El teniente miraba al prisionero, la frente arrugada, los ojos deprimidos. De pronto se ladeó, su bota golpeó en la nalga descubierta y Pantacha se dejó caer con un gruñido. Pero, desde el suelo, siguió mirando oblicuamente la botella. El teniente jaló la soga, la greñuda cabeza chocó contra el suelo dos veces, Pantachita, ya estaba bien de cojudeces ¿no? ¿Dónde se había metido? Y por propia iniciativa Pantacha a la oscurecida, señor, rugió, y estrelló su cabeza en el suelo otra vez: despacito vendría, y se treparía por el barranco, y se metería en su cabaña, con su cola le taparía la boca, señor, y así se lo llevaría, pobrecito, y que le diera siquiera un traguito, señor. Así era la yacumama, calladita, y la cocha se abriría seguro, y los huambisas decían volverá y nos tragará, y por eso se habían ido ellos también, señor, y el teniente lo pateó. Pantacha calló, se puso de rodillas: se había quedado solito, señor. El oficial bebió un trago del termo y se pasó la lengua por los labios. El sargento Roberto Delgado jugaba con la botella y el Pantachita quería que lo mandaran al Ucayali, señor, rugía de nuevo y los pucheros hundían sus mejillas, donde se había muerto su amigo el Andrés. Ahí quería morirse él también.

– Así que a tu patrón se lo llevó la yacumama -dijo el teniente, con voz calmada. Así que el teniente es un pelotudo y el Pantachita puede meterle el dedo a su gusto. Ah, Pantachita.

Incansables, fervientes, los ojos de Pantacha contemplaban la botella y, afuera, el aguacero se había embravecido, a lo lejos retumbaban los truenos y los relámpagos encendían de cuando en cuando los techos flagelados por el agua, los árboles, el barro del poblado.

– Me dejó solo, señor -gritó Pantacha, y su voz se enfureció, pero su mirada era siempre quieta y arrobada-, le di de comer y él no salía de su hamaca, pobrecito, y me dejó y los otros también se fueron. ¿Por qué no crees, señor?

– A lo mejor es mentira lo del nombre -dijo el sargento Delgado-. No conozco a nadie en la montaña que se llame Fushía. ¿No lo pone nervioso éste, con sus delirios? Yo le pegaría un balazo de una vez, mi teniente.

– ¿Y el aguaruna? -dijo el teniente-. ¿También a Jum se lo llevó la yacumama?

– Se fue, señor -roncó Pantacha-, ¿ya no te he dicho? O se lo llevaría también, señor, quién sabe.

– Lo tuve en mi delante toda una tarde a ese Jum de Urakusa -dijo el teniente-, y hacía de intérprete el otro zamarro, y yo los oía y me tragaba sus cuentos. Ah, si hubiera sido adivino. Ése fue el primer chuncho que conocí, sargento.

– La culpa es del que era gobernador de Nieva, mi teniente, el Reátegui ese -dijo el sargento Delgado-. Nosotros no queríamos soltarlo al aguaruna. Pero él ordenó, y ya ve usted.

– Se fue el patrón, se fue Jum, se fueron los huambisas -sollozó Pantacha-. Solo con mi tristeza, señor, y un frío terrible estoy que siento.

– Pero a Adrián Nieves juro que lo agarro -dijo el teniente-. Se ha estado riendo en nuestras barbas, ha estado viviendo de lo que le pagábamos nosotros.

Y todos tenían sus mujeres allá. Las lágrimas corrían entre sus pelos y suspiraba hondo, señor, con mucho sentimiento, y sólo había querido una cristiana, aunque fuera para hablarle, unita, y hasta la shapra se la habían llevado también, señor, y la bota subió, golpeó y Pantacha quedó encogido, rugiendo. Cerró los ojos unos segundos, los abrió y, mansamente ahora, miró la botella: nomás unito, señor, para el frío, se estaba helando por dentro.

– Tú conoces bien esta región, Pantachita -dijo el teniente-. ¿Cuánto más va a durar esta maldita lluvia, cuándo podremos partir?

– Mañana despeja, señor -balbuceó Pantacha-. Pídele a Dios y verás. Pero compadécete, dame unito. Para el frío, señor.

No había quien aguantara, maldita sea, no había quien aguantara y el teniente levantó la bota pero esta vez no golpeó, la apoyó en la cara del prisionero hasta que la mejilla de Pantacha tocó al suelo. El sargento Delgado bebió un traguito de la botella, luego un traguito del termo. Pantacha había separado los labios y su lengua, afilada y rojiza, lamía, señor, delicadamente, uno solito, la suela de la bota, para el frío, la puntera, señor, y algo vivaz y pícaro y servil bullía en los carbones desorbitados, ¿unito?, mientras su lengua mojaba el cuero sucio, ¿señor?, para el frío y besó la bota.

