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– ¿Qué dices?

– Nada, es que me acordé de tío Cleto tocando el jazz-band.

Cuando a Raimundo el de los Casandulfes se le acabó el permiso lo mandaron al frente de Huesca, la señorita Ramona le preparó bien toda la ropa.

– ¿Vas a echar instancia para alférez provisional?

– No, ¿para qué? Si te toca, te matan igual de oficial que de soldado, en el frente se dice que las balas llevan tarjeta, si hay una para ti te alcanza aunque te metas debajo de las piedras.

– Sí, eso también es verdad.

Don Jesús Manzanedo murió con las carnes podridas y hediondas, lo que es peor, y además con mucho miedo a la otra vida.

– Le estuvo bien empleado por miserable y asesino.

– Bueno, eso es otra cosa.

Facundo Seara Riba, sargento de intendencia, es muy buena persona, cuando se trata de hacerle un favor a un paisano no hay que decírselo dos veces.

– ¿A ti que te parecen los moros?

– A mí unos cabrones, ¡qué quieres! ¿Te figuras al valí de Monforte, el mago Abd Alá el-Azziz ben Meruán rascándose la lepra entre todos estos hambrientos piojosos y apedreándolos con monedas de oro hasta descalabrarlos? Bueno, me callo, lo mejor es estar callado.

A Raimundo el de los Casandulfes le pegaron un tiro el día de San Andrés, la suerte fue que le dieron en una pierna y no le llevaron por delante la femoral, aquel día se repartieron pocos tiros, muy pocos, pero basta con que salga el de uno por la boca de fuego del fusil que dispara el cabrón de enfrente, si te da en la cabeza ya tienes bastante, en la confianza está el peligro y como aquel día no pasaba nada, Raimundo el de los Casandulfes se confió y le dieron, bueno, se confiaron todos pero le dieron a él.

– ¿Y hubieran podido matarlo?

– Claro, en cuanto le hubieran dado un poco más arriba.

El ciego Gaudencio no toca su mazurca más que en otros casos, aquí en el frente hay menos hiel y la buena suerte siempre puede darte un escape. Don Clemente Abundancia, bueno don Clemente Bariz Carballo, del comercio, no aguantó los cuernos con los que le adornaba doña Rita, su señora, la que se entendía con su director espiritual, o sea el presbítero don Rosendo, y se pegó un tiro en la boca, y eso que todavía estábamos en paz, lo puso todo perdido.

– ¿Es verdad lo que dicen de que los sesos se le quedaron pegados en la lámpara?

– Pues, sí, parece ser que sí.

Raimundo el de los Casandulfes rodó por dos o tres hospitales de campaña, eran pequeños y malos, no tenían más que vendas y tintura de yodo, hasta que lo llevaron a Miranda de Ebro donde le extrajeron la bala, aquello estaba lleno de italianos, y después a Logroño, la escuela de Artes y Oficios, allí lo trataron bien e hizo algunos amigos, las sábanas tenían manchas de sangre pero eso tampoco importa, no hay que ser maniáticos.

– ¿Tú de dónde eres?

– De Elorriaga, en las afueras de Vitoria, mi padre es de telégrafos.

A Moncho Preguizas le podaron una pata en tierra de moros, la verdad es que en todas partes cuecen habas.

– ¿A ti qué te parecen los moros?

– ¡Qué quieres que te diga! A mí no me trataron bien pero tampoco me parecen peores que los cristianos.

Moncho Preguizas siempre fue muy ecuánime, algo fantasioso pero muy ecuánime.

– ¿Pero tú dónde dejaste la pata de carne y hueso, desgraciado?

– En Melilla, lo sabes tan bien como yo, me lo has oído cien veces, pero yo digo que lo que importa es volver, por aquí también están tirando a dar con muy mala sangre, los que andan dejando muertos por ahí no son moros.

Raimundo el de los Casandulfes estaba en la sala 5.a, había veinticuatro camas y un chubesqui que no se apagaba ni de día ni de noche, menos mal porque en Logroño, durante el invierno, hace mucho frío. En la sala 5.a se ocupaban de los heridos dos monjas y dos enfermeras, las cuatro jovencitas, a las órdenes de sor Catalina que era una riojana emprendedora y de armas tomar.

– Porque cuando yo digo a rezar el rosario es que hay que rezar el rosario, ¿te enteras?

