– Sí, yo creo lo mismo, pero no lo digo, tampoco lo digas tú.

– No, no, ¿qué voy a decir?, yo me callo como un muerto, yo lo único que quiero es que esto acabe cuanto antes. La gente que cree a ciegas es muy peligrosa, los hay que no creen pero lo fingen, eso es todavía peor, la fe es el sacacorchos de la conciencia, el abrelatas que destapa la conciencia…, lo único que quiero es que pronto le veamos el fin a esta locura.

– Pues aún va a durar.

– ¿Tú crees?

– ¡Y tanto que lo creo! Todo el mundo está muy exaltado y nadie quiere atender a razones.

La señorita Ramona acerca un cenicero a Robín Lebozán.

– No me eches la ceniza en el suelo.

– Dispensa.

La señorita Ramona no puede ocultar su preocupación.

– Sí, la verdad es que estas luchas a ciegas son traidoras y cabezonas y se envenenan pronto, también son confusas, ¿tú entiendes algo de lo que pasa?, y ponen a la gente nerviosa y de mal humor, un hombre nervioso y de mal humor es peor que un alacrán.

– En fin, ¡que Dios nos tenga de la mano!

Ahora es como en los tiempos antiguos, cuando se iba a pie a Tierra Santa y los hombres se guiaban por el color de los ojos de las mujeres y de las nubes, por el sabor de las frutas del camino y de cada flor con su abeja, por el olor de los yermos y las praderas, vamos hacia el norte, vamos hacia el sur, vamos bien, vamos mal, estamos perdidos y jamás encontraremos nuestra casa, etc. A la cuadrilla de Martiño Fruime le sorprendieron los sucesos cuando andaba a segar por Belinchón, en tierras de Cuenca. ¿Te acuerdas de aquellos versos Castellanos de Castilla, de Rosalía de Castro? En la cuadrilla de Martiño Fruime formaban nueve hombres y seis mujeres, una parió en la era, también iban tres niños de seis o siete años. Cuando empezaron los sucesos Martiño Fruime habló a su gente.

– Ya sabéis lo que pasa, yo pienso que lo mejor es volver al país, por aquí se van a matar todos, no va a quedar ni uno.

– Bueno, pero dicen que en Galleira mandan los fascistas.

– ¿Y a nosotros qué más nos da? El país es el país y la chaira es la chaira, mande quien mande.

– Sí; eso, sí.

Guiados por la estrella Polar, andando de noche y a la luz de la lourenza de gaurra y durmiendo de día, también cruzando dos frentes de guerra, la cuadrilla de Martiño Fruime llegó desde más allá del Tajo hasta la aldea de Nespereira, en la parroquia de Carballeira, en Nogueira de Ramuín, el pueblo de los afiladores y el de ellos, los segadores que iban como rosas y volvían como negros, ¡bendito sea Dios!

– ¿Tú siempre creíste que llegábamos vivos?

– Sí.

El primer cabrito que se ocupó con Doloriñas Alontra después de que la operaron de apendicitis fue don Lesmes Cabezón Ortigueira, practicante de medicina y cirugía menor y uno de los jefes de la milicia cívica Caballeros de La Coruña, que es como un somatén político y patriótico.

– ¿Te duele el sitio?

– Sí, señor.

– Pues aguanta marea que para eso te pago.

– Sí, señor.

Según rumores, don Lesmes tuvo que ver con los paseos del campo de la Rata y los asaltos a las logias Renacimiento Masónico y Pensamiento y Acción, tú te ves arrastrado por las muertes del prójimo y de repente te ves rodeado de muertos, te das cuenta de que también estás matando y asolando.

– ¿Tú sabes algo?

– ¿Yo qué he de saber?

Don Lesmes va muy de tapadillo a casa de la Apacha, su posición le obliga a guardar las formas, a Doloriñas le dijo que se llamaba don Vicente y era sacerdote.

– No se lo digas a nadie, hija mía, la carne es flaca y pecadora, tú a lo tuyo.

– Sí, señor.

Una noche don Lesmes armó un escándalo de pronóstico porque se reventó una cañería mientras estaba dale que dale y, claro es, se asustó.

– ¡Sabotaje, sabotaje! -rugía don Lesmes mientras se abrochaba los pantalones-. ¡Esto es un atentado! ¡Aquí va a haber que hacer un escarmiento! ¡Esto es un antro de rojos!

La Apacha le paró los pies.

– Oiga, usted, don Lesmes, con todo respeto, aquí de rojos nada, ¿se entera?, aquí somos todas tan nacionales como el que más y yo la primera, en ese terreno no admito que haya la menor duda, ¿me oye bien?, ¡la menor duda!, y si no se reporta llamo por teléfono a don Óscar, que es buen amigo mío, y ya se las entenderá usted con él, aquí en mi casa la gente se desahoga pero no conspira, ¿se entera?