– Te las sabes todas -dijo el sargento Delgado-. Cuando no nos trabajas la moral, te haces la loca, Pantachita.

– Dime dónde está Fushía y te regalo la botella -dijo el teniente-. Y además te dejo libre. Y encima te doy unos soles. Contesta pronto o me desanimo.

Pero Pantacha se había puesto a lloriquear de nuevo y todo su cuerpo se adhería al suelo de tierra buscando calor y era recorrido por breves espasmos.

– Llévatelo -dijo el teniente-. Me está contagiando sus locuras, ya me están dando ganas de vomitar, ya estoy viendo a la yacumama, y la lluvia sigue de lo lindo, la puta de su madre.

El sargento Roberto Delgado cogió la soga y corrió, Pantacha iba tras él, a cuatro patas, como un perro saltarín. En la escalerilla, el sargento dio un grito y apareció Hinojosa. Se llevó a Pantacha, brincando, entre chorros de agua.

– ¿Y si nos lanzamos a pesar de la lluvia? -dijo el teniente-. Después de todo la guarnición no está tan lejos.

– Nos volcamos a los dos minutos, mi teniente -dijo el sargento Delgado-. ¿No ha visto cómo está el río?

– Quiero decir a patita, por el monte -dijo el teniente-. Llegaremos en tres o cuatro días.

– No se desespere, mi teniente -dijo el sargento Delgado-. Ya parará de llover. Es por gusto, convénzase, no podemos movernos con este tiempo. Así es la selva, hay que tener paciencia.

– ¡Ya van dos semanas, carajo! -dijo el teniente-. Estoy perdiendo un traslado, un ascenso, ¿no te das cuenta?

– No se caliente conmigo -dijo el sargento Delgado-. No es mi culpa que llueva, mi teniente.