– Sí, hermana.

A Adrián Estévez Cortobe, Tabeirón, el buzo que quiso robar las campanas de Antioquía, en la laguna de Antela, lo mataron en el frente de Madrid, le mecharon el cuerpo de metralla.

– ¿Tú crees que tuvo mala suerte?

– ¡Hombre, no sé lo que decirte! ¿A ti qué te parece?

Mamerto Paixón no fue a la guerra pero inventó una máquina voladora y a poco más se escoña definitivamente.

– Para mí que fue un fallo de la transmisión, estoy deseando ponerme bueno para probar otra vez.

A los pocos días Raimundo el de los Casandulfes se encontró con la inesperada compañía de su primo el artillero Camilo.

– ¿Y tú?

– Pues ya ves, que me dieron.

– ¿Dónde?

– En el pecho.

– ¡Vaya por Dios!

Doña María Auxiliadora Mourence, viuda de Porras, encabezó con diez pesetas una suscripción para comprar armas en el extranjero.

– Si todos los españoles ponemos dos duros cada uno, sale un verdadero dineral.

Basilisa la Parva, la de la Tonaleira, es madrina de guerra del pobre Pascualiño Antemil Cachizo, cabo del regimiento de infantería Zamora n.° 8, le escribe todas las semanas y le manda chocolate y tabaco, al cabo Antemil lo mataron pero Basilisa la Parva, como no lo sabe, le sigue mandando chocolate y tabaco, alguna semana va también algún chorizo, a alguien aprovechará porque aquí nada se pierde. En la sala 5.a, Raimundo el de los Casandulfes y su primo son los únicos que tienen cepillo de los dientes particular.

– ¿Y pasta de los dientes?

– Sí, tienen un tubo de Perborol a medias.

Una mañana sor Catalina se presentó con un cepillo de los dientes en la mano y habló a la zurrada tropa.

– A ver si os enteráis, que sois muy brutos, ¡que Dios me dé paciencia! Esto de la higiene es muy importante, tenéis que estar todos bien limpios para que se mueran los microbios, ¿os enteráis?, y como los únicos que tienen cepillo de los dientes son estos dos gallegos, vergüenza debía daros, ¡dos gallegos!, pedí al coronel un cepillo para esta sala y me lo concedió, aquí lo tenéis.

Sor Catalina mostró a todos el cepillo, que era de color caramelo.

– ¿Lo veis bien?

– Sí, hermana.

– Bueno, pues desde esta tarde, mientras pasamos el rosario, os voy a lavar los dientes a todos empezando por una esquina y acabando por la otra.

La perra Véspora murió de un entripado, se conoce que tío Cleto había vomitado la noche anterior alimentos muy indigestos y alcohólicos y el animalito no pudo resistirlo. En cambio Zarevich, el galgo ruso de la señorita Ramona, está lucido y elegante, da gusto verlo.

– ¿Estás seguro de que no debo cambiarle el nombre?

– Mujer, no sé…, no le llames nada.

Alifonso Martínez libró el pellejo escondido por el cura de San Miguel de Buciños, nadie sabía dónde estaba, bueno, salvo Dolores, el ama de don Merexildo, el Moucho tampoco se hubiera atrevido a plantarle cara a un sacerdote.

– ¿No asomó por aquí?

– No; hace un siglo que no lo veo.

Raimundo el de los Casandulfes y su primo el artillero Camilo tenían las camas juntas, una al lado de la otra y separadas por la mesilla de noche, el bacín era para los dos; se murió uno que se llamaba Aguirre, le dio un vómito de sangre y se murió, y aprovecharon para pedirle permiso a sor Catalina y hacer el cambio.

– ¿Quién le robó el chisquero a Aguirre?

– Yo no fui, hermana, se lo puedo jurar.

Había sido Isidro Suárez Méndez, que siempre le robaba todo a los muertos, los cuartos, el chisquero, la petaca, el reloj, las fotos, pero yo no tenía por qué acusarlo, sor Catalina hubiera sido capaz de echarlo a la calle.

– Te creo, gallego, eres poco de fiar pero te creo.

Sor Catalina era más mujer que la pobre Angustias Zoñán Corvacín, la recién casada a la que su marido abandonó a la hora y media de matrimonio y, claro es, se metió monja.