Don Lesmes recogió velas.

– Dispense, usted, es que creí que era una bomba, compréndalo.

Raimundo el de los Casandulfes no sabe quién es don Óscar pero tampoco pregunta, ¿para qué?, lo que pueda pasar en las casas de putas, ¿a quién le importa?, los nacionales hemos tomado Toledo, ¿por qué dices hemos?, y hemos liberado el Alcázar, Raimundo el de los Casandulfes nota que le laten las sienes, a lo mejor tiene calentura. Franco es designado Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, y Robín Lebozán dice que no se apunta, ya llamarán su quinta, cada cual sigue su camino y va a su andar, la señorita Ramona monta a caballo, come galletas y piensa, piensa siempre, los nacionales nos presentamos ante las puertas de Madrid, ¿por qué dices nos presentamos?, cuando Raimundo el de los Casandulfes llega a la aldea encuentra rara a la señorita Ramona.

– ¿Qué te pasa?

– Nada, ¿por qué?

– No, creí que te pasaba algo.

Puriña Córrego, la más vieja de las criadas de la señorita Ramona, apareció muerta una mañana, sobre la frente tenía una culebrilla que salió escapando, parecía un lápiz.

– ¿Cómo fue?

– Pues que se murió de vieja, a todo el mundo le toca tarde o temprano, algunos ni siquiera llegan a viejos.

De tiempos del padre, a la señorita Ramona ya no le quedan más recuerdos que Antonio Vegadecabo y Sabela Soulecín.

– Y el loro.

– Bueno, claro, y el loro.

Fabián Minguela, Moucho, no va a sacar de sus casas ni a Cidrán Segade ni a Baldomero Afouto, no se atreve, Fabián Minguela se quedó a una carreiriña de un can, primero de la casa de Cidrán Segade y después de la de Baldomero Afouto, a verlos venir, mandó a diez hombres a que los prendieran y se los llevaron atados, Cidrán Segade los recibió a tiros, se entregó cuando le quemaron la casa, nadie vino ni al ruido de los disparos ni al resplandor del incendio, la señorita Ramona sujetó a Raimundo el de los Casandulfes y a Robín Lebozán, que estaban en su casa, a Ádega le dieron un culatazo en la cara y la dejaron sin conocimiento y atada a un árbol, Baldomero Afouto también tiró de escopeta y tuvo mejor puntería porque mató a uno, Baldomero Afouto se entregó cuando cogieron a Loliña, su mujer, y a sus cinco hijos, les tuvieron que tapar la boca con un saco porque mordían.

– ¡Dios, qué gente!

Fabián Minguela, el muerto que mató a Afouto, que va a matar a Afouto, sonríe como un conejo a sus prisioneros, los dos van con las manos atadas a la espalda, los dos tienen los ojos cruzados de venitas de sangre y los dos guardan silencio.

– ¡Andando!

A Fabián Minguela le brilla la chapeta de piel de puerco que se le pinta en la frente. El guacamayo de la señorita Ramona es animal de otros aires y otras decoraciones, aquí parece medio triste y aburrido. Fabián Minguela gasta el pelo ralo; a la luz de la luna, el muerto que mató a Afouto es como un muerto.

– ¿A que nunca creías que ibas a estar así?

Ni Cidrán Segade ni Baldomero Afouto abren la boca. ¿Qué más da que al parvo de Bidueiros lo ahorcaran sin mala intención? Fabián Minguela tiene la frente como las tortugas, puede que peor, desde que empezó todo esto no se oyen cantar los ejes de los carros en cuanto la luz se pone.

– ¿Te das cuenta de que llegó la mía? ¡Ya iba siendo hora!

Afouto tiene apagada la estrellita de luz que se le encendía en la frente -unas veces era roja como el rubí, otras azul como el zafiro o violeta como la amatista o blanca como el diamante- y el demonio aprovechó para matarlo a traición, no le faltan ya sino un par de cientos de pasos. Fina la Pontevedresa es como un molinillo de moler café, a Fina la Pontevedresa lo que le gusta es el meneíto y bailar el son cubano Muévete, Irene, su marido murió por falta de condiciones, el tren lo aplastó porque no tenía condiciones. Los hombres de Fabián Minguela dejaron a su compañero muerto en la cuneta, antes le quitaron la cartera con el documento, la noche tiene mil ruidos y mil silencios que empujan el ánimo de los caminantes y resuenan como el eco en su corazón. Fabián Minguela va pálido, bueno, no va más pálido que otros días, es que es así.