Ella estaba solita, siempre esperando, para qué contar los días, lloverá, no lloverá, ¿volverán hoy día?, todavía, es demasiado pronto. ¿Traerán mercadería? Que traigan, Cristo de Bagazán, santo, santo, mucha, jebe, pieles, que llegue don Aquilino con ropa y comida, ¿cuánto vendió?, y él bastante, Lalita, a buen precio. Y Fushía, viejo querido. Que se hicieran ricos, Virgencita, santa, santa, porque entonces saldrían de la isla, volverían donde los cristianos y se casarían, ¿cierto Fushía?, cierto, Lalita. Y que él cambiara y la quisiera de nuevo y en las noches ¿a tu hamaca?, sí, ¿desnuda?, sí, ¿le chupaba?, sí, ¿le gustaba?, sí. ¿más que las achuales?, sí, ¿que la shapra?, sí, sí, Lalita, y que tuvieran otro hijo. Fíjese, don Aquilino, ¿no se me parece?, mírelo cómo ha crecido, habla huambisa mejor que cristiano. Y el viejo ¿sufres, Lalita? Y ella un poco porque ya no la quería, y él ¿es muy malo contigo?, ¿te dan celos las achuales, la shapra? Y ella cólera, don Aquilino, pero eran su compañía, a falta de amigas, ¿sabía?, y le daba pena que se las pase a Pantacha, Nieves o los huambisas, ¿volverán hoy día? Pero esa tarde no llegaron ellos, sino Jum y era la hora de la siesta cuando la shapra entró a la cabaña gritando, sacudió la hamaca y sus pulseras bailaban, sus espejitos y sus sonajas y Lalita ¿ya vinieron?, y ella no, vino el aguaruna que se escapó. Lalita salió a buscarlo y ahí estaba, en la pileta de las charapas, salando unos bagres y ella Jum, dónde te fuiste, por qué, qué había hecho tanto tiempo, y él callado, creían que no volverías, y él respetuoso, Jum, le alcanzó los bagres, esto te he traído. Venía como se fue, la cabeza pelada, en la espalda rayas de achiote como latigazos, y ella salieron en expedición, lo necesitaban tanto, para arriba, ¿por qué no te despediste?, hacia el lago Rimachi, ¿conocía a los muratos?, ¿son bravos?, ¿se pelearían con el patrón o le darían el jebe de a buenas?, Jum. Los huambisas fueron a buscarlo y Pantacha a lo mejor lo mataron, patrón, lo odian y el práctico Nieves no creo, ya se han hecho amigos, y Fushía son capaces, esos perros, y Jum no me mataron, me fui por ahí y ahora volví, ¿se iba a quedar?, sí. El patrón lo reñiría pero no te vayas, Jum, se le pasaba prontito y, además, ¿en el fondo no lo estimaría?, y Fushía un poco loco, Lalita, pero útil, un convencedor. ¿De veras diablos cristianos, aguaruna aj?, ¿les discurseaba?, Jum, ¿patrón cojudando, mintiendo, aj?, Lalita, si vieras cómo los trabaja, los grita, les ruega, les baila y ellos sí, sí, aguaruna aj, con las manos y las cabezas, aj, y siempre les daban el jebe de a buenas. Qué les dices, Jum, cuéntame cómo los convences, y Fushía pero un día se lo matarían y quién mierda lo reemplazaría. Y ella ¿cierto que no quieres volver a Urakusa?, ¿odias tanto a los cristianos, cierto?, ¿también a nosotros?, y Pantacha sí, patrona, porque le pegaron y Nieves entonces por qué no nos mata dormidos, y Fushía somos su venganza, y ella ¿cierto lo colgaron de una capirona?, y él es loco, Lalita, no bruto, ¿gritaste cuando te quemaron?, y vivísimo para hacer trampas, nadie lo ganaba cazando y pescando, ¿tenía mujer?, ¿la mataron?, y si no hay comida Jum se mete al bosque y trae paujiles, añujes, perdices, ¿te pintas para recordarte de los chicotazos?, y una vez lo vieron matar una chuchupe con su cerbatana, Lalita, él sabe que sus enemigos son ésos, ¿cierto, Jum?, a los que Fushía deja sin mercadería, no creas que me ayuda por mi linda cara. Y Pantacha hoy lo vi junto al barranco, se tocó la cicatriz de la frente, discurseaba al viento, y Fushía mejor para mí que trabaje así, la venganza no me cuesta nada, y él en aguaruna, no le entendí. Porque cuando llegaba la lancha de don Aquilino, los huambisas caían desde las lupunas al embarcadero como una lluvia de cotos, y chillando y brincando recibían sus raciones de sal y de anisado, y las hachas y los machetes que Fushía les repartía reflejaban ojos borrachos de alegría y Jum se fue, ¿dónde?, por ahí, ya volví, ¿no quería?, no, ¿una camisa? no, ¿aguardiente?, no, ¿machete?, no, ¿sal?, no y Lalita el práctico se pondrá contento porque has vuelto, Jum, él sí es tu amigo ¿no?, y él sí y ella gracias por los pescaditos pero lástima que los salaste. Y el práctico Nieves no sabía sus nombres, patrona, no le había dicho, dos cristianos nada más, le metieron odio contra los patrones y decía que lo desgraciaron y ella ¿te engañaron?, ¿te robaron?, y él me aconsejaron y ella quisiera que habláramos, Jum, ¿por qué le volvía la espalda cuando lo llamaba?, y él callado, ¿tenía vergüenza?, y él te traje para ti y las huambisas le estaban sacando la sangre, y ella ¿un venadito?, y él un venadito, respetuoso, sí y Lalita vamos, se lo comerían, que cortara leña, y Jum ¿tienes hambre?, y ella mucha, mucha, desde que se fueron no comía carne, Jum y después volvieron y ella entra a la cabaña, mira al Aquilino, ¿no ha crecido, Jum?, y él sí, y hablaba pagano mejor que cristiano, y él sí, ¿YJum tenía hijos?, y él tenía pero ya no tiene, y ella ¿muchos? y él pocos y entonces comenzó a llover. Nubes espesas y oscuras, inmóviles sobre las lupunas, vaciaron agua negra dos días seguidos y toda la isla se convirtió en un charco fangoso, la cocha en una niebla turbia y muchos pájaros caían muertos a la puerta de la cabaña y Lalita pobres, estarán viajando, que tapen los cueros, el jebe, y Fushía rápido, carajo, perros, se cargaba a todos, en esa playita, busquen un refugio, una cueva para hacer candela y Pantacha cociendo sus yerbas y el práctico Nieves mascando tabaco como los huambisas. Y Lalita ¿también le traería esta vez?, ¿collares?, ¿pulseras?, ¿plumas?, ¿flores?, ¿la quería?, y ella si el patrón supiera y él aunque supiera, ¿en las noches pensaría en ella?, y él no es nada malo, sólo un regalito porque usted fue buena cuando estuve enfermo, y ella es limpio, educado, se quita el sombrero para saludarme, y que Fushía no me insulte tanto, ¿era granujienta?, podía vengarse Fushía, los ojos del práctico se vuelven calientes cuando paso cerca, ¿soñaba con ella?, ¿quería tocarla?, ¿abrazarla?, desnúdate, métete a mi hamaca, ¿que ella lo besara?, ¿en la boca?, ¿en la espalda?, santo, santo, que vuelvan hoy día.