– ¿Tienes miedo?

Pepiño Pousada Coires, Pepiño Xurelo, va todas las mañanas a misa a pedir por la misericordia.

– ¿Verdad, usted, que una de las obras de misericordia es enterrar a los muertos?

– Sí, hijo.

Pepiño Xurelo está muy asustado y medio adivina una lucecita que le da la razón. A Fabián Minguela le crece la barba por parroquias, cuatro pelos aquí, otros cuatro allá.

– Me parece que ya no vas a tener tiempo de hacerme trampas a la garrafina. ¿No quieres hablar?

A lo mejor Ricardo Vázquez Vilariño, el novio de tía Jesusa, está en el frente tirando tiros o llevando las cuentas en la oficina de la compañía, matar aún no lo mataron. Las manos de Fabián Minguela parecen babosas, los enfermos de aire de difunto no las tienen más húmedas ni frías ni blandas, difuntiños todos, dádeme o aire que a vos non vos fai falta.

– ¿Quieres rezar el Señor mío Jesucristo?

Fabián Minguela mira siempre para otro lado, como los sapos de San Modesto que son tres pero parecen ciento.

– ¿Te cagas?

Fabián Minguela habla en falsete, como las siete virgos treintañeras de las Sagradas Escrituras.

– Pídeme perdón.

– Suéltame las manos.

– No.

Fabián Minguela, el muerto que mató a Afouto, se palpa las partes, a veces tarda más en sentírselas.

– Te digo que me pidas perdón.

– Suéltame las manos.

– No.

Eutelo o Cirolas, el suegro de Tanis Perello, está más manso desde que empezó el barullo, hay gente que se dispara y gente que se contiene. Fabián Minguela, el muerto que también mató a Cidrán Segade y puede que a otros diez o doce, no quiere seguir gastando la suela de las botas, se queda un par de pasos atrás y le pega un tiro en la espalda a Baldomero Afouto; ya en el suelo, le da otro tiro en la cabeza. Baldomero Marvís Ventela, o Fernández, alias Afouto, hace un esfuerzo y muere sin un solo quejido, tarda en morir pero muere con dignidad y sin dar ni calma ni consuelo ni alegría a quien lo matara. Fabián Minguela le dijo a Cidrán Segade,

– Tú sigue, a ti aún te falta media hora.

El cadáver de Baldomero Afouto quedó en la curva de Canices, el primero que lo vio fue un mirlo, a la incierta luz de la mañana, desde la ponla de un carballo, los pájaros, cuando el día nace, pían como locos durante unos minutos y después callan, se conoce que van a lo suyo, Baldomero Afouto está tendido de bruces, con sangre en la espalda y en la cabeza, también tiene sangre en la boca, sangre y tierra, y lleva tapado el tatuaje, los gusanos pronto empezarán a comerse a la mujer y la culebra, la donosiña que chupa la sangre al muerto se escapa de repente como si alguien la asustase a propósito. Las noticias corren como lagartos.

– ¿Como un reguero de pólvora?

– Pues, sí, o aún más deprisa todavía.

Por la tarde, cuando llegó la noticia a casa de la Parrocha, el ciego Gaudencio estaba interpretando al acordeón la mazurca Ma petite Marianne. Gaudencio ni abrió la boca y estuvo tocando la misma pieza hasta la madrugada.

– ¿Por qué no varías un poco?

– Porque no, esta mazurca se la dedico a un muerto que todavía no se enfrió del todo.

La vida sigue pero no igual, la vida nunca sigue igual y con el dolor por medio, menos aún.

– ¿Son ya las ocho?

– No, todavía no, hoy el tiempo pasa más despacio que nunca.

La mazurca Ma petite Marianne tiene unos compases muy pegadizos, muy bonitos, no se cansa uno de oírla.

– ¿Por qué no varías un poco?

– Porque no quiero, ¿no te das cuenta de que es una mazurca de luto?

A Xiao Paxarolo, el hermano del muerto Baldomero, lo que más le gusta es mamarle las tetas a Pilarín, su esposa, hay matrimonios muy bien avenidos, como debe ser.

– ¿Verdad que me vas a dar de mamar, amor mío?

– Ya sabes que te pertenezco toda entera, ¿por qué me preguntas lo que ya sabes?

– Porque me gusta oírte las cochinadas, vida mía, a las viudas os va de lo más bien.

