y esto no puede ser bueno para el país, yo me callo porque no quiero líos.

– Haces bien; ahora, en cuanto te descuidas, te buscan las vueltas y te empapelan, a mí me da muy mala espina tanto papeleo pero no hay más que aguantar.

Moncho Preguizas tiene mucho de poeta de la añoranza, de bardo elegiaco.

– ¡Qué graciosa mi prima Georgina! Cuando se le ahorcó el marido y mientras el juez ordenaba el levantamiento del cadáver, Carmelo Méndez le metía mano, a la viuda, claro, no al juez, ¡qué necedad! ¿Te acuerdas de Carmelo Méndez, lo bien que jugaba al billar y las volutas de humo que hacía cuando fumaba puros? Bueno, pues lo mataron en el cerco de Oviedo, me enteré el otro día, le dieron mismo en la sien.

El verano pasado hubo ranas en la fuente del Miangueiro, nadie sabe de dónde pudieron salir, en las fuentes de los camposantos no suele haber ranas, no es costumbre, mosquitos, sí, los mosquitos están en todos lados, don Brégimo, que en paz descanse, el padre de la señorita Ramona, interpretaba foxtrots y charlestones subido en la tapia del camposanto, ¡qué irreverencia!, don Brégimo tocaba el banjo con mucha maestría.

– La gente quiere que los muertos se aburran, pero lo que yo digo: ¿por qué se han de aburrir los muertos?, ¿no tienen ya bastante con estar muertos? Hay muertos de las dos clases, aburridos y divertidos, no deben confundirse, ¿es verdad o no?

– Sí, señor, ¿no ha de ser verdad?

Don Brégimo era amigo de filosofías y otros entretenimientos de la conversación.

– Cuando la vida muere, la muerte nace y empieza a vivir, esto es como el juego de la correlativa, en Orense había un registrador de la propiedad que jugaba muy bien a la correlativa, se murió de un cólico cerrado, estuvo sin cagar lo menos un mes, la vida de la muerte dura hasta que muere de viejo y de hambre el último gusano del muerto, ¿es verdad o no?

– Sí, señor, claro que es verdad, salta a la vista.

Don Brégimo dejó mandado en su testamento que le dijeran una sola misa rezada, ninguna cantada, y que dispararan veinte pesos de foguetes de luceiría, que dan para mucho, la noche que estuviera de cuerpo presente; la gente lo pasó bien mientras él dormía los iniciales instantes del sueño eterno entre cuatro blandones.

– ¡Qué guapo está de uniforme!

– Sí, a los muertos se les debía amortajar a todos de uniforme.

– No sé, a mí me parece que eso sería jugar a confundir, también quedan bien cuando los visten de fraile e incluso de paisano, de gallego o de baturro quedan de broma y además está prohibido, bueno, lo más probable es que ahora esté prohibido, hay muertos que quedan bien de cualquier manera, en cambio hay otros que son una calamidad, vamos, una mierda.

– ¡Repórtese, Soutullo!

Florián Soutullo Dureixas fue guardia civil del puesto de Barco de Valdeorras, era buen gaitero y entendía mucho de apestados, tísicos, leprosos, agonizantes, moribundos, muertos y aparecidos, también tenía conocimientos sanadores, conocimientos mágicos, e imitaba los más diversos sonidos con la boca: el zureo de la paloma, el maullido del gato, el rebuzno del asno, el cuesco de una señora, el balido de la oveja, etc., a Florián Soutullo lo mataron en el frente de Teruel, fue visto y no visto, llegó, le pegaron un tiro en el entrecejo y murió de repente, a lo mejor condenó su alma porque no le dieron ni tiempo para hacer un acto de contrición, le quedaba una cajetilla por la mitad y se la fumó el páter, un curita palentino que le cogió el gusto a fumarse el tabaco de los muertos. Policarpo el de la Bagañeira va ahora mucho por casa de la señorita Ramona, le saca a pasear el caballo Caruso y le hace recados.

– ¿Vas a ir a Orense?

– ¡Si me lo manda!

– No, mandártelo no te lo mando; pero si vas a cualquier cosa, dímelo, que a lo mejor te hago un encargo.

– Bueno.

Don Mariano Vilobal, el cura zullenco, se cayó del campanario y se desnucó, hay épocas amargas, las guerras púnicas, la gripe del 18, la campaña del Rif, hay tiempos de dolor que parecen señalados por el dedo de la muerte, don Mariano, cuando iba por el aire, se tiró el último pedo de su vida.

– ¡Va por los protestantes! ¡Muera Lutero!

Los últimos segundos del que va a morir y lo sabe se estiran como si fuesen de goma y admiten muchos más recuerdos de lo que se piensa.

– ¿Y si el que va a morir no lo sabe?

– Entonces es igual, el tiempo no se anda con juegos.

Una vez, en casa de la Parrocha, Nunciña Sabadelle se acostó con el muerto Bienvenido González Rosinos, Micifú, y cuando terminaron le hizo una pregunta muy cabrona.

– ¿Te corriste?

– ¿Es que no lo notaste?

– Dispensa, estaba distraída.

Micifú era medio flamenco y presumido y no caía bien a las mujeres de casa de la Parrocha, cuando apareció muerto ninguna le lloró. ¡Ciudadano gallego, ya ha nacido el nuevo día de la unidad y la grandeza de España!