Pilarín ensayó un gesto coqueto.

– ¡Jesús, qué tonto!

Por la comarca hay muchas serrerías funerarias, mucha afición, como las cosas sigan así, dentro de poco todos estos pinares acabarán embalando muertos.

– Comprando al por mayor, ¿hacen rebaja?

– Sí, señora, muy substanciosa rebaja, cada vez más, al final casi salen de balde.

Cuando tío Rodolfo el Ventilado se enteró de que su primo Camilo se había casado con una inglesa mandó imprimir un papel de cartas con el membrete en inglés, a él no le fastidia nadie.

– Este Camilo siempre fue muy fantástico, ¡mira tú que ir a matrimoniar con una extranjera habiéndolas del país!

Tío Cleto se pasa el día vomitando, al lado de la mecedora tiene un balde para vomitar con mayor comodidad y aseo.

– ¿Sabéis algo de Salvadora?

– No, no tenemos ni una sola noticia, la pobre sigue en zona roja, ¡Dios quiera que no le pase nada entre tanto crimen!

Tío Cleto vomita surtido, unas veces de un color y consistencia y otras de otro.

– En la variedad está el gusto, ¿verdad, usted?

– Pues no crea, la otra tarde el ciego Gaudencio se empecinó con una mazurca y no había quien le hiciese cambiar, se conoce que le cogió el gusto.

– Puede.

Los restos del santo Fernández y sus compañeros mártires se conservan en Damasco, en el convento español de Bab Tuma, ahora se llama église latine, rue Bab Touma, en una urna de cristal en la que se ven las calaveras y las tibias, los peronés, etc., puestos con mucho orden y armonía, los franciscanos siempre tuvieron buen gusto para la presentación de las reliquias, en el convento venden unas tarjetas postales en francés muy aparentes.

– ¿Usted sabe que Concha da Cona canta como los propios ángeles?

– Sí, algo me habían dicho.

Ahora han prohibido el anuncio de las Pilules Orientales, desarrollo, firmeza y reconstitución de los pechos, para mí que hicieron bien porque la mujer española debe conformarse con las tetas que Dios le dio, ni más ni menos, a Xiao Paxarolo le gustan con las tetas grandes pero para eso ya tiene a Pilarín.

– Quítate las tetas por el escote.

– ¡Ay, no, que todavía no se durmió Urbanito!

El cadáver de Cidrán Segade apareció antes de llegar a la aldea de Derramada, más o menos a media hora de andar desde la curva de Canices, tenía los ojos abiertos y un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que era la costumbre, y estaba aún recién frío; Ádega todavía sangra por la nariz y por las cejas, también por la boca, del culatazo que le dieron, Ádega le cerró los ojos a su difunto, le lavó la cara con saliva y también con lágrimas, lo cargó en el carro de bueyes y lo llevó al camposanto, entre ella y Benicia le cavaron la sepultura y lo enterraron hondo y envuelto en una colcha de lino sin estrenar, la mejor que guardaba, Dios sabía bien para qué, desde que había creado al mundo, eso está siempre escrito. De rodillas sobre la tierra y mientras las burbujas del aire todavía le escapaban al muerto por entre los pliegues de la mortaja, Ádega y Benicia rezaron un padrenuestro.

– Ese que está muerto ahí debajo es tu padre, Benicia, te lo juro, ¡así Dios me dé fuerzas para que pueda ver muerto a quien lo mató!

El distante chirriar del eje de un carro semejaba la voz de Dios diciéndole que sí, que le daría fuerzas para ver muerto a quien mató a Cidrán, ella no quería decir su nombre sino verlo muerto y con los despojos ciscados.

– ¿Escuchas, Benicia?

– Escucho, madre.

Ceferino Furelo, uno de los dos hermanos curas de Baldomero Afouto, dijo una misa por el alma de Cidrán Segade.

– Lo que no puedo es decir por quién la digo, Ádega, lo prohíben de Orense.

– No importa, a Dios no le obliga el reglamento.

Raimundo el de los Casandulfes piensa que los españoles nos hemos vuelto locos todos.

– ¿De repente?

– Eso no lo sé, a lo mejor ya viene de antes.

Raimundo el de los Casandulfes está deseando que se le acabe el permiso, la verdad es que ya no le falta mucho.